Sobre la Unidad
Nada en el mundo
me inspira una fe tan profunda, ningún concepto es para mí tan sagrado como el
de la unidad, el concepto de que el mundo entero y todo cuanto éste contiene es
una unidad divina, y de que todo el sufrimiento y todo lo malo proviene de que
los individuos ya no nos sentimos partes indisolubles del Todo y damos excesiva
importancia al Yo. He sufrido mucho en mi vida, he obrado mal muchas veces, he
hecho muchas cosas inútiles y crueles, pero siempre he conseguido liberarme,
entregarme y olvidar mi Yo, sentir la unidad, reconocer que la discrepancia
entre lo interno y lo externo, entre el Yo y el mundo es una ilusión, e
incorporarme a la unidad voluntariamente y con los ojos cerrados. Nunca me ha
resultado fácil, nadie puede tener menos inclinación a la santidad que yo; pero
a pesar de ello he reconocido una y otra vez aquel milagro que los teólogos
cristianos designan con el hermoso nombre de “gracia”, aquella divina
experiencia de la reconciliación, de la sumisión, de la entrega voluntaria, que
no es otra cosa que el abandono cristiano del Yo o el reconocimiento hindú de
la unidad. ¡Ah!, pero después volvía a encontrarme totalmente alejado de esta
unidad, volvía a ser un Yo individual, resentido, hostil…
La clase de unidad
que venero no es una unidad aburrida, gris, imaginaria y teórica. Por el contrario,
es la vida misma, llena de acción, de dolor, de risas. Está representada por la
danza del dios Shiva, que baila sobre el mundo hecho pedazos, y por muchas
otras imágenes, pero se resiste a ser representada, comparada. Es posible
entrar en ella en cualquier momento, nos pertenece siempre que carecemos de
tiempo, espacio, conocimiento o ignorancia, siempre que desechamos los
convencionalismos, siempre que nos entregamos con amor a todos los dioses, a
todos los hombres, a todos los mundos, a todas las épocas…
Para mí, la vida
consiste solo en la fluctuación entre dos polos, en el ir y venir de un pilar
del mundo al otro. Desearía subrayar
continuamente y con entusiasmo la bendita diversidad del mundo, y recordar
siempre que esta diversidad se basa en una unidad; querría poner continuamente
de relieve que belleza y fealdad, oscuridad y luz, santidad y pecado solo son
cosas opuestas durante un momento y que siempre acaban fundiéndose entre sí…
Como se sabe, una
parte de las antiguas doctrinas y religiones orientales se basa en la
inmemorial idea de la unidad. La gran diversidad del mundo, el rico y variado
juego de la vida, con sus múltiples formas, está incluido en la unidad divina,
a la cual se remonta. La totalidad de las formas del mundo aparente son consideradas,
no como existentes por sí mismas y necesarias, sino como un juego, un efímero
juego de imágenes que proceden del aliento de Dios y que dan la impresión de
formar el mundo, pero que, en realidad, todas ellas, tú y yo, amigo y enemigo,
hombre y animal, son meras manifestaciones momentáneas, partes encarnadas de la
unidad original, a la cual tienen que volver.
A este concepto de
la unidad, que permite al creyente y al sabio considerar el sufrimiento del
mundo como algo pasajero e insignificante y liberarse de él mientras va en pos
de dicha unidad, se pone como antítesis la siguiente idea: que pese a la unidad
original, en esta vida solo podemos percibir sus formas, limitadas y aisladas.
Una vez adoptado este punto de vista, el hombre, a pesar de la unidad, es un
hombre y no un animal, unos son buenos y otros malos, y la diversa y múltiple
realidad es un hecho innegable…
Del Alma
En el momento en
que la voluntad descansa y surge la contemplación, el simple ver y entregarse,
todo cambia. El hombre deja de ser útil o peligroso, interesante o aburrido,
amable o grosero, fuerte o débil. Se convierte en naturaleza; es hermoso y
notable como todas las cosas sobre las que se detiene la contemplación pura.
Porque contemplación no es examen ni crítica, solo es amor. Es el estado más
alto y deseable de nuestra alma: el amor desinteresado.
Cuando hemos
alcanzado este estado, ya sea durante minutos, horas o días (conservarlo
siempre sería la total bienventuranza), vemos a los hombres de modo diferente. Ya
no son reflejos o caricaturas de nuestra voluntad; han vuelto a ser naturaleza.
Hermoso y feo, joven y viejo, bueno y malo, franco y reticente, duro y blando
ya no son antónimos, no son medidas. Todos son hermosos, todos son notables,
ninguno puede ser despreciado, odiado o incomprendido.
Del mismo modo
que, desde el punto de vista de la contemplación pura, todo en la naturaleza no
es más que un conjunto de formas diversas de la vida inmortal, eternamente
procreadora, así el papel y la misión del hombre han de designarse como su
alma. Ciertamente el alma está por doquier, es posible en todas partes y en
todas partes se intuye y se desea… Es en el hombre donde ante todo buscamos. La
buscamos donde es más visible, donde sufre y actúa. Y el hombre se nos revela como
el centro del mundo, la provincia especial cuya misión es desarrollar el alma…
Así pues, la humanidad entera se nos aparece como una representación del alma… En
el hombre veo ante todo aquella forma y posibilidad de expresión de la vida que
llamamos “alma”, y que los hombres no solo apreciamos como una fuerza vital
entre otras muchas, sino como algo extraordinario, escogido, altamente
desarrollado, como una meta final… Así el prójimo es, para nosotros, el objeto
de contemplación más noble, elevado y valioso…
“Nuestra conducta
en la vida no depende tanto de nuestros pensamientos como de nuestras
creencias. Yo no creo en ningún dogmatismo religioso ni tampoco en un Dios que
ha creado a los hombres y les ha capacitado para el progreso de matarse primero
a golpes de hacha y después con armas atómicas, y ahora está orgulloso de
ellos. Por lo tanto, no creo que esta sangrienta historia universal tenga un
“sentido” a nivel de un superior regente divino, que nos prepare con ella algo
incomprensible para nosotros, pero divino y sublime. Sin embargo, tengo una fe,
una sabiduría o una intuición convertida en instinto, acerca del sentido de la
vida. De la historia universal no puedo decidir que el hombre sea bueno, noble,
pacífico y altruista, pero creo, y además, sé con certeza, que entre las
posibilidades que tiene a su alcance se encuentran también esa noble y hermosa
posibilidad, la tendencia hacia el bien, la paz y la belleza, que pueden
florecer en circunstancias favorables, y si esta fe tuviera necesidad de una
confirmación, la encontraría en la historia universal, junto a los
conquistadores, dictadores, guerreros y lanzadores de bombas, en las
apariciones de Buda, Sócrates, Jesús, los escritos sagrados de los hindúes,
judíos, chinos y todas las maravillosas obras del espíritu humano en el mundo
del arte. Una cabeza de profeta en el pórtico de una catedral, un par de
acordes en la música de Monteverdi, Bach, Beethoven, un trozo de lienzo de
Guardi o de Renoir, son suficientes para contradecir todo el terreno bélico de
la brutal historia universal y presentar otro mundo espiritual y dichoso. Y por
añadidura, las obras artísticas tienen una duración mucho más segura y
prolongada que las obras de la violencia, a las que sobreviven muchos milenios”.
Hermann Hesse - Mi Credo
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