El
amor es el vínculo, el principio de medición entre el ser perfecto y el
imperfecto, entre el ser pecaminoso y el puro, entre la ley y el corazón, entre
lo divino y lo humano.
El
amor es Dios mismo y fuera del amor no hay Dios.
El
amor hace del hombre un Dios y convierte a Dios en un hombre.
El
amor fortifica lo débil y debilita lo fuerte, humilla lo altivo y eleva lo
humilde, espiritualiza la materia y materializa el espíritu.
El
amor es la unidad verdadera entre el dios y el hombre, entre el espíritu y la
naturaleza.
En
el amor, la naturaleza ordinaria se vuelve espíritu y el espíritu noble se
vuelve naturaleza.
Amor,
visto desde el punto de mira del espíritu, significa anular el espíritu; visto
desde el punto de la materia significa anular la materia.
El
amor es materialismo; un amor inmaterial carece de sentido. En el afán del amor
hacia un objeto remoto, afirma el idealista abstracto, contra su voluntad, la
realidad de la sensualidad. Pero al mismo tiempo el amor es el idealismo de la
naturaleza; el amor es espíritu. Solo el amor convierte al ruiseñor en un cantor; solo el amor adorna
los órganos de reproducción de la planta con un cáliz. Pero ¡cuántos milagros
produce el amor en la vida diaria! Lo que separa la fe, la confusión, la
locura, lo une el amor. Lo que los antiguos místicos decían de Dios expresando
que sería el ser más sublime y, sin embargo, más ordinario, esto vale en
realidad del amor y no de un amor soñado e imaginario sino del amor real, del
amor que consta de carne y de sangre.
Es
por la conciencia del amor por la cual el hombre se reconcilia con Dios o más
bien consigo mismo, o sea, con su ser que se le enfrenta en la ley, como si
fuera otro ser.
¿Es
Dios todavía algo fuera del amor; un ser diferente del amor? Dios, el amor, se
convierte en una cualidad personal aunque sea esencial; pero en el espíritu y
en el alma solo tiene el rango de un sujeto, no de la esencia; se convierte en
una cosa secundaria y se esfuma de la vista como algo accidental. Dios se me
presenta bajo otra forma que la del amor, se me presenta en forma de la
omnipotencia, de una fuerza sombría no ligada por el amor. Mientras que el amor
no sea elevado al rango de una substancia y de una esencia, existirá en el
fondo del amor un sujeto que, también sin el amor, puede ser un monstruo, un
ser demoníaco cuya personalidad difiere del amor.
Pero,
sin embargo, el amor determina a Dios a despojarse de su divinidad. Pero no por
su divinidad como tal, sino por el amor; luego es el amor una potencia y una
verdad superior a la divinidad. El amor vence a Dios. Era el amor al cual Dios
sacrificaba su majestad divina y ¿qué clase de amor era? ¿Acaso era otro que el
amor nuestro, al cual nosotros sacrificamos nuestros bienes y nuestra sangre?
¿Era acaso el amor a sí mismo, a sí mismo como a Dios? No, era el amor hacia el
hombre, ¿pero no es el amor al hombre un amor humano? ¿Puedo yo amar al hombre
sin amarlo humanamente, sin amarlo así como él mismo ama si es que ama de
verdad? ¿De lo contrario, no sería el amor acaso un amor diabólico? Pues hasta
el diablo ama al hombre, pero no por amor al hombre, sino por amor a sí mismo,
es decir, por egoísmo, para aumentar y extender su poder. Pero Dios, al amar al
hombre, lo ama por amor al hombre mismo, para hacerlo bueno, feliz y santo.
¿Acaso no ama entonces al hombre de tal manera como el hombre verdadero ama al
hombre?
Porque
aunque exista un amor egoísta entre los hombres, el amor verdadero, humano, que
solo es digno de este hombre, es aquel que sacrifica lo que tiene por amor
hacia el prójimo. ¿Quién es por lo tanto nuestro redentor y reconciliador?
¿Dios o el amor? Es el amor, porque no
Dios como Dios nos ha redimido, sino el amor que está por encima de la
diferencia entre la personalidad divina y la humana. Así como Dios ha
renunciado a sí mismo por amor, así también nosotros por amor deberíamos
renunciar a Dios; porque si no sacrificamos a Dios el amor, tendríamos, a pesar
del predicado del amor, aquel Dios que es digno del fanatismo religioso. Pues toda
religión que reclama para sí este nombre, supone que Dios no es indiferente
frente a los seres que lo adoran, que por lo tanto lo humano no le es ajeno,
que él, como objeto de la veneración humana, es un Dios humano. Cada oración es
una encarnación de Dios. En la oración, yo hago descender a Dios a la miseria
humana, lo hago participar de mis sufrimientos y necesidades.
Dios
ama al hombre -esto quiere decir: Dios sufre por el hombre-. El amor no es
concebible sin sentimiento, sin compasión; ¿tengo yo acaso compasión de un ser
que no siente? No, solo siento para los que sienten y solo por aquello que yo
siento en mí mismo, cuyo sufrimiento yo mismo puedo sentir. La compasión supone
seres iguales.
La
teología, que insiste en sus determinaciones metafísicas con respecto a la
eternidad, niega la posibilidad de que Dios sufra, pero con ello mismo niega
también la verdad de la religión. Pues el hombre religioso cree en una
participación verdadera del ser divino en sus sufrimientos y necesidades, cree
en una voluntad de Dios, que se deja determinar por la fuerza del corazón.
Es
la inconsecuencia más grande rechazar como humano e indigno la idea de un Dios
que se deja determinar por la oración, vale decir, por la fuerza del
sentimiento.cuando se cree en un ser objeto de la veneración, de la oración,
del sentimiento, en un ser que es amante y que tiene como causa principal de su
esencia el amor, entonces se cree también que aquel ser tiene un corazón psíquico
y humano.
Y
el amor que atribuye a Dios por el sentimiento religioso, es un amor propio,
real y verdadero, no solamente imaginado y supuesto. Dios es amado y ama a su
vez, solo en el amor divino se objetiva y se afirma, pues, el amor humano. En Dios
solo se ahonda el amor.
En
esto reside la expresión más sublime de la encarnación: el ser supremo se
humilla por amor hacia el hombre. ¿Cómo puede apreciarse el amor del hombre en
una forma más sublime que cuando Dios, por amor al hombre, se convierte en el
objeto final del amor divino? El amor de Dios me hace amar; el amor de Dios al
hombre es la causa del amor de los hombres hacia Dios: el amor divino causa y
despierta el amor humano.
¿Qué
es por lo tanto lo que yo quisiera en Dios? Es el amor, el amor hacia el
hombre. ¿Pero si yo amo y adoro al amor con que Dios ama a los hombres, no amo
yo entonces al hombre, no es mi amor hacia Dios, indirectamente, también un
amor hacia el hombre? ¿No es el amor de Dios hacia el hombre el amor del hombre
hacia sí mismo?
Ludwig
Feuerbach – La Esencia
del Cristianismo