Una
de las indigencias de nuestros días es la que al amor se refiere. No es que no
exista, sino que su existencia no halla lugar, acogida en la propia mente de
quien es visitado por él. En el limitado espacio que en apariencia la mente de hoy
abre a toda realidad, el amor tropieza con barreras infinitas. Y ha de
justificarse y dar razones sin término, y ha de resignarse por fin a ser
confundido con la multitud de los sentimientos, o de los instintos, o ser
tratado como una enfermedad secreta, de la que habría que liberarse. La libertad,
todas las libertades no parecen haberle servido de nada; la libertad de
conciencia menos que ninguna, pues a medida que el hombre ha creído que su ser
consistía en la conciencia y nada más, el amor se ha ido encontrando sin espacio
vital donde alentar, como pájaro asfixiado en el vacío de una libertad
negativa.
Vida
en la negación, es la que se vive en la ausencia del amor. Cuando el amor se
retira, no parece perderse nada de momento, y aún parecen emerger con más
fuerza y claridad cosas como los derechos del hombre independiente. Al amor de
nada le sirve aparecer bajo la forma de una arrebatadora pasión, para dejarlo
convertido en un suceso, en el ejercicio de un humano derecho y nada más. En un
episodio de la necesidad y de la justicia.
La
ausencia del amor no consiste en que no aparezca en episodios, en pasiones,
sino en su confinamiento en esos estrechos límites de la pasión individual descalificada
en hecho, en raro acontecer. El amor está siendo juzgado por una conciencia
donde no hay lugar para él, ante una razón que se le ha negado. Está como
enterrado vivo, viviente, pero sin fuerza creadora. El amor no tiene espacio
para su trascender cuando la vida humana le ha rechazado en ese movimiento de
querer librarse de lo divino, al mismo tiempo que quiere absorberlo dentro de sí,
que es una forma de querer librarse de ello. Y entonces no queda espacio para
el trascender del amor, puente sin orillas en que tenderse. No tiene nada entre
que mediar, realidad e irrealidad, ser y no ser, lo que ya es con el futuro sin
término. La pretendida divinización total del hombre y de la historia produce
la misma asfixia que debió haber cuando, en tiempos remotos, el hombre no
lograba un lugar bajo el espacio lleno de Dioses, semidioses, de demonios. Tampoco
entonces existía el amor.
El
amor trasciende siempre. Abre el futuro, esa apertura sin límite, a otra vida
que se nos aparece como la vida de verdad. El amor es el agente de destrucción
más poderoso, porque al descubrir la inanidad de su objeto, deja libre un vacío,
una nada aterradora al principio de ser percibida. Es el abismo en que se hunde
no solo lo amado, sino la propia vida, la realidad misma del que ama. Es el
amor el que descubre el no-ser y aún la nada. El Dios creador creó al mundo de
la nada por amor. Y todo el que lleva en sí una brizna de este amor descubre
algún día el vacío de las cosas, porque toda cosa y ser aspira a más de lo que
realmente es. Y el que ama queda prendido en esta realidad no lograda.
Y
así, el amor hace transitar, ir y venir entre las zonas antagónicas de la
realidad, se adentra en ella y descubre su no-ser, sus infiernos. Descubre el
ser y el no-ser, porque aspira a ir más allá del ser, de todo proyecto.
Mas no existe engaño alguno en el amor, pues
aquello que se ha amado, lo que en verdad se amaba, cuando se amaba, es verdad.
Es la verdad, aunque no esté enteramente realizada y a salvo: la verdad que
espera en el futuro. Pues el amor que integra la persona, la conduce a su
entrega; exige hacer del propio ser una ofrenda, un sacrificio. Y este
abatimiento que hay en el centro mismo del sacrificio anticipa la muerte. El que
de veras ama, aprende a morir. Es un verdadero aprendizaje para la muerte.
El
amor aparecerá ante la mirada del mundo como amor-pasión. Pero esas pasiones
serán los episodios de su gran historia semiescondida. Estaciones necesarias
para que pueda dar el amor su fruto último, para que pueda actuar como fuego
que depura y como conocimiento; un conocimiento inexpresable. No es más
valedero el amor que se expresa directamente, el que arrebata en un episodio. La
acción del amor, se carácter de agente de lo divino en el hombre, se conoce
sobre todo en ese afinamiento del ser que lo sufre y lo soporta. Y aún en un
desplazamiento del centro de gravedad, que se ha trasladado a la persona amada,
y cuando la pasión desaparece, quedará ese movimiento, el más difícil de estar “fuera
de sí”. Vivir fuera de sí, por estar más allá de sí mismo.
Vivir
dispuesto al vuelo, es el futuro inimaginable, el inalcanzable futuro de esa
promesa de vida verdadera que el amor insinúa en quien lo siente. El futuro que
consuela del presente haciendo descreer de él, de donde brota la creación, lo
no previsto. Ese fuego sin fin que alienta en el secreto de toda vida. Lo que
unifica con el vuelo de su trascender vida y muerte, como simples momentos de
un amor que renace siempre de sí mismo. Lo más escondido del abismo de la
divinidad. Lo inaccesible que desciende a toda hora.
María
Zambrano – Dos fragmentos sobre el Amor (Andalucía, sueño y realidad)
Una pena que sea toda una desconocida para muchos. Merece un buen reconocimiento, no ya por ser de Vélez-Málaga (la sangre tira, jejeje) sino por lo que supuso, tanto para el mundo de la literatura como para el de la filosofía.
ResponderEliminarUn besote, mi niño
Pero, como opuesta al régimen y exiliada, su enorme dimensión humana fue ferozmente ensombrecida; no solo por poseer un lenguaje fino, demoledor, y hasta cierto punto difícil, sino porque en este país solemos olvidar a los mejores.
ResponderEliminarSaludos!