La cultura debe ser para todos, debe llegar a todos;
pero, antes de propagarla, será preciso hacerla. No pretendamos que el vaso
rebose antes de llenarse. Sobre todo, no olvidemos que la cultura es
intensidad, concentración, labor heroica y callada, pudor, recogimiento, antes,
muy antes, que extensión y propaganda.
Los
partidarios de un aristocratismo cultural piensan que mientras menor sea el
número de aspirantes a una cultura superior, más seguros estarán ellos de
poseerla como privilegio. El Estado debe sentirse revolucionario atendiendo a
la educación del pueblo, de donde salen los sabios y los artistas.
El
señoritismo ignora y se complace en ignorar la insuperable dignidad del hombre.
El pueblo, en cambio, la conoce y la afirma; en ella tiene su cimiento más
firme la ética popular.
La zona más
rica de nuestras almas es aquella que suele estar vedada al conocimiento por
nuestro amor propio. La pedantería va escoltando al saber tan frecuentemente
como la hipocresía a la virtud, y es, en algunos casos, un ingenuo tributo que
rinde la ignorancia a la cultura.
Tenemos un pueblo maravillosamente dotado para la
sabiduría, en el mejor sentido de la palabra: un pueblo a quien no acaba de
entontecer la clase media, entontecida a su vez por la indigencia científica de
nuestras universidades y por el pragmatismo eclesiástico, enemigo siempre de
las altas actividades del espíritu.
Es muy
posible que muchas cosas en España estén mejor por dentro que por fuera, y que
la crítica del propio escupitajo sobre lo nuestro no solo nos aparte de su
conocimiento, sino que acabe por asquearnos de nosotros mismos.
Estamos
abocados a una catástrofe moral de proporciones gigantescas, en la cual solo
queden en pie las virtudes cínicas. Los políticos tendrán que aferrarse a ellas
y gobernar con ellas. Nuestra misión es adelantarnos por la inteligencia a
devolver su dignidad de hombre al animal humano.
La inteligencia ha de servir siempre para algo,
aplicarse a algo, aprovechar a alguien. Si averiguáramos que la inteligencia no
sirve para nada, mucho menos entonces la exhibiríamos en ejercicios superfluos.
Que exista una gimnástica intelectual que fortalezca y agilite
intelectualmente, es muy posible. Pero sería para nosotros una actividad
privada, de puro utilitaria y egoísta, nunca para exhibirla en público.
El hombre
que sabe hacer algo de un modo perfecto –un zapato, un sombrero, una guitarra,
un ladrillo- no es nunca un trabajador inconsciente, sino un artista que pone toda
su alma en cada momento de su trabajo.
¿Tu verdad? No, la verdad, y ven conmigo a buscarla.
En mi soledad he visto cosas muy claras que no son
verdad.
Busca a tu complementario, que marcha siempre
contigo, y suele ser tu contrario.
Confiemos en que no será verdad nada de lo que
pensemos.
Cuando una cosa está mal…, debemos imaginamos en su
lugar otra que esté bien; si encontramos, por azar, algo que esté bien,
intentemos pensar algo que esté mejor. Y a partir siempre de lo imaginado, de
lo supuesto, nunca de lo real.
Mas nadie logrará ser el que es, si antes no logra
pensarse como no es.
Por mucho que un hombre valga, nunca tendrá valor
más alto que el de ser un hombre.
No hemos de incurrir nunca en el error de tomarnos
demasiado en serio.
Siempre que advirtáis un tono seguro en mis
palabras, pensad que os estoy enseñando algo que creo haber aprendido del
pueblo.
Confieso mi escasa simpatía hacia aquellos
pensadores que parecen estar siempre seguros de lo que dicen.
Vivir es devorar tiempo: esperar, y por muy
trascendente que quiera ser nuestra espera, siempre será espera de seguir
esperando.
Es lástima que sean siempre los mejores propósitos
aquellos que se malogran, mientras prosperan las ideicas de los tontos,
arbitristas y revolvedores de la peor especie
¿Qué son
las corridas de toros? ¿Qué es esa afición taurina, esa afición al espectáculo
sangriento de un hombre sacrificando a un toro, con riesgo de su propia vida? Y
un matador, que no es un matarife, ni un verdugo, ni un simulador de ejercicios
cruentos, ¿qué es un matador, una espada, tan hazañoso como fugitivo, un ágil y
esforzado sacrificador de reses bravas, mejor diré de reses enfierecidas para
el acto de su sacrificio? Si no es un loco, ¿será acaso un sacerdote? No parece
que pueda ser otra cosa. ¿Y al culto de qué dioses se consagra?
Las
corridas de toros nunca me han divertido. En realidad, no pueden divertirme, y
yo sospecho que no divierten a nadie, porque constituye un espectáculo
demasiado serio para diversión. No son un juego, un simulacro más o menos
alegre, más o menos estúpido, que responda a una actividad de lujo, tampoco un
ejercicio utilitario; menos un arte, puesto que nada hay en ello de ficticio o
de imaginado. Son esencialmente un sacrificio. La afición taurina es, en el
fondo, pasión taurina; mejor diré fervor taurino, porque la pasión propiamente
dicha es la del toro.
Nadie entre en esta escuela que crea saber nada de
nada. Porque la finalidad de nuestra escuela consistiría en revelar al pueblo,
quiero decir al hombre de nuestra tierra, todo el radio de su posible actividad
pensante, toda la enorme zona de su espíritu que pueda ser iluminada y, por
consiguiente, oscurecida; en enseñarle a repensar lo pensado, a desaber lo
sabido, y a dudar de su propia duda, que es el único modo de empezar a creer en
algo.
Que nadie
entre en nuestra escuela que no se atreva a despreciar en sí mismo tantas
cuantas cosas desprecia en su vecino, o que sea incapaz de proyectar su propia
personalidad en la pantalla del ridículo.
Porque el poeta no sacará nunca la poesía de la
poesía misma. Crear es sacar una cosa de otra, convertir una cosa en otra, y la
materia sobre la cual se opera no puede ser la obra misma. Así, el hombre
consagrado a la poesía y no a las mil realidades de la vida, será el más grave
enemigo de las musas.
Poesía será
el residuo obtenido después de una delicada operación crítica, que consiste en
eliminar de cuanto se vende por poesía todo lo que no lo es.
Los grandes
filósofos son poetas que creen en la realidad de sus poemas.
Las obras
poéticas realmente bellas rara vez tienen un solo autor. Son obras que se hacen
solas, a través de los siglos y los poetas.
La poesía,
aun la más amorfa y negativa, era siempre un acto vidente, porque el poeta
cree siempre en lo que ve, cualesquiera que sean los ojos con los que mire.
Para el
poeta solo hay un ver y cegar, un ver que se ve, pura evidencia, que es el ser
mismo, y un acto creador, necesariamente negativo, que es la misma nada.
Antonio Machado – Juan de Mairena. Sentencias,
donaires, apuntes y recuerdos de un profesor apócrifo
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