lunes, 17 de septiembre de 2012
Una reflexión sobre el problema saharaui
Aún no me encuentro en condiciones de valorar, en su justa medida, la experiencia y el alcance de la acogida este verano pasado de Lamira, la niña saharaui. Tengo que confesar que ha habido momentos en que he dudado de la conveniencia de esta acción o me han parecido excesivos los dos meses de vacaciones, incluso no tenemos suficientemente claro si volveremos a repetir dos años más, el tiempo y la situación económica serán determinantes. Digo esto porque he calculado que el coste total de su venida ronda los 2.000 €, de los cuales el 40% (vuelo ida/vuelta) se sufraga con las actividades que emprende la Asociación Amigos del Pueblo Saharaui, donde tenemos que participar activamente en fechas determinadas. Fuera de este componente puramente económico, es indudable el beneficio emocional y afectivo que produce en ambos tal interacción. Hay dos aspectos a resaltar: el enorme choque cultural que se crea, tanto en alimentación, creencias, costumbres, etc., y que al principio cuesta superar y, como consecuencia, la apertura y conocimiento de estos niños a un mundo que no podrían casi imaginar.
Pero, una vez conocido, me suscita reflexionar en la posibilidad de que esta experiencia pueda servirles para que en los años futuros sean capaces de luchar y cambiar la miserable situación en que se encuentran, refugiados en un desértico lugar en Argelia, pero que ellos no dudan en considerar como el “sáhara”, dependientes totalmente de la ayuda española, sin apenas medios de producción, ni cultivos, ni expectativas de solución a su forzado exilio, excepto, como me confesaba su tío Alí, que trabaja y ha formado su familia en España, una decidida revuelta contra Marruecos. Personalmente creo que, así como la religión islámica les ofrece un soporte espiritual de valor indudable para sobrellevar esta situación, al mismo tiempo puede erigirse en su mayor obstáculo. No en vano, el profundo arraigamiento y acatamiento de sus preceptos, especialmente en lo referente a la desafortunada situación de la mujer musulmana respecto al varón, quizá sea un callejón sin salida. Sin la deseable emancipación de la mujer en busca de sus derechos como persona libre, no veo posible tal cambio.
Me entristece pensar que en pocos años estas niñas recordarán sus venidas a España como un bonito cuento de hadas, una vez que a partir de los doce años quede cercenada toda posibilidad de desarrollo y evolución, en cuanto se les persuada y obligue a acatar sin réplica posible los dictámenes de su religión. Me gustaría estar equivocado…
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Tengo compañeros que todos los años se traen un niño saharaui, como tú has hecho este verano. Y, a pesar del altruismo y de las ganas de hacer feliz a un niño aunque sólo sea en vacaciones estivales, siempre se ha sembrado en mí la duda misma que tú ahora tienes, sobre todo en relación con los pequeños: ¿realmente les sirvió de algo?. ¿No será quizás sólo un espejismo que se apaga en cuanto termina la temporada? ¿No será incluso perjudicial para ellos traerles a este "mundo maravilloso" y luego devolverles a su "fea realidad"?
ResponderEliminarEs sólo una reflexión, Manu.
Un beso grande
Sea como sea, sepas que tenéis de mí toda mi admiración por el paso que dáis por esos chiquillos.
ResponderEliminarOtro beso
Te contesto, Marisa. Varios familiares míos opinaban en ese sentido, mientras otros pensaban que disfutaban de más cosas de lo que creemos. Sobre el primer punto diría que el conocimiento de otra sociedad existente, si bien en algún momento pudiera lesionar su ilusión o realidad de una felicidad asentada sobre grandes carencias, no puedo sino afirmar que solo la ignorancia es verdaderamente perjudicial, ya que podría ser tarde para ellos conocer otro mundo una vez instalados y absorbidos por su propia cultura, si es que su situación tiene que cambiar. El segundo punto es ver que conocen, aunque a cuentagotas, los bienes materiales y técnicos que disfrutan los países "desarrollados". Aún más, las escasas ocasiones en que saborean dichos manjares, para nosotros habituales, son para ellos frutos del más dulce placer y como tales los aprecian. Además, y eso nos ha sorpendido, para Lamira casi todo lo que consume en su tierra es mucho mejor que lo de aquí, hasta el punto de que en las últimas semanas ya no sabíamos qué demonios darle de comer, y rechazaba con desdén cualquier producto que no estaba a la altura de lo que ella acostumbraba. Y no hablemos del profundo arraigo familiar; en una hoja escribió los números del 10 al 1, o sea, los días que le quedaban para marcharse, y puntualmente al acabar el día los iba tachando, al tiempo que aumentaba su alegría por ello.
EliminarEste cúmulo de circunstancias y otras muchas me forzó a decir que "Aún no me encuentro en condiciones de valorar, en su justa medida, la experiencia y el alcance de la acogida", es un asunto de gran complejidad.
Gracias por tu apoyo, un abrazo!