lunes, 21 de enero de 2013

Practicando el Ser esencial (Dürckheim)





El hombre justo es aquel que, en el mundo, manifiesta en toda libertad y en una conciencia lúcida al SER, presente en su SER esencial, que se expresa por el resplandor de la vida interior, por lo que a través de su manera de estar emana de él, y por la bendición que acompaña todos sus actos.
El estado que permite al hombre cumplir esta misión es aquél en el que el SER puede manifestarse en su Plenitud, en su Orden y en su Unidad. Tal estado no es posible que aparezca de pronto en su totalidad: se hace presente primero como personalidad existencial que, al estar orientada únicamente hacia la existencia de fuera, impide la toma de conciencia del SER esencial.

Se hace, pues, necesario desmantelar esta personalidad exterior “natural”, cuyo centro es el pequeño yo. Ese yo no se interesa sino por sí mismo y por la posibilidad de existir en el mundo sin contratiempos. No le importa la posibilidad de madurar, nacida del SER esencial, por lo que se afirma en el mundo en una conciencia y tendente a encuadrar la vida en nociones y principios rígidos. El hombre se instala así en el mundo, de un modo racional, manejándose en él en función de un fin, evaluándolo solo de cara a valores firmemente establecidos. Esa actitud es precisamente lo que en la conciencia encubre el SER. El centro de tal estado es un yo que fija y distingue, sin tener otro interés que el de su propia aspiración existencial.

El hombre se separa de la comunicación inconsciente con la Unidad de la Vida y se enfrenta a la existencia ávido por afirmarse, pues no tiene confianza sino en sí mismo. Esta posición rígida lleva inevitablemente a la ruptura con la Unidad de la Vida, encontrando en su lugar oposición entre el yo existencial y el Ser esencial. Surgida del “fondo”, se desarrolla en él una forma de vida independiente, encaminada exclusivamente a vivir según la concepción del mundo que se basa en lo que es fijo; ello le impide desastrosamente madurar, transformarse y crecer, proceso propio de su Ser esencial. Sin embargo, no puede existir sin ese yo que maneja el mundo sirviéndose de nociones fijas.

Es, por ello, necesario, que el hombre logre desarrollar un modo de ser en que su yo quede preservado, y a la vez hacerse permeable al SER que trasciende las posibilidades del yo. Podrá así devenir un hombre auténtico en el verdadero sentido del término, una Persona a través de la cual se manifestará el SER en la existencia. Alcanzar esta forma de presencia requiere un continuo ejercicio, que exige comprender lo cotidiano como práctica espiritual.



La maestría libera al hombre del yugo de su yo, inquieto por el logro del éxito. Le da la posibilidad de hacerse independiente de la necesidad de ser aprobado por el mundo, por lo que queda así abierta la vía interior. No es solo una técnica lo que se domina, sino que al hacerse el hombre diestro en el ejercicio que conduce al “saber hacer” puede ponerse al servicio de la obra interior: afirmar y mantener, en toda circunstancia, la actitud que corresponde a la vocación de ser humano. A partir de ahí, lo cotidiano no será ya ni gris ni apagado, sino que se convierte en aventura del alma. Aquello que se repite y repite exteriormente se transforma en manantial interior; el campo de la costumbre se hace “espacio” de nuevos descubrimientos, y del gesto mecánico brota el impulso creador que transforma al hombre.

Solo aquello que experimentamos, solo aquello que nos cala hondo y remueve es lo que nos fuerza a seguir por ese camino, y será gracias a una experiencia del SER como, un buen día, descubriremos de pronto que todo el contenido de nuestro enfoque habitual del mundo no es, en definitiva, sino el propio SER. El SER único se quiebra cuando pasa a través del prisma de ese yo que lo fija todo, que conoce únicamente a través de los opuestos y que solo se orienta con lo que es objetivo. Cada situación de la vida nutrirá la evolución hacia el hombre justo. Porque hombre justo es aquel que no solamente oye la voz de su Ser en su interior, sino que también le corresponde por su manera de estar, en lo cotidiano.

Cuanto más receptivo se vaya haciendo el hombre a las demandas de su Ser esencial, mejor irá aceptando el abrirse a la verdad. Aquél que se busca seriamente a sí mismo, reconocerá antes que otros que su visión estrecha, y su comportamiento, se están oponiendo a la manifestación de su Ser esencial. Se servirá de aquellos medios que le permitan ir transformando este comportamiento, a la vez que continúa su camino. Así es como lo cotidiano se hace práctica.

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La práctica en el camino interior es ante todo un ejercicio tendente a vivir disponible al Ser esencial que el hombre siente en su interior, pues es ahí donde le habla y le llama. De la mañana a la noche, el mundo nos solicita hacia el exterior, ese mundo que quiere ser reconocido y conquistado. Nuestro Ser nos solicita de y hacia el interior.
El mundo exige de nosotros el saber y el poder. El Ser nos pide olvidar, siempre de nuevo, cuanto sabemos y podemos para así ir madurando.
El mundo exige siempre el “hacer”. El Ser nos pide simplemente dejar que se haga, admitiendo lo que es justo.
El mundo nos presiona y mantiene en vilo para que nada se venga abajo. El Ser esencial exige que, de cara a Él, el hombre no se apegue a nada, para así evitar que, al pararse, se falte a sí mismo.
El mundo nos empuja a la habladuría, a una continua agitación. El Ser nos pide el ser silenciosos y el hacer “como si no se hiciera".
El mundo nos obliga a pensar en la estabilidad. El Ser nos invita a, siempre de nuevo, osar.
El mundo se somete cuando el hombre le comprende y reconoce. El Ser no se da sino cuando el hombre soporta lo inconcebible. El sostén que aporta el Ser se revela solo cuando el hombre se suelta del soporte que le mantiene en el mundo.

La práctica en lo cotidiano requiere, en todo, recogimiento y conversión. Es, pues, necesario desasirse y admitir el Ser esencial. Y, si un día, el hombre descubre el más profundo núcleo de sí mismo y si, en él, se despierta el Ser, percibirá, en plena actividad en el mundo, el Ser esencial de las cosas y se encontrará con el Ser en todo lo del mundo.




Karlfried Graf Dürckheim – Práctica del Camino Interior

2 comentarios:

  1. Como en todo, mejor siempre llevar un ten con ten, intentar llegar al equilibrio de la manera menos dificultosa y más llevadera. Y seguir creciendo para hacernos mejores personas.
    Un besote

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    1. Se me ocurre una puntualización, no sé si acertada, sobre lo que dices de "intentar llegar al equilibrio de la manera menos dificultosa y más llevadera". Mas que llegar diría yo intentar "estar" en equilibrio en todas las situaciones. En ese equilibrio se puede estar en cuanto des plazamos nuestro centro de gravedad, que normalmente se fija y estanca en el yo, habitualmente desequilibrado, hacia el Ser esencial interior, manifestación de todas las perfecciones, que no juzga, ni compara, ni sufre, ni se halla sujeto a los vaivenes del mundo. Cuanto más frecuente sea este "sumergirse" y dejarse llevar por nuestra verdadera esencia, menos dificultoso será "residir" en él y más llevadero el "regreso" obligado a nuestro yo existencial, ya que nos damos cuenta de que podemos "apartarnos" por momentos de ese "yo" y reencontrarnos con el auténtico Ser, ayudándonos con las técnicas milenarias de respiración, relajación y meditación. Esa nueva visión de la realidad que vamos adquiriendo nos posibilita "actuar" con más justeza y equilibrio en lo cotidiano.

      Disculpa esta excursión metafísica, Marisa, pero me rondaba también el tema de la próxima entrada.

      Un abrazo

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