Andalucía, que no ha mostrado nunca pujos ni
petulancias de particularismo; que no ha pretendido nunca ser un Estado aparte,
es, de todas las regiones españolas, la que posee una cultura más radicalmente
suya. Entendamos por cultura un sistema de actitudes ante la vida que tenga
sentido, coherencia, eficacia. La vida es primeramente un conjunto de problemas
esenciales a que el hombre responde con un conjunto de soluciones: la cultura. Y
es curioso advertir que cada cultura positiva consigue resolver cierto número
de cuestiones vitales mediante el previo abandono y renuncia a resolver las
restantes. De suerte que, (el andaluz) del defecto ha hecho una virtud, y si ha
logrado algo o mucho ha sido por aceptar alegremente su carácter fragmentario. La
cultura andaluza vive de una heroica amputación: precisamente de amputar todo
lo heroico de la vida.
La andaluza es una cultura campesina, es decir,
agraria. No es lo peculiar de ésta que el hombre cultive el campo, sino que de
la agricultura hace principio e inspiración para el cultivo del hombre. En Andalucía
se ha despreciado siempre al guerrero. Consecuencia de este desdén a la guerra
es que Andalucía haya intervenido tan poco en la historia cruenta del mundo. ¿Qué
papel ha sido el de Andalucía en este orden de la historia?: se ha dejado
conquistar por todo el que ha querido. Al ataque brutal oponen su blandura; su
táctica es la del colchón: ceder. Tanto, que el invasor no encuentra fuerza
donde apoyar su ímpetu y cae por sí mismo en la deliciosa blandura.
Andalucía ha
caído en poder de todos los violentos mediterráneos, sin ensayar la
resistencia. Su táctica fue ceder y ser blanda. De este modo acabó siempre por
embriagar con su delicia el áspero ímpetu del invasor. El olivo bético es símbolo
de paz como norma y principio de cultura.
Vive el andaluz en una tierra grasa, ubérrima, que
con mínimo esfuerzo da espléndidos frutos. Pero además el clima es tan suave,
que el hombre necesita muy pocos de estos frutos para sostenerse sobre el haz
de la vida.
Mientras creamos
haberlo dicho todo cuando acusamos al andaluz de holgazanería, seremos indignos
de penetrar el sutil misterio de su alma y su cultura. Se dice pronto “holgazanería”,
pero el andaluz lleva unos cuatro mil años de holgazán, y no le va mal. La famosa
holgazanería andaluza es precisamente la fórmula de su cultura. La cultura no
consiste en otra cosa que en hallar una ecuación con que resolvamos el problema
de la vida. Pero el problema de la vida se puede plantear de dos maneras
distintas. Si por vida entendemos una existencia de máxima intensidad, la
ecuación nos obligará a afrontar un esfuerzo máximo. Pero reduzcamos
previamente el problema vital, aspiremos a una “vita minima”; entonces, con un
mínimo esfuerzo obtendremos una ecuación tan perfecta como la del pueblo más
hazañoso. Este es el caso del andaluz. Su solución es profunda e ingeniosa. En vez
de aumentar el haber, disminuye el debe; en vez de esforzarse para vivir, vive para no esforzarse,
hace de la evitación del esfuerzo principio de existencia.
Podrá en el andaluz ser la pereza también un defecto y un vicio; pero
antes que vicio y defecto, es nada menos que su ideal de existencia. Esta es la
paradoja que necesita meditar todo el que pretenda comprender a Andalucía: la
pereza como ideal y como estilo de cultura. Si sustituimos el vocablo pereza
por su equivalente “mínimo esfuerzo”, la idea no varía, y cobra, en cambio, un
aspecto más respetable. Pero no exageremos la indolencia de los andaluces. A la
postre, vienen a hacer todo lo que es necesario, y su pereza no excluye por
completo la labor, sino es más bien el sentido y el aire que adopta su trabajo.
Es la pereza el postrer residuo que nos queda del
Paraíso, y Andalucía el único pueblo de Occidente que permanece fiel a un ideal
paradisíaco de la vida. Hubiera sido imposible tal fidelidad si el paisaje en
que está alojado el andaluz no facilitase ese estilo de existencia. Para el
hombre que llega del Norte es la luminosidad y gracia cromática de la campiña
andaluza un terrible excitante que le induce a una vida frenética. No cae en
cuenta que el andaluz aprovecha en sentido inverso las ventajas de su “medio”. El
pueblo andaluz posee una vitalidad mínima, la que buenamente le llega del aire
soleado y de la tierra fecunda. Reduce al mínimo la reacción sobre el medio
porque no ambiciona más y vive sumergido en la atmósfera como un vegetal. La vida
paradisíaca es, ante todo, vida vegetal. Con sus raíces recibe el nutrimiento
telúrico, con sus hojas bebe del sol y del viento. Vivir es a un tiempo,
recibir de fuera el sustento y gozarse al recibirlo.
A un andaluz le parecen absurdos la manera de
trabajar y la manera de divertirse (de otros pueblos), ambas sin mesura,
desintegrada la una de la otra. Por su parte, prefiere trabajar poco, y también
divertirse sobriamente, pero haciendo a la vez lo uno y lo otro, infusas las
dos operaciones en un gesto único de vida que fluye suavemente, sin
interrupciones ni sobresaltos. Para los nativos, la fiesta es siempre un poco
fiesta y no lo es del todo nunca.
La vida
andaluza excluye toda exaltación y se caracteriza por el fino cuidado de
rebajar un tono lo mismo la pena que el placer. Lo que subraya y antepone es
precisamente el tono menor de la vida, el repertorio de mínimas y elementales delicias
que pueden extenderse, sin altos ni bajos, con perfecta continuidad, por toda
la existencia. En el Paraíso no se comprende goces intensos, concentrados frenéticamente
en puntos del tiempo, a que siguen horas de vacío o de amargor.
El andaluz tiene un sentido vegetal de la existencia
y vive con preferencia en su piel. El bien y el mal tienen ante todo un valor
cutáneo: bueno es lo suave, malo lo que roza ásperamente. Su fiesta auténtica y
perenne está en la atmósfera, que penetra todo su ser, da un prestigio de luz y
de ardor a todos sus actos y es, en suma, el modelo de su conducta. El andaluz
aspira a que su cultura se parezca a su atmósfera.
Vive, pues, este pueblo referido a su tierra,
adscrito a ella en forma distinta y más esencial que ninguno otro. El andaluz
se siente mero usufructuario de esa delicia terrena, y en este sentido, se cree
un pueblo privilegiado. Todo andaluz tiene la maravillosa idea de que ser
andaluz es una suerte loca con que ha sido favorecido: Dios le ha adscrito al
mejor rincón del planeta. Frente al hombre de la “tierra prometida”, es el
hombre de la “tierra regalada”, el hijo de Adán a quien ha sido devuelto el
Paraíso.
Para el
andaluz es vivir en Andalucía el ideal, consciente ideal. Porque ser andaluz es
convivir con la tierra andaluza, responder a sus gracias cósmicas, ser dócil a
sus inspiraciones atmosféricas.
Este ideal –la tierra andaluza como ideal- es tan básico
y elemental, tan previo a toda otra cosa, que el resto de la vida, al
producirse sobre él, nace ya ungido y saturado de idealidad. De aquí que toda
la existencia andaluza posea ese divino aire de idealidad que la estiliza de
gracia. El andaluz es egregio en lo que se hace y se dice cada minuto, el gesto
impremeditado, el uso trivial… Pero este pueblo, donde la base vegetativa de la
existencia es más ideal que en ningún otro, apenas si tiene otra idealidad. Fuera
de lo cotidiano, el andaluz es el hombre menos idealista que conozco.
(Se detiene en aclarar el profesor Ortega que
debemos entender por “sentido vegetal de la existencia” más bien como que “su actividad espiritual
exalta y pule el plano vegetativo de la existencia”. Hay que destacar que en
este insigne autor se armonizan a la perfección filosofía y poesía, realismo y
metáfora. Bajo este aspecto habría que entender sus alusiones a la pereza y la
holgazanería, con una intención y sentido más profundos que el mero tópico, dado
por supuesto por todo aquel que desconozca esta tierra y no haya compartido
vivencialmente los entresijos del “ser” andaluz.)
Ortega y Gasset – Teoría de Andalucía
¡Un OLÉ bien grande por Andalucía!
ResponderEliminarDe parte de una "medio" andaluza ;-D
Besotes
Ya te dije una vez que eres 100% andaluza en tu decir y sentir; y es que un poquito de sangre andaluza convierte a uno completamente, no importa donde se encuentre.
ResponderEliminarUn abrazo.