Tras leer el
tratado de Freud “El Porvenir de una Ilusión”, y tras 85 años de su
publicación, se muestran muy acertadas sus dudas sobre la efectiva realización
futura de su Ilusión que, en pocas palabras, consistía en transformar de raíz
el modelo paternalista que llevaban a cabo tanto la Religión como el Estado, asentado
sobre presupuestos ilusorios e impuestos a la fuerza, asfixiando casi por
completo las posibilidades de evolución de la Humanidad. Dicha
ilusión pasaba por la premisa inexcusable de que el ejercicio del Logos y las
enormes posibilidades del avance científico se erigieran en motores del cambio,
sin cuyo predominio le era imposible atisbar un porvenir. Vemos como a cámara
lenta, sobre todo en las culturas de tradición cristiana, los hombres se van
desatando de las imposiciones de la religión pero, al mismo tiempo, el
desarrollo meteórico de Ciencia y Tecnología están consiguiendo impregnar al
ser humano de un nuevo culto, no menos peligroso.
He descartado las
citas que hacían referencia a las bondades del Psicoanálisis y a la
preponderancia de la libido, pero hubiera incluido, de haber sido contemplada
por él, cualquier alusión al ejercicio del Amor como ingrediente necesario para
propiciar dicho cambio. Y es que sin la fuerza del amor y la fraternidad como
puntos de partida, el porvenir de una ilusión se convierte en la ilusión de un
porvenir, pues me parece ilusorio fundamentar el cambio en el pensamiento y en
la ciencia sin dar cabida como motor al mejor atributo de que la Humanidad dispone: la Fuerza del Amor.
Veamos brevemente
cómo fundamenta su teoría:
Como para la Humanidad en conjunto,
también para el individuo la vida es difícil de soportar. La civilización de la
que participa le impone determinadas privaciones, y los demás le infligen
cierta medida de sufrimiento, bien a pesar de los preceptos de la civilización,
bien a consecuencia de la imperfección de la misma, agregándose a todo esto los
daños que recibe de la
Naturaleza indominada. Esta situación ha de provocar en el
hombre un continuo temor angustiado y una grave lesión de su narcisimo natural.
Cada individuo es
virtualmente un enemigo de la civilización, a pesar de tener que reconocer su
general interés humano. Se da, en efecto, el hecho singular de que los hombres,
no obstante serles imposible existir en el aislamiento, sientan como un peso
intolerable los sacrificios que la civilización les impone para hacer posible
la vida en común. Así pues, la cultura ha de ser defendida contra el individuo,
y a esta defensa responden todos sus mandamientos, organizaciones e
instituciones, las cuales no tienen tan solo por objeto efectuar una
determinada distribución de los bienes naturales, sino también mantenerla incluso
contra los impulsos hostiles de los hombres los medios existentes para el
dominio de la naturaleza y la producción de bienes. Las creaciones de los
hombres son fáciles de destruir, y la ciencia y la técnica por ellos edificada
pueden ser también utilizadas para su destrucción.
Todos los hombres
integran tendencias destructoras –antisociales y antinaturales- y en gran
número de personas tales tendencias son bastante poderosas para determinar su
conducta en la sociedad humana.
Experimentamos así
la impresión de que la civilización es algo que fue impuesto a una mayoría
contraria a ella por una minoría que supo apoderarse de los medios de poder y
de coerción.
Mientras que en el
dominio de la Naturaleza
ha realizado la Humanidad
continuos progresos y puede esperarlos aún mayores, no puede hablarse de un
progreso análogo en la regulación de las relaciones humanas, y probablemente en
todas las épocas se han preguntado muchos hombres si esta parte de las
conquistas culturales merece, en general, ser defendida… (así) toda la
civilización ha de basarse sobre la coerción y la renuncia a los instintos…
Lo decisivo está
en si es posible aminorar los sacrificios impuestos a los hombres en cuanto a
la renuncia y a la satisfacción de sus instintos, conciliarlos con aquellos que
continúen siendo necesarios y compensarlos de ellos. El dominio de una masa por
una minoría seguirá demostrándose siempre tan imprescindible como la imposición
coercitiva de la labor cultural, pues las masas son perezosas e ignorantes, no admiten
gustosas la renuncia al instinto, siendo útiles cuantos argumentos se aduzcan
para convencerlas de lo inevitable de tal renuncia, y sus individuos se apoyan
unos a otros en la tolerancia de su desenfreno. Únicamente la influencia de
individuos ejemplares a los que reconocen como conductores puede moverlas a
aceptar aquellos esfuerzos y privaciones imprescindibles para la preservación
de la cultura.
La necesidad de
una coerción que imponga la labor cultural, no es por sí misma sino una
consecuencia de la existencia de instituciones culturales defectuosas que han
exasperado a los hombres haciéndoles vengativos e inasequibles. La falta de
amor al trabajo y la ineficacia de los argumentos contra las pasiones son los
dos caracteres de las colectividades humanas que tanto dificultan su
conducción. Podemos preguntarnos si un distinto ambiente cultural puede llegar
a extinguirlas, y en qué medida.
ResponderEliminarMientras que en el dominio de la Naturaleza ha realizado la Humanidad continuos progresos y puede esperarlos aún mayores, no puede hablarse de un progreso análogo en la regulación de las relaciones humanas, y probablemente en todas las épocas se han preguntado muchos hombres si esta parte de las conquistas culturales merece, en general, ser defendida… (así) toda la civilización ha de basarse sobre la coerción y la renuncia a los instintos…
Copio este párrafo para así poder explicar mejor mi sencilla opinión. Pienso que en cualquier desacuerdo lo mejor es aclarar las diferencias cuanto antes. Más vale ponerse una vez colorado que muchas color de rosa y así nada llega tan lejos como llenar de insatisfacción y llevar a rebeliones. No siempre somos tan efectivos, y todos sabemos que, cuando hemos cortado un problema al comienzo, los resultados han sido mejores que en las ocasiones en que hemos esperado mucho tiempo para "rebelarnos".
Saludos!
Desde luego comparto tu opinión completamente, un pequeño desacuerdo que no solucionamos rápidamente va engendrando un gran malestar y le vamos añadiendo aspectos negativos hasta convertirlo en un problema grave, que no existía en un principio. Si trasladamos esto a una colectividad vemos multiplicado el problema hasta el infinito, y el resultado suele ser la rebelión o la revolución. Como dice Freud: "No hace falta decir que una cultura que deja insatisfechos a un núcleo tan considerable de sus partícipes y los incita a la rebelión no puede durar mucho tiempo, ni tampoco lo merece".
ResponderEliminarSaludos!