lunes, 15 de abril de 2013

La muerte es una transición de un estado de conciencia a otro... (Alice Bailey)





Nuestro presente ciclo es el fin de la era; los pró­ximos doscientos años verán la abolición de la muerte, tal como ahora comprendemos esa gran transición, y el establecimiento de la realidad de la existencia del alma.




Nuestras ideas sobre la muerte han sido erróneas. Hemos considerado a la muerte como terrible final, pero en realidad es la gran evasión, la en­trada en una más plena actividad, y la liberación de la vida desde el vehículo cristalizado y la for­ma inadecuada.

¿Por qué no aceptan la Transición? Aprendan a glorificarse en la experiencia que otorga el don de la sabia edad avanzada, y estén a la expecta­tiva de la Gran Aventura que los enfrenta. En sus momentos más elevados saben que esa Tran­sición significa la realización, sin verse limitados por el plano físico.

La enfermedad y la muerte son condiciones esen­cialmente inherentes a la sustancia, y así como el hombre se identifica con el aspecto forma, así también será condicionado por la Ley de Disolu­ción. Esta ley, fundamental y natural, rige la vida de la forma en todos los reinos de la naturaleza.


Existe una técnica de morir, así como existe una de vivir. . .


... (Las personas) no relacionan la muerte con el sueño. Después de todo, la muerte es sólo un intervalo más extenso en la vida de acción en el plano físico; nos vamos “al exterior” por un periodo más largo.

. . . la muerte puede ser mejor considerada como la experiencia que nos libera de la ilusión de la forma...

... la muerte es sólo un intervalo en una vida de progresiva acumulación de experiencia.., indica una transición definida de un estado de conciencia a otro.


La muerte llega al individuo, en el sentido común del término, cuando desaparece del cuerpo físico la voluntad de vivir y es reemplazada por la voluntad de abstracción. A esto lo denominamos muerte.

A medida que la humanidad va siendo consciente del alma.., la muerte será considerada como un proceso “por mandato”, llevado a cabo con plena conciencia y comprensión del propósito cíclico.

. . . El Trabajo de Restitución . . . El Arte de Elimi­nación . . . Los Procesos de Integración ... Estos tres procesos constituyen la muerte.



La muerte es un acto de la intuición, transmitido por el alma a la personalidad y que luego, de acuerdo con la voluntad divina, lo lleva a cabo la voluntad individual.

Entonces es emitida una Palabra. El descendente punto de luz asciende, respondiendo a la apenas perceptible nota de llamada, atraído a su fuente de donde emanó. A esto el hombre le llama muer­te y el alma le llama vida.

Resurrección es la nota clave de la naturaleza, pero no la muerte. La muerte es la antecámara de la Resurrección.

Alice Bailey – Una gran aventura. La muerte. 1937 (por el Maestro Tibetano Djwhal Khul)


martes, 9 de abril de 2013

Despertar la Materia a la consciencia espiritual (Sri Aurobindo)





Hay un sitio en el Ser interior donde se puede permanecer siempre en calma y desde donde es posible considerar con equilibrio y discernimiento las perturbaciones de la consciencia de superficie y actuar sobre ésta a fin de modificarla.

Lo primero que hay que hacer es establecer en la mente una paz y un silencio estables. Solo en una mente silenciosa puede erigirse la verdadera consciencia.
Tener una mente sosegada no significa la ausencia total de pensamientos mentales, sino que estos permanecen en la superficie y que en el interior se siente el Ser verdadero separado observándolos pero sin dejarse arrastrar, capaz de vigilarlos y juzgarlos, de rechazar todo aquello que tiene que ser rechazado, y de aceptar y conservar todo aquello que es verdadera consciencia y experiencia verdadera.
Aspira a que la Madre te conceda este sosiego y esta calma bien establecidos en la mente y esta percepción constante del ser interior dentro de ti, separado de la naturaleza exterior y dirigido hacia la Luz y la verdad.

Es verdad que la mayor parte de nosotros mismos, o más bien de nuestras predisposiciones, de nuestra forma de reaccionar ante la naturaleza universal, procede de nuestras vidas pasadas. Pero la herencia no afecta en gran manera mas que al ser exterior; e incluso en este caso, no todos los efectos de la herencia son aceptados, sino solamente los que están de acuerdo con lo que debemos ser, o por lo menos, no son contrarios a ellos.


El propósito es que la consciencia se eleve hasta salir del cuerpo y se establezca encima, extendiéndose por todas partes, sin limitarse al cuerpo. Así liberado, se abre uno a todo lo que está por encima de la mente ordinaria, recibe desde allí todo lo que desciende de las alturas y observa todo lo que está debajo. Desde allí, el ser mental puede abrirse libremente a los planos superiores o la existencia cósmica y a sus fuerzas, puede actuar con mayor libertad y poder sobre la naturaleza inferior.

Las fuerzas que obstaculizan el camino son las fuerzas de la naturaleza inferior mental, y física. Detrás de ellas se encuentran los poderes adversos de los mundos material, vital y físico sutil. Tan solo a partir del momento en que la mente y el corazón hayan logrado adoptar una orientación unidireccional y se hayan concentrado en una aspiración exclusiva hacia el Divino se podrá luchar con éxito contra estos poderes adversos.

Las fuerzas hostiles tienen una cierta función que ellas mismas se han asignado: la de someter a prueba la condición del individuo, del trabajo de la Tierra misma y de su estado de madurez para el descenso y la realización espiritual. A cada paso del camino están ahí atacando furiosamente, criticando, sugiriendo, imponiendo el desaliento o incitando a la rebelión, fomentando el escepticismo y acumulando dificultades. Cada vez que se vence y se rechaza un ataque de tal naturaleza se produce una purificación en el ser, se gana un nuevo campo para la Madre, en tales momentos es la mejor manera de afrontar la dificultad.

Solo si se mantiene uno detrás, si se separa uno del vital inferior, negándose a considerar como propios sus deseos y sus reclamaciones y manteniendo en lo que a éstos respecta una ecuanimidad y una equidad perfectas en la consciencia, el vital inferior se purifica y se vuelve también tranquilo y ecuánime. Si llega una ola de deseo, debe ser observada con la misma tranquilidad y el mismo impasible desapego con los que observas cualquier cosa que sucede fuera de ti y tienes que dejarla pasar, rechazarla de la consciencia y poner persistentemente en su lugar el verdadero movimiento y la verdadera consciencia.

 

El subconsciente está hecho de hábitos y de recuerdos y repite pertinazmente, o siempre que puede, todas las cosas reprimidas. Es menester educarlo por medio de una presión todavía más pertinaz de las partes Superiores del ser, para que abandone sus viejas respuestas y adopte las nuevas y verdaderas.

Cuando tu consciencia penetre más en tu interior y la luz superior descienda a estas partes interiores encubiertas, las cosas que ahora se repiten de esa manera, desaparecerán.


Es necesario hacer que la consciencia se mantenga en un estado apacible, sin agitación ni inquietud y después, desde esta tranquilidad invocar la Fuerza para que ilumine toda esta oscuridad y la transforme.

Para ser capaz de recibir el Poder divino y dejar que actúe a través de uno en las cosas de la vida exterior, son necesarias tres condiciones:

1)    Sosiego, ecuanimidad, no inquietarse por ninguna cosa que ocurra, mantener la mente inmóvil y firme, observando el juego de las fuerzas, pero permaneciendo tranquila.
2)    Fe absoluta; fe en que lo que ocurra será lo mejor, pero también en que si uno llega a ser un verdadero instrumento, el resultado será el que la voluntad propia, guiada por la Luz divina reconozca como la cosa que hay que hacer.
3)    Receptividad: la capacidad de recibir la Fuerza divina, de sentir su presencia y la presencia de la Madre de ésta, y permitirle que haga su obra, guiando la visión, la voluntad y la acción de uno mismo. Si este poder y esta presencia pueden ser percibidos, y esta plasticidad se hace habitual en la consciencia en medio de la acción, el resultado final está asegurado.



El individuo no está limitado al cuerpo físico; es la consciencia exterior la que tiene esta impresión. Tan pronto como se logra superar esta sensación de limitación, lo primero que se puede percibir es la consciencia interior que aunque esté vinculada no pertenece al cuerpo, y después los planos de consciencia que están alrededor del cuerpo, que forman parte de uno mismo, del ser individual, y a través de los cuales se está en contacto con las fuerzas cósmicas y los otros seres: es la consciencia del contorno.

El Divino puede estar y está en todas partes, escondido, manifestado a medias o empezando a manifestarse, en todos los planos de la consciencia. En la Supermente empieza a manifestarse sin disfraz ni velo, en su propia forma esencial.

Lo que pretendemos hacer descender al mundo material es la consciencia, la luz y la energía supramentales, porque solo esto  puede transformarlo verdaderamente.

El Espíritu está ya presente en la Materia como en todas partes; solo una aparente inconsciencia de superficie o consciencia involucionada, vela su presencia. La tarea que nos incumbe es despertar la Materia a la consciencia espiritual escondida en su seno.



Sri Aurobindo – Guía del Yoga integral

 

viernes, 5 de abril de 2013

Madre Teresa de los pobres, santidad a flor de piel. (González-Balado)






“Cada vez estoy más convencida de que la carencia de afecto es la peor de las enfermedades que puede soportar un ser humano. Se han inventado medicinas para curar la lepra y la tuberculosis. Pero a menos que haya manos dispuestas a servir y corazones disponibles para el amor, la enfermedad de no ser queridos resultaría incurable.

El amor es un fruto de estación en todo tiempo y que está al alcance de todas las manos. Todos lo pueden cosechar sin ninguna clase de limitaciones. Todos pueden alcanzar este amor por medio de la meditación, del espiritu de oración y de sacrificio, a través de una intensa vida interior.

No vivamos distraídos. Busquemos más bien en nuestra propia intimidad de manera que podamos ser capaces de comprender mejor a nuestros hermanos. Si queremos comprender mejor a aquellos en medio de los cuales nos corresponde vivir, tenemos antes que comprendernos a nosotros mismos.

Trabajar sin amor es una esclavitud. El amor tiene que cimentarse sobre el sacrificio. Tenemos que dar hasta sentir dolor.



Tratad de buscar a quienes os necesitan y de entablar con ellos un conocimiento personal. Haced por ellos las cosas pequeñas. Aquellas cosas para las que ningún otro tiene tiempo.

No es necesario desplazarse hasta lo suburbios para tropezar con la carencia de amor y encontrar la pobreza. En toda familia y vecindario existe alguien que sufre.

No debemos emitir juicios de condena, de murmuración. Ni siquiera permitirnos insinuación alguna capaz de herir a las personas. A lo mejor una persona nunca ha oído hablar del cristianismo, de manera que no sabemos qué camino ha escogido Dios para mostrarse a esa alma y cómo Él la está moldeando. Por eso mismo ¿quiénes somos nosotros para condenar a nadie?

Tenemos que amar a los que están más cerca de nosotros, en nuestra propia familia. De ahí el amor se esparce hacia todos los que tienen necesidad de nosotros. Tenemos que llegar a conocer a los pobres de nuestro entorno, porque solo conociéndolos seremos capaces de comprenderlos y de amarlos. Solo cuando los amamos podemos servirlos.



Los pobres, los leprosos, los marginados, incluso los alcohólicos, a quienes prestamos servicio, son gentes maravillosas. Muchos de ellos poseen una personalidad extraordinaria. Esta experiencia que nos viene de servirlos tenemos que comunicarla a personas que no la han podido disfrutar. Es una de las mayores recompensas de nuestro trabajo.

Mis años de servicio a los pobres me han ayudado a comprender que son justamente ellos quienes mejor comprenden la dignidad humana. Su principal problema no consiste en carecer de dinero, sino en no ver reconocido su derecho a ser tratados con humanidad y con amor.

Podemos a veces comprobar cómo vuelve la alegría a las vidas de los más desposeídos cuando se dan cuenta de que muchos de entre nosotros se preocupan por ellos, les demuestran su amor. Hasta su misma salud mejora, cuando están enfermos.

El desahucio no es solo de una habitación, de un cobijo, sino que existe el desahucio que reclama comprensión y bondad, que reclama alguien que abra su corazón para acoger al que se encuentra solo, al que carece de todo parentesco y afecto humano.



Tenemos que ir en busca de la gente que vive lejos o cerca.
Pobres materiales o pobres espirituales.
Pueden tener hambre de pan o hambre de amistad.
Pueden estar desnudos de ropas o del deseo de conocer las riquezas de amor que Dios les tiene.
Pueden carecer de un hogar o un cobijo de ladrillo o quizá de un refugio hecho de amor en nuestros corazones.


Cada uno de nosotros no somos más que simples instrumentos de Dios. Llevamos a término nuestra humilde tarea y desaparecemos”.



José Luis González-Balado – La sonrisa de los pobres. Anécdotas de Madre Teresa

martes, 2 de abril de 2013

Meditación "cuerpo dormido, mente despierta" (Eric Harrison)





Muchas personas tratan de relajarse controlando todo el proceso, encontrar la forma “correcta” de respirar, y recurren a diferentes técnicas que les alientan a controlar la respiración. Todos estos son buenos ejercicios de concentración para estabilizar la mente, pero siguen siendo mecanismos de control. Hace falta disciplina, sí, pero solo para desmantelar la rigidez que bloquea la espontaneidad de la respiración.

El control no es necesariamente “malo” y la libertad “buena”. Es obvio que se necesita un equilibrio. Sin embargo, los occidentales generalmente se equivocan con respecto al control. La cristiandad destaca el dominio del hombre sobre la naturaleza, y aunque tal vez ya no seamos abiertamente cristianos, la actitud permanece. Las creencias orientales son muy diferentes. Creen que somos naturaleza y uno con la naturaleza. El camino interior es comprender mejor la naturaleza (y por consiguiente a Dios) para funcionar con armonía con las fuerzas que nos rodean. Esto significa aplicar la oreja al suelo y escuchar.

La respiración y el cuerpo son sabios. A diferencia de nuestros egos personales, el cuerpo hace decenas de miles de años que está presente. Sabe qué hacer si le damos la mínima oportunidad. Basta con sacar del medio a la mente que interfiere. En el zen dicen: “Si tu espalda estuviera perfectamente recta, vería la luz”. La postura perfecta significa salud perfecta y armonía interior. Tal vez queramos imponernos una buena postura o una mente iluminada, pero de ese modo no puede ser. El equilibrio perfecto se alcanza escuchando con humildad a la sabiduría interior de nuestra carne y nuestros huesos. O, en el nivel más básico, siendo conscientes de la postura y la respiración.

Las instrucciones básicas a emplear para la mayoría de las meditaciones son las mismas: Relajarse – Elegir algo sobre lo que concentrarse y explorarlo – Si la mente se distrae volver a la concentración – Dejar de lado todo lo demás. La diferencia principal entre las distintas meditaciones es el objeto sobre el que decidimos concentrarnos: Respiración y conciencia corporal – Mantras y afirmaciones – Visualización de objetos sensoriales (naturaleza, música, vela, sonidos, etc.).

Las meditaciones basadas en la respiración y el cuerpo tienden a estimular la conciencia de uno mismo, la salud, la memoria, la relajación y la dicha.

Mantras y afirmaciones son ideales para promover la tranquilidad. Son prácticas sencillas y flexibles, adecuadas para personas de temperamento devoto o religioso, a menudo producen felicidad a costa de la claridad mental; usan palabras para detener palabras. Son musicales, nos envuelven en sonidos y su ritmo nos transporta. Pueden aparecer colores e imágenes y la sensación es a menudo cómoda y sensual, pero también pueden ser soporiferos. Con frecuencia nuestros cuerpos se relajan, pero nuestras mentes siguen comentando, evaluando, preocupándose. Son una manera de contrarrestarlos.

Las meditaciones sobre objetos sensoriales hacen salir de uno mismo y aumentan la empatía con el mundo exterior y su comprensión. Las visualizaciones son positivas, creativas e individualistas. Pueden hacer aflorar el potencial de la mente, pero a menudo les falta profundidad. Pueden llevar a un estado mental ambicioso que exige resultados de cada meditación.



Cuando estamos relajados y conscientes, probablemente estamos en alfa: caminando por el parque, escuchando música, arreglando flores. Es cuando nos relajamos con una taza de té y soñamos despiertos, o estamos absortos en una manualidad. Cada vez que nos “perdemos” en algo hermoso o fascinante. El estado alfa se da con mayor probabilidad en el presente, en los sentidos y en contacto con nosotros mismos y lo que nos rodea. En “alfa” “somos” más que “hacemos”. Se da cuando nos abrimos y permitimos que el mundo entre. Es más pasivo, vulnerable y confiado.

Cuando el cuerpo se relaja suelta la energía retenida, que normalmente se desperdicia en los pensamientos (beta), la fantasía (alfa) o los sueños (theta ó zeta). Nuestro desafío como meditadores es usar esta energía para alcanzar una mayor claridad mental, para permanecer despiertos a medida que el cuerpo se hunde cada vez más en el sueño. El mundo se ve muy distinto cuando estamos en alfa. Aquí, el pasado y el futuro han desaparecido. Alfa es cuando estamos sintiendo, probando, tocando, cuando el cuerpo y las sensaciones son todo uno, ya sean agradables o no. No se logra entrar conscientemente en este estado si antes no se tiene interés por el estado previo, el de estar relajado y consciente. Cuando las personas aprenden a refrenar sus pensamientos errantes, cuando se relajan y disfrutan de una creciente claridad mental, entonces los estados más profundos se alcanzan automáticamente. Todo esto es tan sólido como una roca, pero es muy diferente de la perspectiva beta.

Las visiones alfa y beta de la realidad son aparentemente contradictorias, pero necesitamos a las dos. Son como el macho y la hembra, como el yin y el yang de nuestras vidas diarias. Necesitamos oscilar entre ellos, del pensamiento conceptual a la sensación directa una y otra vez. Lo que necesitamos es un diálogo armónico entre estas realidades opuestas. La meditación nos mantiene en contacto con la realidad solo si permanecemos alerta, y una de las mejores maneras de permanecer despierto es meditar con los ojos abiertos. Es un umbral que muchos meditadores nunca cruzan. Puede meditarse sobre cosas bellas, una rosa, la llama de una vela, un objeto de cristal, un árbol, las nubes, el viento que hace ondular la hierba, la lluvia que cae, un pájaro en un arbusto, el sol reflejándose en el agua, etc.

Cuando más nos dejamos ir es cuando el cuerpo está dormido y la mente despierta. Si nos mantenemos despiertos en el umbral del sueño, cualquier pensamiento o ansiedad se evapora de forma instantánea. Dado que no hay pensamientos que agiten la mente, el metabolismo puede hacerse más lento que si nos durmiéramos. En este estado “cuerpo dormido, mente despierta”, estamos casi completamente desconectados del cuerpo y de los pensamientos tipo “yo, mí y mío”. Solo hay pura conciencia, amor y aceptación. Es un estado que corta drásticamente la negatividad emocional que da pie a la mala salud del cuerpo.

La meditación acaba por cambiar la vida de las personas a mejor, pero no porque se relajan más y duermen mejor, sino porque la meditación les quita la venda de los ojos. Con la meditación nos despertamos, vemos y comprendemos lo que está pasando. La niebla se disipa y las fantasías inútiles desaparecen. Estamos en contacto, momento a momento, con las sensaciones y emociones físicas de estar vivos. Para mejor o para peor, estamos en contacto con la realidad.


Eric Harrison – Aprenda a meditar