Parece claro que nuestros gobernantes actuales han estudiado muy a fondo y llevado a cabo puntualmente estas palabras, casi proféticas, del insigne filósofo.
Una vez que los hombres comenzaron a cometer y sufrir injusticias, y a probar las consecuencias de estos actos, decidieron, los que no tenían poder para evitar los perjuicios ni para lograr las ventajas, que lo mejor era establecer mutuos convenios con el fin de no cometer ni padecer injusticias. Y empezaron a dictar leyes, y llamaron legal y justo a lo que la ley prescribe. He aquí la esencia de la justicia, término medio entre el mayor bien, que es el no sufrir su castigo quien comete injusticia, y el mayor mal, el de quien no puede defenderse de la injusticia que sufre. La justicia, situada entre estos dos extremos, es aceptada no como un bien, sino algo que se respeta por impotencia para cometer la injusticia.
¿Crees
que un estado, o un ejército, o unos piratas, o unos ladrones, sea cual sea la
empresa injusta a que vayan en común, pueden llevarla a cabo haciéndose
injusticia los unos a los otros? ¿No la realizarían mejor sin hacerse
injusticia? Porque la injusticia produce sediciones, y odios y luchas de unos
contra otros, mientras que la justicia trae concordia y amistad. Siendo propio
de la injusticia el meter odio dondequiera que esté, ¿no ocurrirá que al
producirse los lleve a odiarse recíprocamente y a dividirse y a quedar impotentes
para realizar nada en común?
Del
mismo modo, si ha de ser un hombre auténticamente malo, debe realizar con
destreza sus malas acciones y pasar inadvertido con ellas. Y al que se deje
sorprender en ellas, hay que considerarlo inhábil, pues no hay mayor perfección
en el mal que el parecer bueno no siéndolo. Hay, pues, que dotar al hombre
perfectamente injusto de la más perfecta injusticia, dejándole que, cometiendo
las mayores fechorías, se gane la más intachable reputación de bondad.
Si tal vez fracasa en algo, sea capaz de
enderezar su yerro; pueda persuadir con sus palabras, si hay quien denuncie
alguna de sus maldades; y si es preciso empleen la fuerza, que sepa hacerlo
valiéndose de su vigor y valentía y de las amistades y medios con que cuenta. Ya
hemos hecho así al malo.
Ahora
imaginemos que colocamos junto a él la imagen del justo, un hombre simple y
noble, dispuesto no a parecer bueno, sino a serlo. Quitémosle la apariencia de
bondad, porque si parece ser justo, tendrá honores y recompensas por parecer
serlo, y entonces no veremos claro si es justo por amor de la justicia en sí o
por las honras. Hay que despojarle de todo, excepto de la justicia. Que sin
haber cometido la menor falta, pase por ser el mayor criminal para que, puesta
a prueba su virtud, salga airoso del trance y que llegue imperturbable al fin
de su vida tras de haber gozado siempre inmerecida reputación de maldad. Así,
llegados los dos al último extremo, de justicia el uno, de injusticia el otro,
podremos decidir cuál de ellos es el más feliz.
Los
justos se nos muestran como más discretos, mejores y más dotados para obrar, y
los injustos como incapaces para toda acción en común. En efecto, si fueran
totalmente injustos, no se perdonarían unos a otros; evidentemente, hay en
ellos cierta justicia que les impide hacerse injuria recíprocamente al mismo
tiempo que van a hacérsela a los demás, y por esa injusticia consiguen lo que
consiguen, y se lanzan a sus atropellos corrompidos, solo a medias por la
injusticia, ya que los totalmente malvados y completamente injustos son también
completamente impotentes para obrar.
Si hubiese quien se negara a cometer jamás
injusticia y a poner mano en los bienes ajenos, le tendrían por el ser más
miserable y estúpido del mundo, aunque no por ello dejarían de ensalzarle en
sus conversaciones.
Hablo
así en nombre de quienes prefieren la injusticia a la justicia; dirán éstos
que el justo será flagelado, torturado, encarcelado, y tras haber padecido toda
clase de males, será al fin empalado y aprenderá de este modo que no hay que
querer ser justo, sino solo parecerlo. En cuanto al injusto, dirán que es quien
en realidad se ajusta su conducta a la verdad y no a las apariencias, pues
desea no parecer injusto, sino serlo, y mandar en el estado apoyado por su
reputación de hombre bueno, y obtener de todo ventajas y provechos por su propia
falta de escrúpulos para cometer el mal. Si se ve envuelto en procesos podrá
vencer en ellos y quedar encima de sus adversarios, y al resultar vencedor se
enriquecerá y podrá beneficiar a sus amigos y dañar a sus enemigos.
Dicen
también que, generalmente, resulta más provechoso lo injusto que lo justo, y
están siempre dispuestos a considerar feliz y honrar sin escrúpulos al malo que
es rico o goza de cualquier otro género de poder y, al contrario, a despreciar
y mirar por encima del hombro a quienes sean débiles en cualquier aspecto o
pobres, aún reconociendo que éstos son mejores que los otros.
¿Qué
efecto hemos de pensar que producirán estas palabras en las almas de aquellos jóvenes
que las escuchen y que, bien dotados naturalmente, sean capaces de extraer de
todas ellas conclusiones acerca de la clase de persona que hay que ser y el
camino que se debe seguir para pasar la vida lo mejor posible? Un joven
semejante se diría probablemente a sí mismo que no sacará nada de ser justo,
aunque parezca no serlo, nada más que trabajos y desventajas manifiestas. En cambio,
se habla de una “vida maravillosa” para quien, siendo injusto, haya sabido
darse apariencia de justicia. Se rodeará, pues, de una ostentosa fachada que
reproduzca los rasgos esenciales de la virtud. Para pasar inadvertidos, podrá
además organizar conjuras y asociaciones, y también existen maestros de
elocuencia que enseñan el arte de convencer a asambleas populares y jurados, de
modo que podrán utilizar unas veces la persuasión, y otras la fuerza, con el
fin de abusar de los demás y no sufrir el castigo.
¿Qué
razones quedarían para preferir la justicia a la suma injusticia cuando es
posible hacer ésta compatible con una falsa apariencia de virtud?
De
modo que, aun cuando uno pueda demostrar que no es verdad lo dicho y se halle
persuadido de que vale más la justicia, sabrá que nadie es justo por su
voluntad, sino porque su propia hombría u otra debilidad le hacen despreciar el
mal por falta de fuerzas para cometerlo. Y la causa de todo ello es que, de
todos cuantos se glorian de defensores de la justicia, no se ha extendido nadie
lo suficiente en la demostración de que la injusticia es el mayor de los males
que puede albergar en su interior el alma, y la justicia el mayor bien. Pues,
si tal hubiese sido desde un principio el lenguaje de todos, y se hubieran
dedicado desde nuestra juventud a persuadirnos de ello, no tendríamos que andar
vigilándonos mutuamente para que no se cometan injusticias; antes bien, cada
uno sería guardián de su propia persona, temeroso de obrar mal y atraerse con
ello la mayor de las calamidades.
Ese
gobierno basado en la ambición habrá que llamarlo Timocracia o Timarquía, un término
medio entre la aristocracia y la oligarquía. Serán codiciadores de riquezas y
adoradores feroces y clandestinos del oro y la plata, pues tendrán almacenes y
tesoros privados en que mantienen ocultas las riquezas. Serán también
ahorradores de su dinero, como quien lo venera, y amigos de gastar lo ajeno
para satisfacer sus pasiones, y se proporcionarán los placeres a hurtadillas. Ocultándose
de la ley, amigo de los cargos y honras, aunque no base su aspiración al mando
en su elocuencia, sino en sus hazañas guerreras. Esas personas ambiciosas y
amigos de honores pasan a ser amantes del negocio y la riqueza, y al rico lo
alaban y admiran y le llevan a los cargos, mientras al pobre le desprecian.
“Ningún
gobierno dispone lo provechoso para sí mismo, sino que dispone y ordena para el
gobernado, mirando al bien de éste, que es el más débil, no al del más fuerte. Porque
el que ha de servir rectamente no hace ni ordena nunca lo mejor para sí mismo,
sino para el gobernado.
Los
buenos no quieren gobernar ni por dinero ni por honores, porque no son
ambiciosos. El castigo mayor es ser gobernado por otro más perverso cuando no
quiera él gobernar. Y es por temor a este castigo por lo que gobiernan, cuando
gobiernan, los hombres de bien; y aún entonces van al gobierno no como quien va
a algo ventajoso, ni pensando que lo van a pasar bien en él, sino como el que
va a cosa necesaria y en la convicción de que no tienen otros hombres mejores
ni iguales a ellos. Porque si hubiera un estado formado todo él por hombres de
bien, habría probablemente lucha por no gobernar, como ahora la hay por
gobernar, y entonces se haría claro que el verdadero gobernante no está en
realidad para atender a su propio bien, sino al del gobernado”.
Platón
– La República
ó el Estado
Hola, Manu.
ResponderEliminarEn eso nos encontramos; yo creo que muchos tenemos ganas de revolución, de vuelco total para conseguir cambiar el sistema en que nos encontramos metidos. No es fácil, no se logrará de un plumazo ni nos dejarán, pero estamos en el camino y andando se llega a donde se quiera llegar; sólo hay que tener paciencia y mucho tesón. Las cosas no cambian solas. Hay que darles un empujoncito.
Un abrazote
Siempre habrá "intelectuales" que defiendan que jamás se ha conseguido nada bueno de una revolución, aunque sea justa. Si lees la entrada de Trotsky, entenderemos que el pueblo no va a la revolución poseyendo un plan de gobierno posterior, sino que van porque la situación de injusticia que sufren se hace insoportable. Asimismo, como bien dices, una revolución será positiva con paciencia y perseverancia; hacen falta muchos movimientos continuados para que el grueso de la población sienta la imperiosa necesidad de cambiar el sistema. Al mismo tiempo, este pueblo debe aislar y denunciar a los violentos, sean del signo que sean, ya que solo intentan empañar y oscurecer la lucha legítima, y que se hable solo de lo violentas que son las manifestaciones y no de su sentido de desesperanza, por lo que dirán que habría que prohibirlas para conservar el orden. Nos topamos con un sistema autárquico, esa Timocracia que decía Platón, de carácter mundial. La clave está en el desequilibrio económico y la desigualdad en el reparto de la riqueza, y eso se va a tardar mucho en darle la vuelta. pero llega un momento que una gran mayoría siente que no hay otra cosa mejor que hacer.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo... "reaccionario".
Si estoy totalmente de acuerdo con lo que dice Trotsky; por supuesto que el deseo de cambio no lleva consigo la idea preconcebida de un nuevo gobierno (que los habrá que sí piensen en eso también), sino de buscar un escape a la sin razón, a las injusticias cada vez más severas para la población y al caos que se está produciendo en tantísima gente y al que la gran mayoría no somos ajenos. Y sí, se manejan las cosas dependiendo de por donde se quiera que vayan. Se desoyen los clamores del pueblo y se da mucha más importancia a los hechos violentos aislados que a la opinión y al movimiento ciudadano porque eso es precisamente lo que les interesa hacer.
ResponderEliminarQué asquito da el sistema capitalista este que nos ha absorbido. Digo yo que podemos ser capaces de cambiar las cosas. Si no, apaga y vámonos. Otro beso "peleón"
Dice Marta Ligioiz que quien necesita un líder es porque no es consciente de su poder personal, que no es responsable y prefiere no pasar a la acción, sino que otros le resuelvan los problemas. Nunca más apropiada esa verdad de que para cambiar el mundo comienza por cambiarte a ti mismo. Y cambiar es darse cuenta de que estamos mal y de que esto no cambia por sí solo. Hace falta el esfuerzo y la perseverancia de todos por resolver esta indignación de sistema.
ResponderEliminarUn abrazo