De pronto no sentí
el peso de la pluma en la mano. Es que Dios no quería que escribiese lo que iba
a escribir.
El escritor tiene
que estar muy respetado en su acción de escribir, pues tiene que estar lejano a
la monstruosa realidad. Cortarle el pensamiento, tener que oír “hablar de lo
mismo”, es nefasto para él. Tiene que tener la ausencia de lo cotidiano, la
posibilidad del pensamiento en blanco.
No hacer caso de
los mismos admiradores que quieren ambiguarnos, llegar a una promiscuidad de
visita con dialogaciones maliciosas con nuestra musa, lograr lo implazable, lo
que tenga carácter verdadero de aparición…
Si no podéis vivir
bajo ningún cálculo, no tenéis más remedio que estar siempre haciendo cálculos
para ver cómo vais a poder vivir. Este pensamiento constante ha llegado a
eliminar la existencia.
El que cómodamente
se toma la libertad de no pensar, cada vez tiene menos pensamientos. No solo es
que no se llena de pensamiento, sino que se vacía en una proporción de dos de
pérdida por uno de no avanzar.
Yo no me meto en
la vida de mis sueños, y me parece que los sueños del dormir los tiene otro que
no soy yo, un resentido o un iluso que vive parasitario de mí, que, como no le
hago ningún caso, aparece a veces en los sueños.
Los sueños, en una
palabra, no son míos, son de un ansioso vulgar o de un enemigo –la parte
enemiga de uno mismo que se aglomera en un rincón nuestro-, pero no hago ningún
caso a sus insinuaciones y a sus calumnias. Me levanto, me despierto y lo
abandono a él; que siga durmiendo y soñando por su cuenta.
Muerte. El muerto,
durante el velatorio, sueña todo lo que le va a pasar a los suyos hasta que se
extingan. Es el gran sueño que le compensa de la desaparición. No atiende a lo
que sucede, no tiene relación con ello, no es sensible ya a nada, pero aparece
el sueño último. Ve a su mujer en rápida y completa historia de lo que va a
hacer y que conoce el destino mejor que ella, y, sobre todo, lo consolador para
el muerto es que asiste a su muerte, sabe perfectamente cómo va a morir y en
qué corto o largo plazo.
Lo mismo le sucede
con sus hijos. Asiste a todo su historial y ve como se igualan a él en la
muerte que presencia.
Así, igualado con
todos, por saber cómo va a ser su muerte y a qué hora, descansa
definitivamente.
Todo el que no
esté muriéndose no alcanza la explicación del mundo.
¿Vives? –Sí.
¿Mueres? –Sí. ¿Entonces? –Vivo y muero al mismo tiempo. Eso es el vivir.
No dais
importancia a los pasos de los seres, y tienen la importancia de lo que
desaparecerá, de lo que habiendo sido tan evidente, un día no tendrá ninguna
evidencia… Oíd con atención y respeto los pasos.
Un cuadro de
flores puede ser eterno, pero las flores frescas revelan el tiempo que estamos
viviendo, el tiempo que vive y muere, ¡apasionado por eso!
Tenían una vida
que vivir. No como ahora, que no se tiene ninguna vida que vivir, y la que se
tiene nos la pueden quitar los demás de un momento a otro.
La vida acaba
deshilándose, sintiéndose el hilo que se deslía en el corazón y que ya está en
los últimos metros y oscila y se desenrrolla de pronto muy de prisa, y otras
veces se aquieta como si no diese más de sí.
Si entráis en la
máquina de bestialidad del mundo, todas las ruedas os reconocerán, estaréis
bien acoplados y quizá os toque algo de las sobras residuales de la gran
máquina.
El único sobrante
del que podemos responder es el alma. Todo lo demás es saldo combustible y
desgastable, desde el hígado al cerebro, y el tiempo con que contamos tampoco
es dilatable. Solo el alma tiene sobrante, un gran sobrante que se siente y que
es su esencia inmortal.
Ramón Gómez de la Serna – Diario Póstumo