La mayoría de los centros
de enseñanza dan prioridad a aumentar los conocimientos para fines lucrativos
porque son conocedores de nuestra capacidad, más bien gregaria, de ir
compensando los sufrimientos con bienes materiales. Esa capacidad de acción y
reacción, de esfuerzo y recompensa es, aparentemente, más rentable, en cuanto
al tiempo y al esfuerzo necesario para educar, que la idealista basada en los
valores humanos que, sin esperar nada a cambio, nos satisfará plenamente
partiendo del amor.
En los grupos nace un “yo”
colectivo, basado en la amistad, el clima afectivo y emocional, las normas y
las tradiciones, etc.; cuanto más arraigada sea esta atmósfera, más difícil
será la posibilidad de admitir un pensamiento crítico en detrimento del
colectivo, dando lugar, a través de las vivencias, a alguna actuación
irracional como ocurre en algunas sectas, clubes o partidos políticos. Se puede
llegar incluso, a encontrar motivos que justifican la atrocidad de una guerra.
¿Y qué hacemos con la alegría de todo un pueblo, ante la victoria o
conmemoración de esa barbaridad? Habrá que combatirla, sí, pero con amor.
Todos nos hemos preguntado
alguna vez acerca de la creación y del fin de la vida ¿hay algo después de la
muerte?, ¿existe un Dios? Si la respuesta es afirmativa ¿cómo es ese Dios?,
¿qué relación tengo con él? Si negamos su existencia, ¿qué función cumplo yo en
este universo?
Antes que dar un paso
firme en la vida preferimos ir dando traspiés, pisando en falso sobre tanta
duda dejándonos arrastrar en el redil de una masa guiada por unas ideas,
principios o fines que no nos convencen plenamente. ¿Cómo voy a proyectar mi
vida, basándola en tantas dudas? Lo menos que debería hacer es tener el coraje
de intentar resolverlas y no optar por la “postura del avestruz”. Nos
preocupamos sobremanera del cultivo de los conocimientos para un fin lucrativo
pensando siempre en el rendimiento material. ¿No deberíamos también
preocuparnos en poco del “mundo espiritual”? tal vez, al encontrarle sentido a
la vida, nuestro rendimiento sería mayor o menor, pero con sentido y, a la
postre, más beneficiosa para nosotros y para la humanidad.
Vivimos en un mundo donde
predomina lo material y recibimos una educación basada en este yo material; se
nos induce y predispone a que seamos egoístas. Esto, no cabe duda, potencia la
personalidad, pero hasta un límite: el de mi genética y mis circunstancias.
Incluso podré superar esa limitación agregándome elementos ajenos y creyendo
que son míos. Pero, ¿qué pensamos de la persona que nos habla presumiendo de su
país, de su casa, de su coche, de su familia, de su dinero, de su club, de su
rey, etc.? En primer lugar, en la suerte que ha tenido por esas circunstancias
que le han sido dadas; por el contrario, después, pensaremos en su pobreza o
dependencia personal, por necesitar de esos factores para destacar. Veremos
que, de aumentar algo, incrementamos el valor añadido, que no deja de ser otra
limitación.
Agotados todos los caminos, solo nos queda
una posibilidad para superarnos. Consiste, simplemente, en romper con nuestro
ego, con nuestro yo, y dejar de ser egoístas para convertirnos en seres más
universales, más amorosos. Algún día, cuando entendamos de veras qué es el
amor, el esfuerzo será tan liviano que acabará convirtiéndose en una actuación
placentera. Además, podremos comprobar como, al ser amor igual a energía, se
puede conseguir hacer lo indecible sin esfuerzo, ya que recibimos la fuente de
energía por la vía del amor.
Siempre he pensado que un
ser humano universal será aquel individuo que salga de su yo, esforzándose en
conocer a sus congéneres y sepa entregarse de forma empática, haciendo que
fluya su energía para el bien de la humanidad. A este individuo, cuya obra
manifiesta amor, sí se le debe considerar universal en su totalidad, a hacerse
ilimitado en su entrega desinteresada.
Los humanos, en general,
somos egoístas; y en las “sociedades desarrolladas”, cada vez más. Luego lo
máximo que se puede conseguir es ser tolerantes. Por eso nos halagan cuando lo
somos y nos educan pensando que es lo mejor. En efecto, es lo mejor en el mundo
del egoísmo. Nuestra realidad no está solo en el fin material, está en el Todo,
y esa unidad del yo engloba un mundo material y un mundo espiritual, salvo para
aquel que no tenga mundo espiritual, aquel que sea un ser limitado.
Es bueno tener sentido
común para aplicarlo en nuestra vida cotidiana, pero es extraordinario saber
prescindir de él para avanzar en el conocimiento universal y, así, poder
acercarnos al yo infinito o espiritual. Aplicado al yo actual nos daría la paz
del conocimiento, del yo venidero, o sea, la Nada. Aquel que quiera afianzar
su futuro que se lance fuera de lo cotidiano; la lucha contra la incertidumbre
forja al valiente. Salgamos de nuestro yo limitado, ayudados con la mente,
haciéndonos más universales, menos egoístas, más amorosos, más parecidos a
Dios.
¡Ojalá! sepamos vivir la
vida con toda la intensidad que nos brinda, y alcancemos la sabiduría de no
ansiar lo material. Saber disolver el yo, más bien querer la Nada , nos dará paz, al
tenerlo Todo. Y, al final de la vida, con la muerte, al librarnos de lo
limitado, ante la Nada ,
alcanzar el Todo: la
Felicidad , la
Paz , el Amor, la
Eternidad , ser Dios, ser Uno, ser Nada; en un Silencio
Infinito.
Carlos Aravaca – Un salto al infinito
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