jueves, 15 de octubre de 2015

En el Punto de Quietud (Ramiro Calle)




Si el cavernícola levantara la cabeza, se quedaría estupefacto al comprobar hasta qué punto la consciencia del ser humano se ha quedado estancada y no ha progresado. Nuestra mente sigue siendo la del hombre de hace decenas de miles de años. Si la evolución de la biología es exasperadamente lenta, ¡cuánto más no lo es la da la consciencia! Seguimos detenidos en un estado de consciencia crepuscular y en la mente humana siguen anidando con todo vigor la ofuscación, la avidez desmedida y el odio. El progreso exterior no se ha visto correspondido por el progreso interior, y de ahí que se esté produciendo una inevitable esquizofrenización. El mayor enemigo sigue estando en la mente del ser humano.

Estamos muy lejos todavía de la conquista de una mente clara y un corazón tierno. No hay genuina inteligencia, no hay verdadero amor. Aunque no hay mayor felicidad, ni más estable, que la paz interior, es como si pusiéramos todos los medios para no conseguirla. Vivimos de espaldas a nuestro sol interno y nos preguntamos por qué estamos a oscuras. Sin quietud todo pierde su valor, todo palidece. No ponemos los medios para recuperar nuestro “punto de quietud”, sino que nos enredemos cada vez en mayor grado en la egorrealización y frenamos nuestro desenvolvimiento interior. Los logros solo en lo externo pueden “satisfacer” únicamente a aquellos que tienen una visión muy esclerótica de la existencia.



Para aquellos que la mente no está completamente empañada, hay una Vía hacia la quietud, hacia la visión cabal y hacia la clara comprensión que libera de las trabas mentales. Solo desde la quietud que emerge cuando el pensamiento se acalla y nos conectamos con el espacio de renovado vacío, que está más allá del núcleo de caos y de confusión, puede desencadenarse la visión de los fenómenos tal y como son, desde la pureza de la mente.

Desde el ángulo de quietud, el aprendizaje y el desaprendizaje para volver a aprender se suceden y se producen de momento en momento. Dejamos que la mente muera cada noche para que nazca cada mañana. Así estrenamos mente y estrenamos vida. Aprendemos a hacer desde ese inmaculado y pleno vacío interior, que nada puede herir.

Desde la perspectiva de la consciencia de ser, podremos afincarnos más en la voluntad de ser que de aparentar o someter, más en lo propio y genuino que en lo adquirido. El punto de quietud que nos proponemos conseguir tenemos que trasladarlo a la vida cotidiana y mantenerlo como el tornado mantiene en su propio centro un estado de calma. Con intención y ecuanimidad bien establecidas logramos residir en la consciencia de puro ser en su estado natural.



Si estamos atentos, la vida se convierte en objeto de meditación. Desde el punto de quietud, podemos contemplar los fenómenos cómo surgen y cómo se desvanecen, sin que el “contemplador” se involucre tanto en lo contemplado. Ese punto de quietud se vuelve un eje o terreno seguro en el que mantenerse retirado y equilibrado. Una parte de nosotros logra permanecer detrás del escenario psicológico y del escenario existencial. Ese espacio de quietud es un reducto de cordura y armonía. Es la naturaleza pura o perfecto equilibrio, allende la pasión encadenante y la inercia que ofusca la mente.

Cuando el buscador llega a su “punto de saturación”, es decir, cuando experimenta la inevitable pesadumbre de lo existencial, se decide viajar hacia la quietud. En la quietud halla un espacio de equilibrio.
   En ese centro, que es pureza, explosiona la visión clara y uno contempla, imperturbablemente, el juego de la creación. Es una contemplación sin reacción, donde uno comprueba que es parte de se enajenante juego, pero que puede ser más que un juguete o marioneta en ese juego. Solo la consciencia pura puede dar el gran salto más allá de la película existencial y sustraerse a las fuerzas ciegas de la creación. El “espectador” deja de ser el espectáculo, descubre los trucos del Ilusionista. Instalado en la poderosa energía del vacío, ve sin dejarse concernir alienadamente por la película de los fenómenos externos, ni por la película de su propio complejo psicomental.



En la fuente del pensamiento se halla el “punto de quietud”, la cámara del vacío inmaculado, y más allá está el “punto sin retorno”, donde uno descubre que nunca ha sido ni no ha sido, y donde uno conecta con la energía sin límites que permite estar en el mundo sin estar en él.

   La Búsqueda misma se convierte en el significado más profundo de la vida y el más relevante de los sentidos. Cuando la vida se convierte en una Búsqueda genuina toma el sabor de lo Incondicionado. Todo puede parecer igual, pero ya no es lo mismo.


Ramiro Calle – El Libro de los Yogas


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