La
propuesta de la utopía posible para el anarquismo nunca ha sido una imagen
inmutable, se transforma e incesantemente se muestra con nuevos matices. De allí
que el título no sea una muestra de pedantería, sino un llamado para una tarea
que llevará todo el siglo, construir un mundo mejor, empeño que nunca será
acabado ni perfecto sino cambiante y corregible con el aporte de todos y cada
uno.
El anarquismo es probablemente la corriente
política en torno a la cual ha habido más desinformación o equívocos a la hora
de describirla. En lo esencial, es un ideal que preconiza la modificación
radical de las actuales formas de organización social, que tanta injusticia,
dolor, sufrimiento y miseria acarrean a la mayoría de las personas del mundo,
buscando suprimir todas las formas de desigualdad y opresión vigentes, a las
que considera responsable de esos males, sin por ello reducir un ápice de la
libertad individual. El modo de alcanzarlo es el ejercicio pleno de libertad de
cada uno en un plano de igualdad con todos, y anteponiendo la solidaridad a
cualquier otro beneficio. Parece sencillo decirlo, pero alcanzarlo implica una
verdadera revolución no solo en la sociedad sino en cada persona.
Se
aprecia que esto no tiene nada que ver con adorar e instigar el caos, la muerte
y la destrucción, como regularmente se identifica a la anarquía. Su búsqueda es
la única que sacude los cimientos de una estructura de dominación que, de tanto
soportarla, parece natural pero no lo es. La imagen perversa que se le adosa al
anarquismo ocurre en la época del socialismo libertario, por el obvio temor de
los poderes autoritarios ante el avance de su más consecuente antagonista, de
modo que continúa siendo prioritario para los poderosos ocultar el sentido
cierto de lo que el anarquismo es y se propone. Romper con esta mixtificación
interesadamente atribuida es necesario para quien quiera aproximarse con mente
abierta y sin prejuicios a esta expresión de pensamiento.
La necesidad impuesta de potestades
opresoras está tan arraigada en la mente del ciudadano medio que la anarquía,
cuyo significado podemos resumir es “falta de autoridad jerárquica”, resulta
impensable para la mayoría de la gente, curiosamente las mismas que soportan y
admiten que los reglamentos, regulaciones, impuestos, intromisiones y abusos de
poder son irritantes, pero las lleva a pensar que solo queda aguantar es silencio
porque la alternativa de “falta de poder, de autoridad y todo el mundo haciendo
su propia voluntad” sería el caos, la destrucción.
En
cambio, el anarquismo persigue la eliminación de cualquier punto de control
privilegiado desde donde se gobierne, la desaparición de todo grupo que se
asuma como poseedor de algún privilegio para usufructuarlo en beneficio propio
sometiendo a los otros. Como alternativa frente a las diferentes formas de
gobierno conocidas sostiene la ausencia de gobierno o acracia.
Cualquier tipo de sociedad anarquista nos
ahorraría las terribles distorsiones que generan las estructuras de poder y el
Estado. Lo “negativo” del anarquismo, es decir, la abolición del Estado y de
toda forma de poder institucionalizado, se vería equilibrada por lo que viene
en su lugar: una sociedad libre y de libre cooperación.
Todos
los tipos de anarquismo tienen en común la defensa de que la felicidad
individual solo se alcanza con la felicidad colectiva, que el bien propio solo
se realiza si se funda en el bien de todos, que la libertad personal se
extiende con la libertad del otro. Que el estado y las actuales organizaciones
deben ser substituidas por una sociedad sin clases y sin la violencia, directa
o encubierta, que hace posible institucionalizar esas diferencias.
La ausencia de moldes obligatorios (el
anarquismo se niega a establecer pautas dogmáticas de lo que debe ser) ocurre
porque el anarquismo rechaza la existencia de un principio único, atemporal,
suprahistórico, revelado por algún dios o por un ser privilegiado que ordena y
manda sin apelación. Solo las personas libres, en diálogo igualitario podrán
construir el camino para alcanzar su felicidad personal y colectiva, que nunca
será perfecta, porque la humanidad es cambiante, con nuevas metas que presentan
nuevos problemas que exigen nuevas soluciones.
Otra
descalificación típica es sostener que el anarquismo es una bella quimera
intelectual, una idea hermosa, pero impracticable. Curiosa descalificación,
porque el anarquismo surgió directamente de esa lucha por la supervivencia de
gente oprimida común y corriente, práctica en sus pretensiones. Si en verdad el
anarquismo fuera tan inviable, ¿por qué tanto esfuerzo especulativo de sus
adversarios para refutar un ideal que supuestamente es absurdo? Ningún grupo
gastaría esfuerzo luchando contra un enemigo cuyas propuestas no tuvieran
posibilidad de materializarse.
No
hay nada violento en el anarquismo excepto que la propia vida se transforma en
una conducta subversiva puesto que impide la manipulación de los otros. Para el
anarquismo, la fuente de las divisiones sociales está en el Estado, por la
opresión a que la concentración de poder estatal y económico nos somete. ¿Acaso
ahora mismo no vivimos en el caos? Millones de personas carecen de ocupación
digna, se labora en empleos repetitivos y rutinarios, muchas veces perniciosos
para nosotros o para el medio ambiente, que solo brindan beneficio a un pequeño
grupo. Hay gente que muere de hambre a la vez que se arroja comida al mar y se
almacena hasta pudrirse para mantener los precios; malgastamos recursos y
contaminamos el aire para beneficio de los dueños de la industria. La lista de
locuras, de situaciones caóticas y absurdas en la sociedad actual es
interminable. ¡Y además se nos pide sacrificar nuestra libertad para promover
este desastre cotidiano!
La
autoridad institucionalizada solo puede interferir e imponer cosas en su
beneficio. La fuerza de un estado radica en el peso que la burocracia tiene
sobre sus gobernados, con sus controles, trámites y el requerimiento continuo
de documentos, terminando por transformarnos en siervos que para todo debemos
pedir permiso. Pero claro es que la burocracia sirve también para repartir
cargos, favores, contratos, comprar voluntades… todo el caos según el
anarquismo deriva de la autoridad opresora del Estado. Sin clases dirigentes y
sin imperativo de mantenernos sometidos no habría Estado. Sin Estado nos
encontraríamos en situación de organizarnos libremente según nuestros propios
fines. ¿Cómo es posible vivir sin el orden que el estado impone? El orden sebe
surgir de las exigencias de la vida misma y el colectivo que integramos. Se reconoce
la autoridad derivada de las peculiares habilidades de cada uno. Pero esa
autoridad es siempre restringida, limitada, ya que nadie puede pretender un
dominio sobre los otros miembros de la sociedad, ni aspirar a una posición de
privilegio permanente. Aspira a que los miembros de un colectivo, en forma
libre, seleccionen la organización económica que más les favorece en vista de
sus propios intereses particulares y colectivos.
Siempre
han llamado la atención de los anarquistas el mutualismo, que niega la
propiedad pero acepta posesión de uso; la base del intercambio está en la
asociación de productores y consumidores con un precio derivado del coste de
producción y suprimiendo el lucro. El colectivismo, que sostiene la propiedad
colectiva de los instrumentos de producción, pero el fruto del trabajo debe
distribuirse en proporción al trabajo y su calidad, con lo que se mantiene un
tipo diferenciado de salarios. El comunismo anarquista, que tiene como lema “De
cada uno según su capacidad, a cada uno según sus necesidades”, con lo que se
suprime el salario diferencial, los medios de producción son comunes y la
distribución se hace en función de las necesidades. Las discusiones acerca de
las ventajas de estos modelos económicos, y de otros posibles, forma parte
integrante de lo imaginable de la nueva sociedad, para cuya construcción no hay
prejuicios acerca de la manera en que debe organizarse, sino que se debe debatir
libre y colectivamente, calibrando ventajas y desventajas, sin ideas
preconcebidas.
(La
delincuencia en general) deriva de la existencia de propiedad privada en gran
escala, por lo que, si la forma de propiedad fuese colectiva, desaparecería un
motivo muy importante de la delincuencia contra personas y bienes. La mejor
solución es a través de la organización comunal de protección mutua (En
realidad, las fuerzas de seguridad interesan a los de arriba en tanto puedan
protegerlos a ellos, a su propiedad y a su poder sobre nosotros). Negar la
posibilidad de la violencia como un momento en la lucha revolucionaria está
lejos del anarquismo, pues siempre habrá que responder a grupos que apelen a la
fuerza como argumento para defender sus privilegios. Pero la violencia en modo
alguno es la guía para la transformación que se pretende, que es un cambio
total en la organización social y económica de la humanidad. De ninguna manera
este cambio radical puede ser el resultado de una revolución puntual y catastrófica,
que a lo más podría llegar a dominar el poder político, lo que es
contradictorio con la esencia del movimiento anarquista, pues el objetivo
precisamente es destruirlo.
El anarquismo rechaza esa violencia que es únicamente
manifestación de la pasión destructiva y no está subordinada a la acción
constructiva, y que ni siquiera sirve de detonante de un vasto movimiento
popular revolucionario. La violencia como momento destructivo es un punto en un
proceso mucho más largo y amplio.
Básicamente
se entiende el anarquismo viviéndolo y trabajando en proyectos comunes y con
otros compañeros de ideas, manteniendo siempre presente que la utopía se
construye con libertad propia y ajena, respetando la igualdad de todos y
abriendo espacios cada vez más amplios de colaboración.
Nelson Méndez/Alfredo Vallota – Bitácora de la Utopía (Anarquismo para el siglo XXI)
“La
utopía significa el sueño colectivo y si este sueño no existe la gente se
desmigaja, se encierra en células y se vuelve más egoísta y depredadora. Y aparece
el ruido y la insolidaridad. Estás más indefenso, eres menos generoso, más
cobarde y por tanto más vulnerable. Sin utopías vives a merced de lo que el
poder decida imponer en cada momento. Estás en sus manos…”
Joan
Manuel Serrat