jueves, 29 de mayo de 2014

Joyas de la sabiduría hindú (2)


Considera, alma mía, que no tienes nada que puedas llamar tuyo. Vano es tu errar sobre la Tierra. Dos o tres días y luego concluye esta vida terrena; sin embargo, todas las personas se jactan de ser dueñas aquí. La Muerte, dueña del tiempo, vendrá y destruirá tales señoríos.
Ramaprasad Sen




Este mundo es como un sueño, colmado de amores y odios. En su dimensión brilla como una realidad, pero al despertar se transforma en irreal. Este mundo pasajero brilla como si fuera real, como la plata imaginada en una concha perlífera; es así en tanto no se conozca al Ser, que es la sustancia sin segundo de todo.

Refuerza tu identidad con tu Ser y rechaza al mismo tiempo el sentido del ego con sus modificaciones, que no tienen valor alguno, como no lo tiene el jarro roto.
Shankaracharya



En la lengua del ser humano hay una cuchilla con la que los necios se hieren cuando profieren palabras malignas. Sí, lo hueco resuena y lo pleno es apacible; el necio es una olla a medio llenar y el sabio es un lago.
Samyutta Nikaya



Yo soy distinto del objeto del gozo, del sujeto que goza y del gozo mismo; yo soy el Testigo, hecho únicamente de inteligencia pura, siempre imperturbable.
Kaivalya Upanishad




Tú eres tu último maestro. Tu maestro exterior no es más que una señal indicadora; solo el interior seguirá contigo a lo largo de todo el camino hacia la meta, porque él es la meta.

Sin amor, todo es mal. La vida misma sin amor es un mal.
Nisargadatta



La victoria engendra enemistad. Los vencidos viven en la infelicidad. Renunciando tanto a la victoria como a la derrota, los pacíficos viven felices.

Al que cultiva el amor hacia todos los seres, a ése lo llamo yo noble.

Verdaderamente felices vivimos sin odio entre los que odian. Entre seres que odian, vivamos sin odio.

Desarrolla la meditación sobre la benevolencia, pues con ella se ahuyenta la mala voluntad. Desarrolla la meditación sobre la compasión, pues con ella se ahuyenta la crueldad. Desarrolla la meditación sobre la alegría compartida, pues con ella se ahuyenta la aversión. Desarrolla la meditación sobre la ecuanimidad, pues con ella se ahuyenta el odio.
Dhammapada



Resulta difícil comprender el apaciguamiento de todo lo condicionado, la renunciación a toda sustancia contingente, la extinción del deseo, el desapasionamiento, la cesación y la iluminación.
Majjhima Nikaya



Alta como una montaña, larga como mil leguas, la ignorancia acumulada durante la vida solo puede ser destruida a través de la práctica de la meditación: no hay otro medio posible.
Dhyanabindu Upanishad




En su auténtico estado la mente es clara, inmaculada, no está hecha de nada, sino de vacío, es simple, vacua, sin dualidad, transparente, sin tiempo, no compuesta, ininterrumpida, incolora, no comprensible como cosa separada sino como unidad de todas las cosas; sin embargo, compuesta por ellas, de un solo sabor y más allá de toda diferenciación.
Padmasambhava
  


El mar y sus olas son una unidad: ¿qué diferencia hay entre él y ellas? Cuando se levanta una ola, es de agua, y de agua es al caer de nuevo. ¿Dónde está, pues, la diferencia? ¿Deja de ser agua porque se la llamó ola? Dentro del Ser Supremo existen los mundos como cuentas de un rosario. Contempla este rosario con el ojo de la sabiduría.
Kabir



Trabajad por amor al trabajo. Hay en cada país unos pocos seres humanos que son, realmente, la sal de la tierra y trabajan por amor al trabajo, sin preocuparse del renombre ni de la fama, ni siquiera de ir al cielo. Trabajan simplemente porque de ello resulta el bien.
Vivakananda



El mundo sufre, pero la mayoría de las personas tienen los ojos y los oídos cerrados. No ven la corriente incesante de lágrimas que fluyen durante toda la vida, no oyen los gritos de dolor que constantemente saturan al mundo. Sus propias minúsculas penas y alegrías nublan la vista y ensordecen sus oídos; debido a su egoísmo, sus corazones se han vuelto duros y correosos y, siendo así, ¿cómo podrían conmoverse ante una meta más alta?, ¿de qué manera podrán darse cuenta de que la única forma de liberarse del sufrimiento es liberándose de su egoísmo?

Nyanapoka Thera


miércoles, 28 de mayo de 2014

El Mito de Sísifo, o el "hombre absurdo" (Albert Camus)

Sísifo, dentro de la mitología griega, como Prometeo, hizo enfadar a los dioses por su extraordinaria astucia. Como castigo, fue condenado a perder la vista y a empujar perpetuamente un peñasco gigante montaña arriba hasta la cima, sólo para que volviese a caer rodando hasta el valle, desde donde debía recogerlo y empujarlo nuevamente hasta la cumbre y así indefinidamente.



En “El Mito de Sísifo” Camus discute la cuestión del suicidio y el valor de la vida, presentándolo como metáfora del esfuerzo inútil e incesante del hombre.

Camus desarrolla la idea del "hombre absurdo", o con una "sensibilidad absurda". Es aquél que se muestra perpetuamente consciente de la completa inutilidad de su vida. También es aquél que, incapaz de entender el mundo, se confronta en todo momento a esta incomprensión. El hombre rebelde será, por lo tanto, aquel que se encuentre en todo momento frente al mundo. Para ello es necesaria una ética de la cantidad, no de la calidad, que acumule el mayor número de experiencias. Esta "eterna vivacidad", este eterno confortamiento con el absurdo mediante el mayor número de experiencias es justamente lo que daría sentido a no renegar del absurdo.
   En este punto Camus muestra como su existencialismo no promueve el quietismo y la pasividad ante el absurdo. Aceptar el absurdo es la única alternativa aceptable al injustificable salto de fe que constituye la base de todas las religiones. Sísifo es el héroe absurdo definitivo.

Camus busca responder la que considera la cuestión fundamental de la filosofía: juzgar si la vida vale o no la pena de ser vivida. En otras palabras, si la falta de un sentido o el absurdo de la existencia requieren del suicidio.
   Gran parte de nuestra vida está fundamentada en la esperanza en el mañana, a pesar de que el mañana nos acerca más a la muerte. Las personas viven como si no tuvieran la certeza de la muerte. Una vez despojado de sus romanticismos comunes, el mundo es un lugar extraño e inhumano; el conocimiento verdadero es imposible y el uso de la razón y la ciencia no pueden explicar el universo: sus intentos terminan siempre en abstracciones sin sentido, en metáforas. Desde el momento en que se le reconoce, el absurdo se convierte en una pasión, en la más desgarradora de todas.

No es el mundo el que es absurdo, tampoco el humano: el absurdo surge cuando la necesidad del humano por entender se encuentra con la irracionalidad del mundo, cuando “mi apetencia de absoluto y de unidad”, se encuentra con “la irreductibilidad de este mundo a un principio racional y razonable".



Para Camus, que se propone tomar el absurdo seriamente y llevarlo hasta sus últimas consecuencias, estos “saltos” no son convincentes. Tomarse el absurdo seriamente significa admitir la contradicción entre el deseo de la razón y el mundo irrazonable. El suicidio, entonces, debe ser rechazado: sin el hombre, el absurdo no puede existir. La contradicción debe ser vivida; la razón y sus límites debe ser admitida, sin esperanzas falsas. El absurdo no debe ser aceptado nunca: requiere constante confrontación, constante rebeldía. Mientras la cuestión de la libertad humana en el sentido metafísico pierde el interés para el hombre absurdo, gana libertad en un sentido muy concreto: sin estar ligado a una esperanza por un mejor futuro o por la eternidad, sin una necesidad de buscarle un propósito a la vida o de crear significado, “disfruta de una libertad con respecto a las reglas comunes.” Aceptar el absurdo implica aceptar todo lo que el mundo irrazonable tiene para ofrecer. Sin un significado de la vida, no hay escala de valores.

“Toda la alegría silenciosa de Sísifo consiste en eso. Su destino le pertenece. Su roca es su cosa. Del mismo modo el hombre absurdo, cuando contempla su tormento, hace callar a todos los ídolos. En el universo vuelto de pronto a su silencio se alzan las mil pequeñas voces maravillosas de la tierra. Llamamientos inconscientes y secretos, invitaciones de todos los rostros constituyen el reverso necesario y el premio de la victoria. No hay sol sin sombra y es necesario conocer la noche. El hombre absurdo dice que sí y su esfuerzo no terminará nunca. Si hay un destino personal, no hay un destino superior, o, por lo menos no hay más que uno al que juzga fatal y despreciable. Por lo demás, sabe que es dueño de sus días. En ese instante sutil en que el hombre vuelve sobre su vida, como Sísifo vuelve hacia su roca, en ese ligero giro, contempla esa serie de actos desvinculados que se convierten en su destino, creado por el, unido bajo la mirada de su memoria y pronto sellado por su muerte. Así, persuadido del origen enteramente humano de todo lo que es humano, ciego que desea ver y que sabe que la noche no tiene fin, está siempre en marcha. La roca sigue rodando. 




Dejo a Sísifo al pie de la montaña. Se vuelve a encontrar siempre su carga. Pero Sísifo enseña la fidelidad superior que niega a los dioses y levanta las rocas. El también juzga que todo está bien. Este universo en adelante sin amo no le parece estéril ni fútil. Cada uno de los granos de esta piedra, cada fragmento mineral de esta montaña llena de oscuridad, forma por sí solo un mundo. El esfuerzo mismo para llegar a las cimas basta para llenar un corazón de hombre. Hay que imaginarse a Sísifo dichoso.”


Albert Camus - El Mito de Sísifo




lunes, 26 de mayo de 2014

La gota de miel (Ramiro Calle)



Se trataba de un bondadoso y sabio anciano que nunca había deseado tener discípulos propiamente dichos, pero que era muy a menudo visitado por las gentes que deseaban sentirse tranquilas en su presencia y recibir sus enseñanzas. No le gustaba hablar en exceso y de vez en cuando despegaba los labios para decir:
   –¡Cuidado con la gota de miel!

   Ninguno de los aspirantes espirituales estaba seguro de comprender tal advertencia, pero les bastaba con disfrutar de su presencia para sentir que avanzaban por el camino de la iluminación.
   Fue transcurriendo el tiempo y un día, al atardecer, tras haber meditado, uno de los discípulos que quería saber realmente a qué se refería el sabio con tal admonición, se dirigió a él y le dijo:
   –Venerable maestro, llevo meses oyendo “cuidado con la gota de miel”; me gustaría saber qué quieres realmente significar con ello y supongo que también a mis compañeros les placería.
   Los otros aspirantes asintieron con la cabeza, esperando que el sabio se definiera.
   Se hizo un silencio total. Después el sabio dijo:
   –Habéis de saber, queridos míos, que durante años yo escuché lo mismo de mi maestro y al final también, como vosotros, le pregunté.
   Todos rieron complacidos. El anciano agregó:
   –Prestad ahora atención a la historia que voy a relataros, y eso que sabéis que no me gusta hablar mucho.
   Hizo una breve pausa y comenzó a narrar la historia.

Dijo:
   –Había una vez un hombre muy pobre que decidió abandonar su país en busca de fortuna. Durante días y días no dejó de caminar. Un amanecer se adentró en un frondoso bosque. Tras algunas horas se dio cuenta de que se había perdido, no sabía qué camino tomar para salir de allí y temía que alguna alimaña le atacara; además, sentía hambre y sed, y su ansiedad iba en aumento. Tomó un camino y después otro, pero no hallaba la salida.
   “De súbito oyó un ruido inquietante a su espalda y ¡cuál no sería su desagradable sorpresa cuando vio que le seguía un furioso elefante que bien podría aplastarle! Y eso no hubo de ser lo peor, pues al intentar huir se encontró el paso cerrado por un gran número de demonios armados hasta los dientes. El pobre hombre no sabía qué hacer; despavorido, intentó trepar a un árbol, pero el tronco era tan grueso que resultó imposible. La situación era desesperada. Al mirar en derredor distinguió un pozo a lo lejos, así que, sin pensarlo dos veces, corrió hacia él y salto dentro. En su caída, y cuando ya creía que habría de morir, sus manos lograron agarrarse a un matorral que crecía en las paredes del pozo.
   “De repente, oyó un ruido sibilante. Cuando sus ojos se acostumbraron a la oscuridad, distinguió un nido de serpientes venenosas que vivían en el fondo de aquel hoyo. Entre todas ellas destacaba una terrorífica pitón. Se aferró más y más a las ramas, ya que eran su único sostén; pero he aquí que de pronto descubrió que se encontraba en la madriguera de dos grandes ratas de prominentes dientes. Una era negra y la otra blanca. Ambas comenzaron a roer sin piedad los matorrales.

   

“Entre tanto, ¿qué había sido del elefante? Al llegar al árbol y no encontrar al hombre, se enfureció y comenzó a golpear los árboles con su poderosa trompa, de tal modo que desprendió una colmena y ésta fue a caer al pozo. Miles y miles de abejas se lanzaron contra el hombre y comenzaron a picarle. Mas he aquí que una gota de miel cayó en la frente del hombre y se fue deslizando por su cara hasta alcanzar sus labios y penetrar en su boca. Cuando eso ocurrió, el dulzor de la miel le embelesó de tal modo que se olvidó por completo del elefante, los demonios, las ratas, las abejas, las serpientes y su apurada situación. ¿En qué debía de estar pensando el hombre? Solo en que otras gotas de miel llegasen a su boca. Por ese motivo no se defendió, las ratas quebraron los matorrales, él se precipitó al fondo del pozo y  murió.
  
Los discípulos, impresionados, apenas se atrevían a respirar. Estaban realmente sobrecogidos. Uno de los aspirantes se atrevió a hablar y preguntó:
   –Pero ¿puede todo eso sucederle a un ser humano?
   El anciano dijo:

   –Os explicaré la analogía como me la narraron a mí. La vida de los seres humanos no es fácil. El elefante implacable es la muerte. El árbol es la liberación, pero solo los más fuertes y tenaces pueden escalarlo, es decir, seguir la senda de la iluminación. El pozo representa la vida humana, en tanto que los matorrales son la duración o extensión de la vida. ¿Qué representan las ratas? Los años que componen la vida: unas veces blancos, es decir, agradables, y otras negros, esto es, desagradables, pero ambos conducen al final. Las serpientes son las tendencias perniciosas y la pitón es la ignorancia. Las picaduras de las abejas son las enfermedades y las gotas de miel son los placeres transitorios que encadenan y confunden al ser humano. En resumen, lo único seguro es el árbol de la liberación. Debes aprender a trepar por su tronco. ¡Y cuidado, amados míos, con la gota de miel!


Ramiro Calle – Cincuenta Cuentos para Meditar y Regalar

jueves, 22 de mayo de 2014

Timelapse Gran Cañón



La fuerza del Águila (Carlos Castaneda)




Los nuevos videntes consideraban que había cuatro pasos en el camino del conocimiento. El primero es el paso que dan los seres humanos comunes y corrientes al convertirse en aprendices. Al momento que los aprendices cambian sus ideas acerca de sí mismos y acerca del mundo, dan el segundo paso y se convierten en guerreros, es decir, en seres capaces de la máxima disciplina y control de sí mismos. El tercer paso que dan los guerreros, después de adquirir refrenamiento y la habilidad de escoger el momento oportuno, es convertirse en hombres de conocimiento. Cuando los hombres de conocimiento aprenden a “ver”, han dado el cuarto paso y se han convertido en videntes. “Ver” es un sentido peculiar de saber, de saber algo sin la menor duda.

Ser vidente es la capacidad que tienen los seres humanos de ampliar su campo de percepción hasta el punto de poder aquilatar no solo las apariencias externas sino la esencia de todo. Los videntes ven al hombre como un campo de energía, algo parecido a una bola de luz o un huevo luminoso. Por lo general esos campos de energía están divididos en dos secciones, y la excepción son aquellos que tienen sus campos de energía divididos en tres o cuatro partes. Debido a ello, esas personas son más fuertes y adaptables que el hombre común y corriente y, por lo tanto, pueden convertirse en naguales al volverse videntes. Ser un nagual es llegar a un pináculo de disciplina y control. Significa ser un líder, un maestro y un guía.

Cualquier hombre que tiene una pizca de orgullo se despedaza cuando lo hacen sentir inútil y estúpido. La importancia personal es nuestro mayor enemigo. Aquello que nos debilita es sentirnos ofendidos por los hechos y malhechos de nuestros semejantes. Sin importancia personal somos invulnerables. La importancia personal no es algo sencillo ni ingenuo. Por una parte, es el núcleo de todo lo que tiene valor en nosotros, y por otra, el núcleo de toda nuestra podredumbre. Deshacerse de la importancia personal requiere una obra maestra de estrategia, ya que consume la mayor cantidad de energía.
   La acción de recanalizar la energía es la impecabilidad y sus atributos son control, disciplina, refrenamiento, la habilidad de escoger el momento oportuno y el intento.



Los seres vivientes existen solamente para acrecentar la conciencia de ser. La conciencia de ser se desarrolla a partir del momento de la concepción. La primera verdad acerca del estar consciente de ser es que el mundo que nos rodea no es en realidad como pensamos que es. Pensamos que es un mundo de objetos y no lo es. Las conclusiones a las que llegamos mediante el razonamiento tienen muy poca o ninguna influencia para alterar el curso de nuestras vidas.

La fuerza indescriptible que es el origen de todos los seres conscientes la llamaron “el Águila”, porque al vislumbrarla brevemente, la vieron como algo que parecía un águila, negra y blanca, de tamaño infinito. Lo que en realidad nos rodea son las emanaciones del Águila, fluidas, siempre en movimiento y, sin embargo, inalterables, eternas. El Águila crea seres conscientes a fin de que vivan y enriquezcan la conciencia que les da con la vida. También es el Águila quien devora esa misma conciencia de ser, enriquecida por las experiencias de la vida, después de hacer que los seres conscientes se despojen de ella, en el momento de la muerte.

Para los antiguos videntes, no es  un asunto de fe o de deducción decir que la razón de la existencia es enriquecer la conciencia de ser. Ellos vieron que era así. Ellos vieron que la conciencia de ser se separa de los seres conscientes y se aleja flotando en el momento de la muerte. Y luego flota como una luminosa mota de algodón justo hacia el pico del Águila, para ser consumida. Las emanaciones del Águila son una cosa en sí misma, inmutable, que abarca todo lo que existe, lo que se puede y lo que no se puede conocer. Son una presencia, casi una especie de masa, una presión que crea una sensación deslumbrante. Uno solo puede vislumbrarlas.




Solamente una pequeña porción de esas emanaciones queda al alcance del conocimiento humano. Lo conocido es esa minúscula fracción de las emanaciones del Águila; la pequeña parte que queda a un posible alcance del conocimiento humano es lo desconocido y, el resto, incalculable y sin nombre, es lo que no se puede conocer.
   Para un vidente, los hombres son seres luminosos. Nuestra luminosidad se debe a que una minúscula porción de las emanaciones del Águila está encerrada dentro de una especie de capullo en forma de huevo. Esa porción, ese manojo de emanaciones que está encerrado es lo que nos hace hombres. Percibir consiste en emparejar las emanaciones encerradas en nuestro capullo con las que están afuera.
   Las emanaciones son como filamentos de luz. Lo que es incomprensible para la conciencia normal es que los filamentos están conscientes de ser, vivos y vibrantes; hay tantos que los números pierden todo sentido, cada uno es una eternidad.
   Las emanaciones de adentro y las emanaciones de afuera son los mismos filamentos de luz. Los seres conscientes son minúsculas burbujas hechas con esos filamentos, microscópicos puntos de luz unidos a las emanaciones infinitas. Son una fuente de energía ilimitada.

A medida que los seres humanos crecen, una banda de las emanaciones del interior de sus capullos se vuelve muy brillante; conforme los seres humanos acumulan experiencia, esa banda aumenta tan dramáticamente que se fusiona con las emanaciones del exterior. La conciencia de ser es la materia prima y la atención es el producto final. La atención es domar y enriquecer la conciencia de ser a través del proceso de vivir.



El afinar el espíritu cuando alguien te pisotea se llama control. Reunir toda información mientras te golpean se llama disciplina.
   El logro supremo de los seres humanos es alcanzar ese nivel de atención y, al mismo tiempo, retener la fuerza de la vida, sin convertirse en una conciencia incorpórea que se mueve como un punto vacilante de luz hacia el pico del Águila para ser devorado. Si los guerreros quieren tener la suficiente fuerza para “ver”, tienen que volverse avaros con su energía sexual. La sensualidad del hombre no tiene nada malo. Lo que está mal es la ignorancia que obliga al hombre a pasar por alto su naturaleza mágica.

   Los guerreros de la libertad total eligen el momento y la manera en que han de partir de este mundo. En ese momento, se consumen con un fuego interno y desaparecen de la faz de la tierra, libres, como si jamás hubieran existido.


Carlos Castaneda - El fuego interno

lunes, 19 de mayo de 2014

La Espiritualidad (Francisco López-Seivane)



El mundo del espíritu es insensible, intangible e inmaterial. Está más allá de lo que pueden percibir los sentidos y de lo que es objetivable. Con esta premisa ¿a quién puede extrañar que se hayan apoderado de él clérigos, parapsicólogos, esotéricos de toda calaña, espiritistas, predicadores baratos, curanderos de opereta, embaucadores y charlatanes de toda laya?
   La espiritualidad no tiene nada que ver con la fe ni con la esperanza. Sí tiene que ver con la pesquisa y el conocimiento de los referentes últimos, de las causas ocultas de las cosas, de los misterios que velan la realidad. Es espiritual quien inda en la hondura, sabedor de que el mundo material solo es una apariencia.

El mundo del espíritu no es el mundo de los espíritus. La peor manera de asomarse a las insondables tinieblas del más allá es fantasear en el más acá y superponer la realidad inventada sobre la incógnita viva. Los ignorantes que se conforman con la miríada de hipótesis pueriles que pueblan el firmamento de lo ignoto jamás poseerán el conocimiento. Allá ellos, pero no debemos permitir que detenten el monopolio de la espiritualidad, del mismo modo que las distintas religiones se han autoadjudicado el monopolio de Dios.
Para muchos, lo espiritual se resume en el desprecio de lo material, en confiar que Dios los salve al término de una vida sin méritos y sin esfuerzo, en refugiarse histéricamente en los paraísos de su fantasía. Sepan quienes así piensan que el conocimiento no se inventa, no se teoriza, no se compone de hipótesis, sino que se desvela con cada experiencia, con cada desengaño, con cada reflexión cabal. Es un largo camino que se adentra en los territorios gaseosos, transparentes, vacíos, donde habita el espíritu. Lo verdaderamente espiritual es el tránsito por esas veredas.



En este camino no hay atajos voluntaristas, solo sudor y lágrimas, fracasos, errores, caídas, desengaños y frustraciones que pavimentan el crecimiento humano. Quien cree poseer una verdad, se estanca. Quien opta por aceptar doctrinas, renuncia al desafío cotidiano de lo nuevo, al avance, a la sabiduría, a la evolución. En cambio, el buscador siempre encontrará una verdad mejor que la anterior.

Hay que admitir la habilidad de las religiones para hacerse con el patrimonio de lo espiritual, pero una religión no es más que un conjunto de creencias, ceremonias, rituales y ministros que tratan de administrar el miedo de otros. Aunque toda religión tiene sus fundamentos en seres y lugares invisibles, en promesas y acontecimientos por venir, sus principios no pueden considerarse verdaderamente espirituales, porque no persiguen el conocimiento, sino la creencia, y no procuran la libertad, sino el sometimiento.

¿Acaso no es espiritual quien se sumerge en el silencio de la meditación, sin apriorismos, sin falsos esquemas, con el corazón limpio, a la búsqueda de la experiencia mística, de la inmersión en el ser? La vida espiritual requiere grandes dosis de valor para adentrarse en las regiones inexploradas del alma, a la búsqueda de la experiencia trascendente y reveladora. Mientras el hombre no acepte la responsabilidad de la búsqueda personal, mientras necesite la tutela de una institución, mientras se halle dispuesto a aceptar lo que no sabe, no puede hablarse de un hombre espiritual, sino de un feligrés, un seguidor, una persona gregaria refugiada en la confortable seguridad de la masa, fortalecida por la compañía de muchos, limitada a aceptar lo que le digan y a conformar su conducta según le impongan.



Espiritual, en cambio, es quien bucea en las profundidades, quien vive en las esencias, quien tiene hambre de conocimiento, quien se complace en desterrar falsa creencias porque eso le acerca a la verdad. Hay que desprenderse de muchas etiquetas y desaprender un buen número de apriorismos atávicos antes de estar en condiciones de iniciar el gran viaje hacia el Espíritu.

   De poco sirven en él esas alforjas cargadas de suficiencia, vanidad, presunción y autoalabanza que algunos exhiben ostentosamente sobre sus lomos de jumento.


La existencia es un enigma que todas las religiones y filosofías tratan de explicar de diferentes modos. De poco le sirve al hombre adscribirse a cualquiera de ellas si no busca una respuesta personal. Meditar cada día es dedicar un tiempo y un esfuerzo a la más trascendental de las funciones humanas: descubrir la naturaleza de la existencia.


Francisco López-Seivane – Cosas que aprendí de Oriente

miércoles, 14 de mayo de 2014

Si sufres; si estás doliéndote; si tienes problemas... es que estás dormido (Anthony de Mello)


  
Tú ya eres felicidad, eres la felicidad y el amor, pero no lo ves porque estás dormido. Te escondes detrás de las fantasías, las ilusiones y también de las miserias de las que te avergüenzas. Lo importante es ser capaz de darse cuenta de que no eres más que un “yo-yo”, siempre de arriba para abajo, según tus problemas, tus disgustos o depresiones, que eres incapaz de mantener una estabilidad. Darte cuenta de que te pasas la vida a merced de personas, de cosas o de situaciones. Que no eres dueño de ti ni capaz de mirar las situaciones con sosiego, sin enfados ni ansiedad.

Solo lo que nace y se decide desde adentro es auténtico y te hace libre. Lo que se hace como hábito y que no puedes dejar de hacer porque te domina, te hace dependiente, esclavo de lo que crees, porque te lo han programado. Tienes que liberarte de tu historia y su programación para responder por ti mismo. La espiritualidad ha de nacer de ti mismo; y cuanto más seas tú mismo, serás más espiritual.

Cuando tu mentalidad cambia, todo cambia para ti a tu alrededor. Lo que antes te preocupaba tanto, ahora te importa un bledo y, en cambio, vas descubriendo cosas maravillosas que antes te pasaban desapercibidas. Nuestra vida se convierte en un lío porque tomamos por realidad lo que no son más que programaciones que no sirven de nada. Lo más difícil es la capacidad de ver, ver simplemente, con sinceridad, sin engañarse, y estamos acostumbrados a buscarnos asideros y a andar con muletas. Necesitamos desmontar la tienda en la que nos refugiábamos y seguir por el sendero adelante sin apoyos. Hay que quitar las vendas para ver. Si no ves no puedes descubrir los impedimentos que no te están dejando ver.



El hacer esfuerzos por cambiar es contraproducente, pues lo que te va a cambiar es la verdad. El observar es lo que te va a cambiar. Mirar con objetividad, como si no fueras tú, concienciándote de lo que pasa, dentro y fuera de ti, estando atento. Hacerlo sin juicios valorativos, porque si le pongo etiquetas, ya no veo la cosa como es. Caer en la cuenta, sin prejuicios, solo entendiéndolo.

Si no cambiamos espontáneamente es porque ponemos resistencia. En cuanto descubramos los motivos de la resistencia, sin reprimirla ni rechazarla, ella misma se disolverá. La vida es en sí un puro gozo y tú eres amor-felicidad. Solo los obstáculos de la mente te impiden disfrutarla plenamente. Son las resistencias que pones en tu programación lo que te impide ser feliz.

Despertarse es la espiritualidad, porque solo despiertos podemos entrar en la verdad, y descubrir qué lazos nos impiden la libertad. Esto es la iluminación. Es como la salida del sol sobre la noche, la luz sobre la oscuridad. Es la alegría que se descubre a sí misma, desnuda de toda forma. Esto es la iluminación. El místico es el hombre iluminado, el que todo lo ve con claridad, porque está despierto.



¿Y cómo sabré si estoy dormido? El estar despierto es cambiar tu corazón de piedra por uno que no se cierre a la verdad. Si estás doliéndote de tu pasado, es que estás dormido. La solución está en tu capacidad de comprensión y de ver otra cosa que lo que se permite uno ver. Ver lo que hay detrás de las cosas. Cuando se te abran los ojos, verás como todo cambia, que el pasado está muerto… y el que se duerme en el pasado está muerto. Despertarse y no perderse la vida. Es vivenciar el presente. Si sufres es que estás dormido. El sufrimiento no es real, sino una obra de tu mente; es un producto de tu sueño. Si tienes problemas es que estás dormido. La vida no es problemática. Es el “yo” (la mente humana) el que crea los problemas.

Estar despierto es aceptarlo todo, no como ley, ni como sacrificio, ni con esfuerzo, sino por iluminación. Aceptarlo todo porque lo ves claro y nada ni nadie te puede engañar. Es despertar a la luz. El dolor existe, y el sufrimiento solo surge cuando te resistes al dolor. Lo insoportable es querer distorsionar la realidad, que es inamovible. No hay que buscar la felicidad en donde no está. El desasosiego, la congoja, el miedo, la inseguridad… Nada de esto existe sino en nuestra mente dormida. Cuando despertemos, se acabó.

¿Qué hace falta para despertarse?: la capacidad de pensar algo nuevo y de descubrir lo desconocido. Es la capacidad de movernos fuera de los esquemas que tenemos. Hay que cuestionarlo todo estando atento a descubrir las verdades que puedan encerrar, separándolas de lo que no lo son. Si nos identificamos con las teorías sin cuestionarlas con la razón –y sobre todo con la vida– y nos las tragamos almacenándolas en la mente, es que seguimos dormidos.



Cuando despertamos de nuestro sueño y vemos la realidad tal cual es, nuestra inseguridad termina y desaparecen los miedos. Entonces puedo decirle al otro: como no tengo miedo a perderte, pues no eres un objeto de propiedad de nadie, entonces puedo amarte así como eres, sin deseos, sin apegos ni condiciones, sin egoísmos ni querer poseerte. Y esta forma de amor es un gozo sin límites. En cuanto te agarras a la permanencia destruyes toda la belleza del amor. El apego mutuo, el control, las promesas y el deseo te conducen inexorablemente a los conflictos y al sufrimiento. Porque los lazos que se basan en los deseos son muy frágiles. Solo es eterno lo que se basa en un amor libre. Los deseos te hacen siempre vulnerable.

Cuando te quiero, te quiero independiente de mí, y no enamorado de mí, sino enamorado de la vida. Puesto que tú eres el amor y la felicidad en ti mismo, solo mostrando ese amor y gozándote en él vas a ser realmente feliz, sin agarraderos ni deseos.


Despertarse es la única experiencia que vale la pena. La infelicidad no viene de la realidad, sino de los deseos, de las ideas equivocadas. Eso solo se consigue manteniéndote despierto y llamando a las cosas por su nombre.


Anthony de Mello – La Iluminación es la Espiritualidad

miércoles, 7 de mayo de 2014

El Amor es un fenómeno social (Erich Fromm)



¿Es el amor un arte? En tal caso, requiere conocimiento y esfuerzo. ¿O es el amor una sensación placentera, cuya experiencia es una cuestión de azar, algo con lo que uno “tropieza” si tiene suerte? Es indudable que la mayoría de la gente cree esto último, y que el problema del amor consiste, fundamentalmenten en ser amado, y no en amar, no en la propia capacidad de amar. De ahí que para ellos el problema sea cómo lograr que se les ame, cómo ser dignos de amor. Esa actitud sigue siendo la idea prevaleciente sobre el amor, por lo que no existe ninguna otra actividad que se inicie con tan tremendas esperanzas y expectativas y que, no obstante, fracase tan a menudo como el amor. No obstante el profundo anhelo de amor, casi todo lo demás tiene más importancia que el amor: éxito, prestigio, dinero, poder; dedicamos casi toda nuestra energía a descubrir la forma de alcanzar estos objetivos y muy poca a aprender el arte del amor.

El primer paso a dar es tomar conciencia de que el amor es un arte, tal como es un arte el vivir. La solución plena está en el logro de la unión interpersonal, la fusión con otra persona, en el amor. Sin amor, la humanidad no existiría un día más. El amor maduro significa unión a condición de preservar la propia integridad, la propia individualidad. El amor es un poder activo en el hombre; un poder que atraviesa las barreras que separan al hombre de sus semejantes, lo une a los demás; el amor lo capacita para superar su sentimiento de aislamiento y separatividad, y no obstante le permite ser él mismo.



El amor es una actividad, no un afecto pasivo; es un “estar continuado”, no un “súbito arranque”. En el sentido más general, puede definirse el carácter activo del amor afirmando que amar es fundamentalmente dar, no recibir. Dar produce más felicidad que recibir, no porque sea una privación, sino porque en el acto de dar está la expresión de mi vitalidad. No es rico el que tiene mucho, sino el que da mucho.

La esfera más importante del dar no es la de las cosas materiales, sino el dominio de lo específicamente humano. ¿Qué le da una persona a otra? Da de sí misma, de lo más precioso que tiene, de su propia vida. Ello no significa necesariamente que sacrifica su vida por la otra, sino que lo que está vivo en él –da de su alegría, de su interés, de su comprensión, de su conocimiento, de su humor, de su tristeza-, de todas las expresiones y manifestaciones de lo que está vivo en él. No da con el fin de recibir; dar es de por sí una dicha exquisita. Dar implica hacer de la otra persona un dador, y ambas comparten la alegría de lo que han creado. El amor es un poder que produce amor.

Además del elemento de dar, el carácter activo del amor se vuelve evidente en el hecho de que implica ciertos elementos básicos, comunes a todas las formas de amor: cuidado, responsabilidad, respeto y conocimiento. El amor es la preocupación activa por la vida y el crecimiento de lo que amamos; la responsabilidad es un acto enteramente voluntario, constituye mi respuesta a las necesidades expresadas o no, de otro ser humano; si amo a la otra persona, me siento uno con ella, pero con ella tal cual es, no como yo necesito que sea, como un objeto para un uso; es obvio que el respeto solo es posible si yo he alcanzado mi independencia; solo conociendo objetivamente a un ser humano, puedo conocerlo en su esencia última, en el acto de amar.



El amor no es necesariamente una relación con una persona específica; es una actitud, una orientación del carácter que determina el tipo de relación de una persona con el mundo como totalidad, no con un “objeto” amoroso. Si una persona ama solo a otra y es indiferente al resto de sus semejantes, su amor no es amor, sino una relación simbiótica, o un egotismo ampliado. Sin embargo, la mayoría de la gente supone que el amor está constituido por el objeto, no por la facultad.
   La clave más fundamental de amar es el amor fraternal, el amor a todos los seres humanos. Si he desarrollado la capacidad de amar, no puedo dejar de amar a mis hermanos. En el amor fraternal se realiza la experiencia de unión con todos los hombres, de solidaridad humana, se basa en la experiencia de que todos somos uno. Las diferencias en talento, inteligencia, conocimiento, son despreciables en comparación con la identidad de la esencia humana común a todos los hombres.

Mi propia persona debe ser un objeto de mi amor, al igual que lo es otra persona. La afirmación de la vida, crecimiento y libertad propios, está arraigada en la propia capacidad de amar. Si un individuo es capaz de amar productivamente, también se ama a sí mismo; si solo ama a los demás, no puede amar en absoluto. El egoísmo y el amor a sí mismo, lejos de ser idénticos, son realmente opuestos. Es verdad que las personas egoístas son incapaces de amar a las demás, pero tampoco pueden amarse a sí mismas.

El amor solo es posible cuando las personas se comunican entre sí desde el centro de sus existencias. Solo en esa “experiencia central” está la realidad humana, solo allí hay vida, solo allí está la base del amor. Experimentado de esa forma, el amor es un desafío constante; no un lugar de reposo, sino un moverse, crecer, trabajar juntos; que haya armonía o conflicto, alegría y tristeza, es secundario con respecto al hecho fundamental de que los seres se experimentan desde la esencia de su existencia, de que son el uno con el otro al ser uno consigo mismo y no al huir de sí mismos.



La condición fundamental para el logro del amor es la superación del propio narcisismo. Requiere el desarrollo de la humildad, objetividad y razón. Toda la vida debe estar dedicada a esta finalidad.
   La práctica del arte de amar requiere la práctica de la fe. La base de la fe racional es la productividad. Una actitud indispensable para la práctica del arte de amar es la actividad interior, el uso productivo de los propios poderes.

El amor es la única respuesta satisfactoria al problema de la existencia humana. Toda sociedad que excluya, relativamente, el desarrollo del amor, a la larga perece a causa de su propia contradicción con las necesidades básicas de la naturaleza del hombre. Hablar del amor no es “predicar”, por la sencilla razón de que significa hablar de la necesidad fundamental y real de todo ser humano. Que esa necesidad haya sido oscurecida no significa que no exista. Analizar la naturaleza del amor es descubrir su ausencia general en el presente y criticar las condiciones sociales responsables de esa ausencia.


Tener fe en la posibilidad del amor como un fenómeno social y no solo excepcional e individual, es tener una fe racional basada en la comprensión de la misma naturaleza humana.


Erich Fromm - El Arte de Amar

domingo, 4 de mayo de 2014

Timelapses en Islandia

Una mirada al futuro (Khalil Gibran)


Desde atrás del muro del Presente oí los himnos de la humanidad. Oí el sonido de las campanas que anunciaban el comienzo de la plegaria en el templo de la Belleza. Campanas moldeadas con el metal de la emoción y suspendidas sobre el altar sagrado, el corazón humano.




Desde atrás del Futuro vi multitudes que cumplían con su culto en el seno de la Naturaleza, sus rostros vueltos al Oriente, esperando la inundación de la luz de la mañana, la mañana de la Verdad.

Vi la ciudad en ruinas y que nada quedaba para hablar al hombre de la derrota de la Ignorancia y del tiempo de la Luz.

Vi a los ancianos sentados a la sombra de los cipreses y de los sauces, rodeados por jóvenes que oían sus narraciones de otros tiempos.

Vi a los jóvenes rasgueando sus guitarras y tocando sus caramillos, y a las doncellas bailando bajo los jazmines, con las trenzas al viento.

Vi a los hombres cosechando trigo y a sus esposas reunien­do las gavillas y cantando alegres canciones.

Vi a una mujer que se adornaba con una corona de lilas. Vi que la amistad entre el hombre y todas las criaturas se estrechaba, y familias de pájaros y mariposas, confiadas y seguras, que volaban hacia los arroyos.

Vi que no había pobreza; tampoco encontré exceso. Vi que la fraternidad y la igualdad reinaban entre los hombres.

Vi que no había médicos, porque cada uno tenía los medios y el conocimiento para curarse a sí mismo.

Encontré que no había sacerdotes, porque la conciencia había llegado a ser el Supremo Sacerdote. Tampoco vi aboga­dos, porque la Naturaleza había tomado el lugar de los tribu­nales y regían tratados de amistad y unión.





Vi que el hombre sabía que él es la piedra fundamental de la creación y que se ha elevado por encima de la pequeñez y bajeza y ha arrancado el velo de la confusión de los ojos del alma. Este alma ahora lee lo que las nubes escriben en el cielo y lo que la brisa dibuja sobre la superficie del agua; ahora entiende el significado del perfume de las flores y las modu­laciones del ruiseñor.

Desde atrás del muro del Presente, sobre la plataforma de las edades venideras, vi a la Belleza como a una novia y al Espíritu como a un novio; la Vida era la Noche ceremonial del Kedre*.


(*Noche de la Cuaresma musulmana, durante la cual se espera que Dios cumpla los deseos del devoto)


Khalil Gibran - Una mirada al futuro (Pensamientos y Meditaciones)


jueves, 1 de mayo de 2014

Fluir con el Tao (Alan Watts)




Existe una característica básica de la cultura china y es la actitud de respetuosa confianza hacia la naturaleza y hacia la naturaleza humana… a pesar de las guerras, las revoluciones, las matanzas, el hambre, las inundaciones, las sequías y todo tipo de desgracias. No hay nada en su filosofía semejante a la noción de pecado original o al sentimiento budista que afirma que la existencia es un desastre. La filosofía china, como la taoísta, parte de la premisa básica de que si no puedes confiar en la naturaleza y en los otros, no puedes confiar en ti mismo. Si no puedes confiar en ti mismo, no puedes siquiera confiar en la desconfianza de ti mismo, de modo que sin esta confianza subyacente a todo el sistema de la naturaleza, te encuentras, sencillamente, paralizado. Se trata de comprender que uno y la naturaleza son uno y el mismo proceso, o sea, el Tao. Debemos intentar la desesperada jugada de confiar en nosotros mismos y en los demás.

En las raíces mismas del pensamiento y el sentimiento chinos reposa el principio de polaridad, que no debe confundirse con los conceptos de oposición o conflicto. Los opuestos son aspectos diferentes de uno y el mismo sistema, y la desaparición de uno de ellos significaría la desaparición del sistema. Los dos polos de la energía cósmica son yang (positivo) y yin (negativo), están asociados con lo masculino y lo femenino, lo firme y lo flojo, lo fuerte y lo débil, la luz y la oscuridad, lo que se eleva y lo que cae, el cielo y la tierra. Consecuentemente, el arte de vivir se considera el equilibrio entre ambos.

Nunca existe la posibilidad última de que uno venza al otro, porque son como amantes en pugna más que enemigos en lucha. Pero, para nuestra lógica, resulta difícil pensar que ser y no-ser son mutuamente generador y sustentador de energía, ya que para el hombre occidental el mayor terror imaginable consiste en creer que la nada será el fin definitivo del universo. No aprehendemos con facilidad el hecho de que el vacío es creativo ni que el ser emana del no-ser, al igual que el sonido emana del silencio y la luz del espacio.



El principio yin-yang no es, por tanto, lo que corrientemente llamamos dualismo sino, en todo caso, una dualidad explícita que expresa una unidad implícita; la concepción yin-yang del mundo es serenamente cíclica. La dicha y la desgracia, la vida y la muerte van y vienen eternamente sin comienzo ni fin, y todo el sistema se ve libre de la monotonía por el hecho de que, en la misma forma, el recuerdo alterna con el olvido.

Todo el cosmos está implícito en cada uno de sus miembros, y cada aspecto de aquel debe ser considerado como su centro. Para una aproximación al Tao, el lector debe permitirse alcanzar un estado mental adecuado. Debe dejar de lado todas sus opiniones filosóficas, religiosas y políticas y ser casi como los niños, que no saben nada, excepto que oyen, ven, sienten, huelen. Ser conscientes de lo que en realidad es, sin atribuirle nombres y sin juzgarlo.
   En otras palabras, la gente trata de forzar los acontecimientos, sin comprender que resulta imposible hacerlo: no hay manera de desviarse del fluir de la naturaleza. Puedes imaginar que eres ajeno al Tao –o que estás separado de él– entonces eres capaz de adoptarlo o no; pero incluso esta suposición se manifiesta desde el interior de la corriente, pues no existe otro camino más que el Camino. Quieras o no, somos eso y con ello armonizamos.
 
Debe quedar claro que el Tao no puede ser entendido como “Dios” en el sentido de gobernante, monarca, jefe, arquitecto y hacedor del universo. Sin embargo, el Tao es, con toda certeza, la última realidad y energía del universo, el Fundamento del ser y del no-ser. La imagen que se asocia al Tao es maternal, no paternal. Lejos de ser el agente activo, el sujeto del verbo, el hacedor y creador de las cosas, “el Tao no crea nada, pero nada queda sin hacer”. Tiene el poder de la pasividad, y se podría decir que su gravidez es energía. Así, el Tao es el curso, el fluir, la deriva o el proceso de la naturaleza. Puede ser alcanzado, pero no visto; sentido, pero no expresado; intuido, pero no clasificado; adivinado, pero no explicado. De modo similar, el aire y el agua no pueden ser cortados ni atrapados y su fluir cesa cuando se intenta contenerlos.



El término chino y taoísta que nosotros traducimos como naturaleza significa espontáneo, aquello que es lo que es en sí mismo; todas las cosas crecen y operan independientemente. No obstante, cada cosa-acontecimiento es lo que es solo en relación con las demás. El principio sostiene que si se deja que todas las cosas sigan su camino, la armonía del universo quedará restablecida. El orden de la naturaleza no es un orden forzado; no es el resultado de leyes y preceptos que los seres humanos se vean obligados a seguir, ya que no existe un mundo obstinadamente externo. Mi interior surge y se corresponde con lo que es exterior a mí y, aunque ambos difieran, no pueden verse disociados. Debido a su interdependencia mutua, todos los seres armonizarán si se los respeta y no se les fuerza a la conformidad con ninguna noción del orden arbitraria, artificial y abstracta, y esta armonía emergerá por sí misma.

Pero nuestro temor humano nos hace pensar que el Tao que no puede ser descrito y el orden que no puede ser expresado en libros representan el caos. Ese orden (li) conlleva el sentido de lo profundo, oculto y misterioso, previo a cualquier distinción entre orden y desorden. El orden del Tao no es una obediencia a algo ajeno, existe por y a través de sí mismo. La forma de ese orden no impone sus reglas al universo. En suma, el orden del Tao no es una ley, aunque posee un orden y modelo que puede ser reconocido claramente, que reconocemos en los dibujos que forma el agua al moverse, en las formas de los árboles o las nubes, en los trazos que deja la escarcha sobre los cristales o en la distribución de los guijarros en la arena de la playa. En cuanto nos encontramos frente a esta belleza, la reconocemos inmediatamente, aunque no podemos explicar exactamente por qué nos atrae. Si contemplamos su fluir nunca observaremos un error estético.

Así, el Tao es el curso fluyente de la naturaleza y del universo; li es su principio de orden o modelo orgánicos; el agua es su metáfora elocuente. El Tao y su modelo se nos escapan por el hecho de que ellos son nosotros mismos, y nosotros somos “como una espada que corta pero no puede cortarse a sí misma”, “como un ojo que ve pero que no puede verse a sí mismo”. Pero el Tao no es considerado como el amo y creador de nuestro universo orgánico. Puede reinar, pero no gobierna; es el modelo de las cosas, pero no la ley vigilante.
   El mundo biológico es una sociedad que se come recíprocamente, en la que cada especie es presa de otra. Si existiera alguna especie no devorada por otra, crecería y se multiplicaría hasta su propia estrangulación. Como ocurre con los seres humanos, que gracias a su habilidad para vencer a otras especies corren el peligro de desbaratar todo el orden biológico por exceso de población y, por lo tanto, de destruirse a sí mismos. Por este motivo, todo aquel que se propone gobernar el mundo pone a todas las cosas, y especialmente a sí mismos, en peligro.



Concebir al Tao como una energía inconsciente es tan erróneo como concebirlo como un gobernante personal o un Dios. Pero si el Tao es simplemente inconcebible, ¿de qué sirve contar con palabras y decir algo acerca de él? Porque nuestra intuición nos dice que existe una dimensión de nosotros mismos y de la naturaleza que se nos escapa, y que constituye la base de todas las formas y experiencias sorprendentes de las que somos conscientes. Nuestro único modo de aprehenderla reside en la observación de los procesos y modelos de la naturaleza y mediante la disciplina meditativa de permitir a nuestras mentes que se serenen, con el fin de tener un conocimiento vívido de “qué es”, sin necesidad de comentarios verbales.

Quienes entienden el Tao se deleitan simplemente sentándose y contemplando sin ningún propósito ni resultado mental. No tienen motivo para someter o alterar el universo mediante la fuerza física o la fuerza de voluntad, ya que su habilidad consiste en acompañar el fluir de las cosas de un modo inteligente.

   A esto se refieren con el no-hacer, fluctuar con las experiencias tal como éstas van y vienen. El no actuar, no forzar, acabará con esta tensión que surge de la dualidad del conocedor y lo conocido ya que, en realidad, no hay alternativa, ya que tú y las cosas son el mismo proceso: el “fluir ahora del Tao”. Al comprenderlo, automáticamente manifiestas tu magia; pero la magia es algo que nadie debe pretender, es una virtualidad referida a los acontecimientos maravillosos y felices que ocurren de una manera espontánea, el privilegio de vivir que proviene naturalmente de la comprensión intuitiva de ser uno con el Tao.


Alan Watts – El Camino del Tao