lunes, 24 de febrero de 2014

Nociones básicas de Hermetismo (René Guenon)

La base de toda enseñanza verdaderamente iniciática es que toda realización es de orden esencialmente interior, aún cuando sea susceptible de tener repercusiones en el exterior; el hombre no puede encontrar sus principios y medios más que en sí mismo, y puede hacerlo porque lleva en sí la correspondencia de todo cuanto existe: el hombre es un símbolo de la Existencia universal. Y si consigue penetrar hasta el centro de su propio ser, alcanza por ello el conocimiento total, con todo cuanto implica por añadidura: aquel que conoce a su Sí, conoce a su Señor, y entonces conoce todas las cosas en la suprema unidad del Principio mismo, fuera del cual nada hay que pueda tener el menor grado de realidad.




Es concebible que los elementos que constituyen el cuerpo puedan ser “transmitidos” y “sutilizados”, de modo que puedan transferirse a una modalidad extracorporal, donde el ser podrá desde entonces existir en condiciones menos estrechamente limitadas en relación con el dominio corporal, especialmente bajo el aspecto de la duración. En tal caso, el ser desaparecerá en un determinado momento sin dejar tras él ninguna huella de su cuerpo; podrá, por otra parte, reaparecer temporalmente en el mundo corporal, en razón de las interferencias entre éste y las demás modalidades del estado humano.

Ello no sería en suma más que una demora más o menos prolongada sobre la vía que debe normalmente conducir a la restauración del “estado primordial”. El ser que lo ha alcanzado está virtualmente “liberado” y “transformado”; por supuesto, su “transformación” no puede ser efectiva, ya que todavía no ha salido del estado humano, del cual solamente ha realizado integralmente la perfección; pero las posibilidades adquiridas desde ese momento reflejan y “prefiguran” en cierto modo a las del ser verdaderamente transformado. El ser establecido en este punto ocupa una posición “central” con respecto a todas las condiciones del estado humano, de manera que, sin haber pasado más allá, las domina en lugar de estar dominado por ellas, como en el caso del hombre ordinario.

De ahí que podrá entonces, si quiere, transportarse a un momento cualquiera del tiempo, así como a un lugar cualquiera del espacio, como una consecuencia inmediata de la reintegración en el centro del estado humano; es el reflejo, es el dominio humano de la propia eternidad principial. Esta posibilidad puede no manifestarse al exterior en modo alguno, pero el ser que la adquiere la posee entonces de una manera permanente e inmutable, y nada podría hacérsela perder; le basta con retirarse del mundo exterior y entrar en sí mismo para encontrar en el centro de su propio ser la verdadera “fuente de la inmortalidad”.
   El hombre no puede encontrar los principios sino en sí mismo, y puede porque lleva en él la correspondencia de todo lo que existe, pues “el hombre es el símbolo de la existencia universal”, si alcanza a penetrar hasta el centro de su propio ser, en el cual está comprendida “eminentemente” toda realidad.



El cuerpo tiene su principio inmediato en el alma, pero no procede del espíritu sino indirectamente y por intermedio del alma. Solamente cuando se considera al ser viendo en el espíritu ese aspecto “esencial” y en el cuerpo el aspecto “substancial” puede encontrarse una simetría entre los aspectos primero y último del ser ternario (espíritu=alma=cuerpo). Entonces, el alma es intermedia entre el espíritu y el cuerpo, pero en modo alguno puede ser considerada como producto o resultado de  aquellas. El espíritu es yang y el alma yin, y por ello suelen simbolizarse respectivamente por el Sol y la Luna. El espíritu es la luz emanada directamente del Principio, mientras que el alma no presenta sino una reflexión de esa luz. El “mundo intermedio” o esfera anímica es propiamente el medio en el que se elaboran las formas y constituye un papel “maternal”; y esta elaboración se produce bajo la influencia del espíritu, que así tiene en ese aspecto un papel “paternal”.

La consideración del ternario de espíritu, alma y cuerpo nos conduce bastante naturalmente a la del ternario alquímico, Azufre, Mercurio y Sal. Se puede decir que el Azufre, cuyo carácter activo hace que se le asimile a un principio ígneo, es esencialmente un principio de actividad interior, que se considera se irradia a partir del centro mismo del ser. En el hombre tal fuerza interna suele identificarse por el poder de la voluntad, a condición de entender la voluntad de manera análoga a la “Voluntad divina” o, según la terminología oriental, la “Voluntad del Cielo”. Esta identificación está plenamente justificada en el “Hombre verdadero”, que se sitúa en el centro de todo, y cuya voluntad está necesariamente unida a la “Voluntad del Cielo”.



En cuanto al Mercurio, se considera que reacciona desde el exterior, de suerte que desempeña el papel de fuerza centrípeta que se opone a la fuerza centrífuga del Azufre, y en cierta manera la limita. El Mercurio no se sitúa en la esfera corporal, sino en la esfera sutil o anímica. De la acción interior del Azufre y exterior del Mercurio resulta una especie de cristalización que determina una zona neutra en la que se encuentran y estabilizan las influencias opuestas de uno y otro; el producto de esa cristalización es la Sal, que constituye para el ser como una envoltura por la que a la vez está en contacto con el ambiente y a la vez aislado. La Sal se convierte así en intermediaria entre ellas; es como su resultante y se sitúa en el propio límite de los dos ámbitos “interior” y “exterior”.
   Simbólicamente, el Azufre (Purusha-Yang-Activo-Seco-Sol-Padre) es comparable con el rayo luminoso (Agni, Sol espiritual, fuego central de la Creación), y el Mercurio (Prakriti-Yin-Pasivo-Húmedo-Luna-Madre) con su plano de reflexión. Así tenemos que la Sal (Materia) es el producto del primero con el segundo.

En el orden microcósmico, la “puerta solar”, que es el “ojo” de la bóveda cósmica, corresponde al séptimo chakra, es decir, al punto de contacto del individuo con el “séptimo rayo del sol espiritual”, punto cuya localización se encuentra en la coronilla, y que se corresponde también con la abertura superior del athanor hermético.
   La serpiente enroscada en torno al “Huevo del Mundo” es la kundalini enroscada en torno del “núcleo de inmortalidad”; a esta posición inferior de luz se alude en la fórmula hermética: “Visita las partes inferiores de la tierra, y rectificando, encontrarás la piedra oculta”. La rectificación es aquí el enderezamiento que señala, después del “descenso”, el comienzo del movimiento, “verdadera medicina” pócima de la inmortalidad.



Un enderezamiento deberá en efecto operarse, y no será posible sino cuando el punto más bajo haya sido alcanzado (espíritu-núcleo de inmortalidad-piedra oculta-kundalini). Todo ello se relaciona propiamente con el secreto de la “inversión de los polos”. Esta alteración deberá por lo demás ser preparada, incluso visiblemente, antes del fin del ciclo actual (Kali-yuga), pero no podrá serlo sino por aquel que, uniendo en sí las potencias del Cielo y de la Tierra, las de oriente y Occidente, manifestará al exterior, a la vez en el dominio del conocimiento y en el de la acción, el doble poder sacerdotal y real conservado a través de las edades, en la integridad de su principio único, por los depositarios de la Tradición primordial.

   Sería además inútil el querer saber ahora cuándo y cómo se producirá tal manifestación, y sin duda será muy diferente de todo lo que se podría imaginar a este respecto; los “misterios del polo” están con seguridad bien guardados, y nada podrá darse a conocer al exterior antes de que el tiempo fijado sea cumplido.


René Guenon - Hermetismo

viernes, 21 de febrero de 2014

Frases y Pensamientos Malditos

El más ponzoñoso dardo con que el escepticismo puede atravesar el corazón del hombre es decirle que no hay otra vida más allá de la presente en otro estado, con posibilidades de ulterior progreso, que perfeccione su actual naturaleza. 
THOMAS BROWNE





La división de las cosas en materia y espíritu es filosóficamente inexacta, y conviene diferenciarlas en voluntad y manifestación, con la ventaja de espiritualizar todas las cosas, pues lo real y objetivo, los cuerpos y la materia, los consideramos como manifestación dimanante de la voluntad. 
KANT


Aún en los más apartados confines de la historia, descubrimos desde un principio el divino don de la vigorosa y razonable inteligencia, de suerte que es imposible sostener que la raza humana haya surgido lentamente de las profundidades de la brutalidad animal. 
MAX MULLER


De extraña condición es la inteligencia humana, pues antes de alcanzar la verdad parece como si necesitara obstinarse durante largo tiempo en el error. 
MAGENDIE


¡Orgullo! Cuando la razón desfallezca, acude en nuestro auxilio y llena hasta los bordes el enorme vacío de la mente. 
POPE


No califiques de locura aquello de que han probado no saber nada.
TERTULIANO


No acepto sin reservas la opinión de ningún hombre, vivo o muerto. 
H. GREELEY


La mente no basta por sí sola para abarcar lo espiritual. De la misma manera que el sol ofusca la luz de una llama, así el espíritu ofusca la luz de la mente.
HOWITT



La gravitación de una piedra es tan inexplicable como el pensamiento en el cerebro humano. Si no sabemos por qué cae al suelo un objeto material, tampoco sabemos si este objeto es capaz o no de pensar… Tan pronto como pasamos de lo experimental a lo especulativo, de lo físico a lo metafísico, nos atajan al paso las enigmáticas fuerzas de cohesión, afinidad, gravitación, etc., cuyo misterio es para nuestros sentidos tan profundo como la voluntad y el pensamiento humanos. Nuestra razón y nuestros sentidos solo son capaces de conocer lo superficial, pero jamás penetrarán en la última substancia de las cosas. 
SCHOPENHAUER


La creencia en lo sobrenatural se ha manifestado espontáneamente desde un principio en todos los pueblos de la raza humana. La incredulidad en lo sobrenatural conduce al materialismo, el materialismo a la sensualidad, y la sensualidad a las catástrofes sociales, entre cuyas convulsiones aprende el hombre otra vez a crecer y orar. 
GUIZOT


Las más potentes almas perciben intuitivamente la verdad y son de más ingeniosa índole. Estas almas se salvan por su propio esfuerzo. 
PROCLO


La fe ha de ser la corroboradora de la imaginación, pues por la fe se establece la voluntad... En  todas las obras mágicas, es requisito indispensable la firmeza de voluntad. Las artes no tienen reglas fijas y ciertas, porque los hombres no saben imaginar ni creer en el resultado eficaz de lo que imaginan. 
PARACELSO


Puesto que el alma evoluciona perpetuamente y en determinado tiempo pasa a través de todas las cosas, se ve luego precisada a retroceder por el mismo camino y a proceder en el mismo orden de generación en el mundo, porque tantas cuantas veces se repiten las causas, otras tantas han de repetirse los efectos. 
FICIN



La luz astral, en el momento de la concepción, se transforma en luz humana, de que se reviste el alma como de primer envoltorio y, combinada con los más sutiles fluidos, forma el cuerpo etéreo, que ya no se desprende por completo del cuerpo hasta el momento de la muerte. 
ELIPHAS LEVI


Sin un fin peculiar es el estudio artificiosa frivolidad de la mente. 
YOUNG


Empezamos las investigaciones en donde las modernas conjeturas pliegan sus engañosas alas. Y con nosotros están los elementos científicos que los sabios del día desdeñan por quiméricos o con prevención los miran como arcanos insondables. 
El espejo del alma no puede reflejar a la vez la tierra y el cielo. La tierra desaparece de la superficie luego que el cielo se retrata en el fondo.
BULWER


Millones de seres espirituales recorren la tierra y no les vemos, ni cuando estamos dormidos ni cuando estamos despiertos.  MILTON




Nuestro más arduo negocio es redimirnos de la esclavitud de la vida senciente y vencer los titánicos elementos de nuestra naturaleza carnal por medio de la divina. 
CICERÓN


La química llegó en tiempos antiguos a una altura no alcanzada ni siquiera bordeada por nosotros. 
WENDELL


Los conocimientos científicos de los primitivos tiempos de la sociedad humana eran mucho mayores de lo que los modernos suponen, pero estaban cuidadosamente velados en los templos a los ojos del vulgo y tan solo a disposición de los sacerdotes. 
A. THOMSON


El testimonio de la existencia del espíritu es inasequible en las condiciones de la vida terrena, puesto que escapa a toda experimentación, y por numerosas que sean sus pruebas, no cabe esperanza de hallarlas. Nuestro fracaso en este empeño no es seguramente de valor contra la existencia del espíritu. En este concepto, la creencia en la vida futura carece de base científica, porque en manera alguna la necesita, ni es posible someterla a la crítica de los científicos. 
FISK


La voluntad es la potencia capital y superior de todas. La voluntad del creador puso en movimiento todas las cosas. La voluntad es atributo de todas las entidades espirituales y se desenvuelve con tanta mayor actividad cuanto más libre está de la materia. 
VAN HELMONT



¿Por qué esta placentera esperanza, este hondo deseo, este ardiente anhelo de espiritualidad? ¿Por qué el secreto temor, el íntimo espanto de caer en la nada? ¿Por qué se encoge el alma en sí misma y tiembla a la sola idea de aniquilación? Es la divinidad que en nuestro interior se agita. Es el cielo que señala nuestro porvenir y revela la inmortalidad del hombre. ¡Oh, eternidad, encantadora y pavorosa idea!
ADDISON


Al tratar de la fe, como ésta no es en esencia sino cosa de voluntad, no de razón, como creer es querer creer, y creer en Dios ante todo y sobre todo es querer que le haya. Y así, creer en la inmortalidad del alma es querer que el hombre sea inmortal, pero quererlo con tanta fuerza que esta querencia, atropellando a la razón, pase sobre ella
No comprendo a los hombres que me dicen que nunca les atormenta la perspectiva de allende la muerte, ni el anonadamiento propio les inquieta; y por mi parte no quiero poner paz entre mi corazón y mi cabeza, entre mi fe y mi razón; quiero más bien que se peleen entre sí. En una palabra, que con razón, sin razón o contra ella, no me da la gana morirme. Y cuando al fin me muera, si es del todo, no me habré muerto yo, esto es, no me habré dejado morir, sino que me habrá matado el destino humano. Como no llegue a perder la cabeza, o mejor aún que la cabeza, el corazón, yo no dimito de la vida, se me destituirá de ella.
UNAMUNO

Si alguien no cree en estas cosas, guarde para sí su opinión y no contradiga a quienes por ellas se ven inclinados a la práctica de la virtud. 

JOSEFO


martes, 18 de febrero de 2014

Serenidad, Sosiego, Autoconocimiento... (Ramiro Calle)


El más fantástico reto del ser humano es vivir más despierto. El desafío más colosal, hallar la paz interior. El logro más provechoso, la claridad mental. El sosiego conduce a la lucidez de la mente; la lucidez de la mente desemboca en el sosiego. Éste es una energía que no se halla sino en nuestro interior. El auténtico descanso es la quietud. Es lo que nos renueva, «re-centra», armoniza y sana.
Lucidez y sosiego son los dos puntales de la clara comprensión, aquella que carece de pantallas y filtros mentales, hace la visión más libre y con más brillo, vitalidad e intensidad, sin enmascararla tras deseos o antipatías. Esa mirada despejada y no condicionada es la que permite el aprendizaje a cada instante, porque no remolca los esquemas, frustraciones y experiencias del pasado. Resulta capaz de transformar interiormente a la persona, ya que le permite liberarse del surco repetitivo de conciencia en el que ha estado inmersa. Es una visión sin interferencias, que invita a evolucionar y convierte el devenir cotidiano en un ejercicio de autoconocimiento y madurez.



De este modo, el sosiego interior, que se gana mediante un esfuerzo consciente y la sujeción del ego, nos permite percibir sin superponer nuestros anhelos, miedos y aversiones. Desde esta claridad, la mente, más silente, puede descubrir lo que es en todo su fluir y esplendor; podemos tomar conciencia de nuestros movimientos psíquicos y emocionales, escuchar con viveza inusual a la persona con la que nos comunicamos, sentir con gran frescura y vitalidad el abrazo del ser querido o conectar con el prodigio de un amanecer. El ego deja de interferir y, con él, se relegan la sombra del pasado, los moldes de pensamiento, la visión condicionada. La verdadera quietud interior abre una vía de acceso a esa totalidad que nos contiene y recupera la percepción unitaria de todo lo existente. Ésa es una enseñanza que, a diferencia de la acumulación de datos y experiencias mecánicamente codificados, nos aporta realmente algo muy valioso y nos ayuda a evolucionar. Sin embargo, hasta que no mudamos de veras nuestra fosilizada psicología, somos víctimas de innumerables autodefensas narcisistas y atrincheramientos mentales que enrarecen nuestra atmósfera interior y nos impiden abrirnos y aprender de las configuraciones cambiantes de la existencia. Recurrimos a la racionalización incluso para ocultar nuestras cualidades más negativas y justificar nuestra ausencia de virtud.

Los oscurecimientos de la mente la ocultan y nos la roban. Lo que nos pertenece se nos escapa, lo que es nuestro parece no serlo. Las personas viven en la zozobra, el desasosiego, la agitación y el desconcierto. Se le da la espalda a la preciosa energía de quietud. El sosiego nos es sustraído por muchos factores y estados mentales, entre los que destaca el miedo. No nos referimos a aquel que nos protege, es razonable y está codificado biológicamente para la supervivencia, sino a ese miedo imaginario y psicológico que tanto llega a limitamos y causarnos constante inseguridad e incertidumbre. Hábil en disfraces y máscaras de todo tipo, se esconde tras muchas de nuestras emociones negativas. ¿Qué son la envidia, los celos, la vanidad, la irritabilidad y otras muchas emociones negativas sino distintas formas de miedo? Abundan los temores: miedo a la vida y a la muerte, a la soledad y a la compañía, a nosotros mismos y a los demás; recelo a ser desaprobado, examinado, despreciado o desconsiderado; pánico a no satisfacer las expectativas propias o ajenas, a no encajar en los modelos o descripciones de los demás, o a no estar a la altura de nuestro Yo idealizado; temor a lo nuevo, a los puntos de vista de otras personas, a lo transitorio o extraño. El miedo es un fantasma negro que impregna la psique humana y que se ve potenciado por la imaginación descontrolada, la fantasía neurótica y el pensamiento que reclama excesiva seguridad, no sabe adaptarse ni fluir, no acepta lo inevitable y genera conflicto sin cesar. Asimismo, turba la percepción de nosotros mismos, con lo que entorpece el autoconocimiento, sin el cual ni siquiera sabemos qué queremos hacer realmente con nuestra vida ni qué deseamos modificar en nosotros mismos. Preferimos ocultárnoslo y seguir acarreándolo. Ninguna ceguera se paga tan cara.



Nuestra mente siempre está inquieta e insatisfecha, no importa qué logre o cuánto acumule. Tiene una especial capacidad para buscar satisfacción y contento donde no puede hallarlos. Se frustra, se decepciona, se desencanta y se convierte en una fábrica de desdicha. Nada sabe de sí misma. Se debate en su incertidumbre; se desertiza en su atroz egocentrismo y su soledad, que le empujan, junto al tedio, a buscar frenéticamente por rumbos que no van a reportar ni calma, ni bienestar, ni plenitud interior. La mente elabora proyecciones, creaciones, decorados de lo más cambiantes y diversos, deseos compulsivos y antipatías de todo orden. No descansa, no se aquieta; no produce certidumbre y paz, sino agitación sobre la agitación, voracidad y conflicto.

¿Qué podemos esperar de una mente así? Sólo una sociedad de las mismas características; un mundo igual. Las revoluciones sin la transformación real de la mente no modifican en su base las circunstancias. Algunas mentes humanas tienden a hacerse extremadamente intolerantes y autoritarias; otras, a obedecer a las mentes imperativas, convertidas en líderes, someterse a su voluntad y obedecerlas ciegamente. Ambos tipos de mente carecen de libertad interior, lucidez, sosiego. Unas son espada y las otras son tajo; unas son martillo y las otras son yunque. Las mentes autoritarias anhelan mentes que se sometan; las mentes dóciles requieren mentes a las que someterse. No puede haber en esa enfermiza relación ningún tipo de paz, comprensión o amor. El culto al ego y el desenfrenado narcisismo prevalecen en una sociedad como la de los países tecnificados. Deben de ser la clave para mantener lo más putrescible de la sociedad cibernética. Todas las pautas de referencia o consignas conllevan la afirmación del ego.

Por eso no hay afecto ni real cooperación, porque el ego excesivo desasosiega y crea continuo desamor. Es preciso que el ego mengüe para que brote la compasión, que se traduce en quietud interior; ésta desencadena la compasión. La mayoría de las relaciones son una farsa vergonzante. La amistad es cada vez una orquídea más rara y difícil de encontrar: muy pocos la valoran y aprecian su aroma. Al no hallar sosiego y lucidez, las personas se aferran a las ideas y opiniones y hacen de ellas su esclerótico ego. Creencias y dogmas dividen, y generan todo tipo de desórdenes y conductas malévolas. A menudo llevamos una vida interior miserable, y quizá no nos damos cuenta. ¿Tenemos la suficiente valentía y coraje para ser conscientes de ello? Hay cosas que nunca van a cambiar: la enfermedad, la vejez, la muerte y otras muchas; pero es preciso enfocar la vida con otra actitud.



La mente confusa y agitada no investiga ni se moviliza lo suficiente para emerger de su ofuscación, prefiere poner su salvación en manos de otros, someterse a los autoritarios, seguir creando una jerarquía de corruptos. Se abstiene de asumir su responsabilidad, su soledad humana y su necesidad de ir más allá de la imitación y de los modelos prefabricados, en fin, de recuperar su paz y cordura. La hermosa simplicidad y la sencillez se sustituyen por una saturación de artificios, pues devenimos utilitaristas, voraces y dependientes. En una mente así no hay cabida para la dulce caricia del sosiego, sino sólo para la sombra de la inquietud y el desaliento.

Urge modificar la disposición mental. Todo está más que dicho; sin embargo, nada o casi nada está hecho. Mientras no seamos capaces de ir superando los movimientos automáticos de nuestra psique que nos incitan a la avidez y al odio, no resultará fácil conectar con nuestro espacio interior de quietud. Tenemos que aprender a afirmamos sólidamente en una conciencia más equilibrada para reconducir la energía no sólo hacia fuera, sino también al testigo de la mente, a fin de no dejamos envolver y obsesionar por lo que nos place o lo que nos disgusta. Mediante una ejercitación y una actitud correctas podemos estimular un «centro» de conciencia clara e inmutable, no enraizada en el ego personalista, que nos permitirá mantener lenitiva distancia de los fenómenos, apartarnos de todo aquello que nos perturba.

No se trata de una voluntad de evasión, sino de un distanciamiento anímico, por lo que nuestro interior puede hallar equilibrio en el desequilibrio, sosiego en el desasosiego, silencio en el estruendo, pasividad en la agitación o la actividad frenética. Aun en las situaciones más conflictivas, es posible seguir conectado con el espacio interno de quietud, porque se sitúa antes de los pensamientos y, mediante el esfuerzo consciente, nos deja recobrar la armonía perdida. Se aprende a detectar los movimientos de atracción y rechazo de la mente, como las olas que vienen y van pero no nos sumergen, porque hemos ejercitado no sólo el estar inmersos en el espectáculo de luces y sombras, sino también el constituir el sereno y apacible «espectador».



Superar las tendencias perjudiciales -temores, anhelos, odios y obsesiones- no implica reprimir o mutilar las energías instintivas o las emocionales, sino encauzarlas y reorientarlas. De este modo se madura y se aprende a no dejarse anegar por las corrientes nocivas de pensamiento. La mente cuenta con numerosos recursos (energía, confianza, contento, tranquilidad, volición y demás) que es preciso actualizar, intensificar y emplear para erradicar tendencias neuróticas. El ser humano, si se lo propone, puede caminar con paso firme hacia el equilibrio integral y convertir su desorden interno en armonía. Si hubiera paz en la mente, las actitudes fueran las correctas y la energía se utilizara noblemente, la sociedad podría experimentar cambios tan saludables como profundos. Pero cada uno debe asumir la responsabilidad de recuperar este equilibrio de la mente y purificar las intenciones. Es asombroso y alarmante comprobar cómo el ser humano, a pesar de reconocer las calamidades que ha producido a lo largo de la historia debido a las tendencias nocivas de su mente, no toma la firme e inquebrantable resolución de conocerla, reformarla y reorganizarla. Es la constante negativa a aprender de los propios errores y remediarlos.


Para ello es necesario tomar lúcida conciencia de que nada bueno puede nacer de los pensamientos y tendencias neuróticos y destructivos, así como de que a cada persona compete ir poniendo los medios para conseguir una visión más clara, un corazón más compasivo y un ánimo más sereno. Sólo así, un mundo tan hostil dejará de serio y florecerán la simpatía, el amor, la benevolencia, la cooperación desinteresada y la tan necesaria clemencia. Se podría volver -permítasenos la utopía- a una vida sencilla y sin artificios, iluminada por la generosidad, la auténtica liberalidad, la indulgencia y la coparticipación, y entonces, por fin, no habría lugar para los voraces conductores de masas ni para los mercenarios del espíritu. Cada persona sería su propio guía y su propia lámpara que encender.


Ramiro Calle – El Libro de la Serenidad



lunes, 17 de febrero de 2014

El Conocimiento de los Brujos (Carlos Castaneda)

Nuestra gran falla colectiva es el vivir nuestras vidas sin tomar en cuenta para nada una conexión, una fuerza que posee conciencia total y que surge de los propios campos de energía que componen el universo. Para nosotros, lo precipitado de nuestra existencia, nuestros inflexibles intereses, preocupaciones, esperanzas, frustraciones y miedos, tienen prioridad. En el plano de nuestros asuntos prácticos, no tenemos ni la más vaga idea de que estamos unidos con todo lo demás.



La brujería es el uso especializado de la energía. Los seres humanos nacen con una cantidad limitada de energía, una energía que a partir del momento de nacer es sistemáticamente desplegada y utilizada por la modalidad de la época,  de la manera más ventajosa. La modalidad de la época es el determinado conjunto de campos de energía que los seres humanos perciben. La época determina cuál conjunto de campos de energía, en particular, de entre un número incalculable de ellos, será percibido. Manejar la modalidad de la época absorbe toda nuestra fuerza, dejándonos sin nada que pueda ayudarnos a percibir otros campos de energía, otros mundos. El hombre común y corriente carece de energía para tratar con la brujería. Utilizando solamente la energía que dispone, no puede percibir los mundos que los brujos perciben.

Eso es la brujería: la habilidad de usar otros campos de energía que no son necesarios para percibir el mundo que conocemos. La brujería es un estado de conciencia. Cada guerrero que emprende el camino del conocimiento, lo que está haciendo es dejarse convencer de que existe un poder escondido dentro de su ser y que puede alcanzarlo. Una vez que lo alcanzamos, el poder mismo hará uso de esos inaccesibles campos de energía. Empezamos entonces a “ver”, es decir, a percibir algo más, no como una cosa de la imaginación, sino como algo real y concreto, y después comenzamos a saber de manera directa, sin tener que usar palabras.Y lo que cada uno haga con esa percepción acrecentada, con ese conocimiento silencioso, dependerá de nuestro propio temperamento.



El hombre renunció al conocimiento silencioso por el mundo de la razón. Cuanto más se aferra al mundo de la razón, más efímero se vuelve el conocimiento silencioso.
A medida que el sentimiento de tener un yo individual se torna más fuerte, el hombre va perdiendo su conexión natural con el conocimiento silencioso. La causa del cinismo y la desesperación del hombre es el fragmento de conocimiento silencioso que aún queda en él, que permite al hombre vislumbrar su antigua conexión con la fuente de todo y le hace sentir que, sin esa conexión, no tiene esperanzas de satisfacción, logro o de paz. La guerra para el brujo es la lucha total contra ese yo individual que ha privado al hombre de su poder.

Cualquier movimiento que aleje el punto de encaje de su posición habitual equivale a alejarse de la imagen de sí, de la importancia personal. La importancia personal es la fuerza generada por la imagen de sí. Por este motivo, la meta de todo cuanto hacen los brujos es el destronar la importancia personal que es, en realidad, la compasión por sí mismo disfrazada.

Para el hombre racional es inconcebible que exista un punto invisible en donde se encaja la percepción. Y más inconcebible aún que ese punto no esté en el cerebro, como podría suponerlo si llegara a aceptar la idea de su existencia. El hombre racional, al aferrarse tercamente a la imagen de sí, garantiza su abismal ignorancia.

En el universo, por tanto, hay una fuerza inmensurable e indescriptible que los brujos llaman “intento”, y que absolutamente todo cuanto existe en el cosmos está enlazado, ligado a esa fuerza por un vínculo de conexión. Por ello, el total interés de los brujos es delinear, entender y utilizar tal vínculo, especialmente limpiarlo de los efectos nocivos de las preocupaciones de la vida cotidiana. Este proceso de limpieza es sumamente difícil de comprender y llevar a cabo. En estados de conciencia acrecentados, los brujos obtenían el conocimiento directamente del intento, sin la intervención del lenguaje hablado. A través de miles de años de tremendos esfuerzos, los brujos obtuvieron un conocimiento específico y al mismo tiempo incomprensible del intento. La tarea principal consiste en tomar ese incomprensible conocimiento y hacerlo comprensible al nivel de la conciencia cotidiana.



La maestría del “intento” es el enigma del espíritu, el enigma de lo abstracto. La instrucción proporcionada por don Juan se basa en la instrucción del estar consciente de ser, según las siguientes premisas básicas:

1)     El universo es una infinita aglomeración de campos de energía, semejantes a filamentos de luz que se extienden infinitamente en todas direcciones.
2)     Estos campos de energía irradian de una fuente de inconcebibles proporciones, metafóricamente llamada el Águila.
3)     Los seres humanos están compuestos de esos mismos campos de energía filiforme. A los brujos, los seres humanos se les aparecen como unas gigantescas bolas o huevos luminosos, que son recipientes a través de los cuales pasan esos filamentos luminosos de infinita extensión.
4)     Del número total de campos de energía filiformes solo un pequeño grupo está encendido por un punto de intensa brillantez localizado en la superficie de la bola.
5)     La percepción ocurre cuando los campos de energía extienden su luz hasta resplandecer aún fuera de la bola. A este punto se le llama “punto de encaje”.
6)     Es posible lograr que el punto de encaje se desplace de su posición habitual. Dado que la brillantez del punto de encaje es suficiente, en sí mismo, para iluminar cualquier campo de energía con el cual entra en contacto, el punto, al moverse a una nueva posición, de inmediato hace resplandecer diferentes campos de energía, haciéndolos de este modo percibibles. Al acto de percibir de esa manera se le llama “ver”.
7)     La nueva posición del punto de encaje permite la percepción de un mundo completamente diferente al mundo cotidiano; un mundo tan objetivo y real como el que percibimos normalmente. Los brujos entran a ese otro mundo con el fin de obtener energía, poder, soluciones a problemas generales o particulares, o para enfrentarse con lo inimaginable.
8)     El intento es la fuerza omnipresente que nos hace percibir. No nos tornamos conscientes porque percibimos, sino que percibimos como resultado de la presión y la intromisión del intento.
9)     El objetivo final de los brujos es alcanzar un estado de conciencia total y ser capaces de experimentar todas las posibilidades perceptuales que están a disposición del hombre. Este estado de conciencia implica, asimismo, una forma alternativa de morir  

La noción de la muerte es de monumental importancia en la vida de los brujos; lo que da cordura y fortaleza es saber que nuestro fin es inevitable. Nuestro error más costoso es permitirnos no pensar en la muerte. Es como si creyéramos que, al no pensar en ella, nos vamos a proteger de sus efectos. Para los brujos es una farsa grotesca. Sin una visión clara de la muerte, no hay orden para ellos, no hay sobriedad, no hay belleza. Los brujos se esfuerzan sin medida por tener su muerte en cuenta, con el fin de saber, al nivel más profundo, que no tienen ninguna otra certeza sino la de morir. Saber esto da a los brujos el valor de tener paciencia sin dejar de actuar, les da el valor de aceptar todo sin llegar a ser estúpidos, les da valor para ser astutos sin  ser presumidos y, sobre todo, les da valor para no tener compasión sin entregarse a la importancia personal. Sí, la idea de la muerte es lo único que da valor a los brujos.

La muerte no es un enemigo, aunque así lo parezca. La muerte no es nuestra destructora, aunque así lo pensemos. La muerte es nuestro único adversario que vale la pena. La muerte es quien nos reta y nosotros nacemos para aceptar ese reto, seamos hombres comunes y corrientes o brujos. Los brujos lo saben; los hombres comunes y corrientes, no. La vida es el proceso mediante el cual la muerte nos desafía. La muerte es la fuerza activa. La vida es solo el medio, el ruedo, y en ese ruedo hay solamente dos contrincantes a la vez: la muerte y uno mismo.



Nosotros somos seres pasivos. Si nos movemos es debido a la presión de la muerte. La muerte marca el paso a nuestras acciones y sentimientos y nos empuja sin misericordia hasta que nos derrota y gana la contienda. O hasta que nosotros superamos todas las imposibilidades y derrotamos a la muerte. Los brujos hacen eso; derrotan a la muerte y ésta reconoce su derrota dejándolos en libertad, para nunca retarlos jamás. Esto no significa que los brujos se vuelvan inmortales, la muerte deja de retarles, eso es todo. Eso quiere decir que el pensamiento ha dado un salto mortal a lo inconcebible, es el descenso del espíritu, el acto de romper nuestras barreras conceptuales. Es el momento en que la percepción del hombre alcanza sus límites.

Cualquier descenso del espíritu es como morir. Todo en nosotros se desconecta, y después vuelve a conectarse a una fuente de mayor potencia. La amplificación de energía se siente como una angustia mortífera.


Los brujos tienen dominio sobre su propia muerte. Mueren solamente cuando deben hacerlo.


Carlos Castaneda – El Conocimiento Silencioso


jueves, 6 de febrero de 2014

Despertarse es la espiritualidad (Anthony de Mello)



Despertarse es la espiritualidad, porque solo despiertos podemos entrar en la verdad y la libertad. El estar despierto es cambiar tu corazón de piedra por uno que no se cierra a la verdad. Si estás doliéndote de tu pasado es que estás dormido. El pasado está muerto y el que se duerme en el pasado está muerto, porque solo el presente es vivo si tú estás despierto en él. Si sufres, es que estás dormido. El sufrimiento no es real, sino una obra de tu mente, un producto de tu sueño. Si tienes problemas es que estás dormido. Es el yo el que crea los problemas. Hay que morir al yo para volver a nacer.

Estar despierto es aceptarlo todo, no como ley, ni como sacrificio, ni como esfuerzo, sino por iluminación. El ir contra la realidad, haciendo problemas de las cosas, es creer que tú importas, y lo cierto es que tú, como personaje individual, no importas nada. Es la vida la que importa y ella sigue su curso.

¿Qué hace falta para despertarse? Solo hace falta la capacidad de pensar algo nuevo, de ver algo nuevo y de descubrir lo desconocido. Es la capacidad de movernos fuera de los esquemas que tenemos. Tememos el riesgo de volar por nosotros mismos. Tenemos miedo a la libertad, a la soledad, preferimos ser esclavos de unos esquemas. Nos atamos voluntariamente, llenándonos de pesadas cadenas, y luego nos quejamos de no ser libres. ¿Quién te tiene que liberar si ni tú mismo eres consciente de tus cadenas?

Lo peor y más peligroso del que duerme es creer que está despierto y confundir sus sueños con la realidad. Lo primero para despertar es saber que estás durmiendo y soñando.



La realidad es que nos amamos a nosotros mismos, pero con un amor adulterado y raquítico que solo abarca el yo, el ego. Donde no hay deseo no hay miedo, nadie te puede intimidar, ni nadie te puede controlar o robar, porque, si no tienes deseos, no tienes miedo a que te quiten nada. El amor no duerme. Donde hay amor no hay deseos, y por eso no existe ningún miedo. Con los deseos vienen el miedo, la ansiedad, las tensiones y…, por descontado, la desilusión y el sufrimiento continuos. Vas de la exaltación al desespero.

¿Cuánto dura el placer de creer que has conseguido lo que deseabas? El primer sorbo de placer es un encanto, pero va precedido irremediablemente al miedo a perderlo, y cuando se apoderan de ti las dudas, llega la tristeza. El deseo marca siempre una dependencia. No hay amistad que esté tan segura como la que se mantiene libre. Porque los lazos que se basan en los deseos son muy frágiles. Solo es eterno lo que se basa en un amor libre. Los deseos te hacen siempre vulnerable.

Tú ya eres felicidad, eres la felicidad y el amor, pero no lo ves porque estás dormido. Si no quieres oír para despertar, seguirás programado, y la gente dormida y programada es la más fácil de controlar por la sociedad. Estamos programados desde niños por las conveniencias sociales, por una mal llamada educación, ideas convencionales y culturales, que tomamos como verdades cuando no lo son. El honor, el éxito y el fracaso no existen, como tampoco la belleza ni la fealdad, porque todo consiste en una manera de ver de cada cultura. La patria es el producto de la política, y la cultura es una manera de adoctrinar. Cuando eres un producto de tu cultura, te conviertes en un robot. Solo lo que nace y se decide adentro es auténtico y te hace libre. Solo lo que pasa por tu criterio y te decides a ponerlo en práctica asumiéndolo es tuyo y te hace libre.

Lo que más les preocupa a las personas programadas es tener razón. Tienen miedo a perder sus ideas en las que se apoyan, porque les da pavor el riesgo, el cambio, la novedad. En el fondo tenemos una enorme inseguridad y, para sentirnos mejor, vamos a consultar a los que creemos que saben más que nosotros, creyendo que ellos nos van a solucionar nuestros problemas. Pero los problemas, que solo existen en nuestra imaginación, solo despertando los solucionaremos. Lo más difícil es la capacidad de ver, ver simplemente con sinceridad. En cuanto llegas a ver con claridad tienes que volar; y volar es no tener nada a lo que agarrarte.



Para despertarse, el único camino es la observación, el ir observándose uno a sí mismo, sus reacciones, sus hábitos y la razón de por qué responde así. Observarse sin críticas, sin justificarnos, ni sentido de culpabilidad, ni miedo a descubrir la verdad. La pregunta más importante del mundo, base de todo acto maduro, es: ¿Yo, quién soy? Sin embargo, lo curioso del caso es que no hay respuesta, porque lo que tienes que averiguar es lo que no eres, para llegar al ser que ya eres.

Yo no soy mi cuerpo, pero tampoco soy mis pensamientos, pues ellos cambian continuamente, y yo no. Ni tampoco soy mis actitudes, ni mi forma de expresarme. Yo no puedo identificarme con lo cambiable, que abarca las formas de mi yo, pero no es mi yo. Despertarse es despertar a la realidad de que no eres el que crees ser. ¡Menudo descanso cuando lo tiras todo por la borda!. Yo soy, y el ser no cabe en ninguna imagen porque las trasciende todas. Cambia tu programación, y todo cambiará. Renuncia a tus exigencias, no seas exigente contigo mismo y comenzarás a no exigir a los demás. Sal de esa programación que te tiene prendido en el árbol del bien y del mal y comenzarás a captar la realidad sin juicios ni críticas. La conciencia del bien y del mal es lo contrario de la toma de conciencia. La toma de conciencia es la sensibilización. Si eres consciente estás despierto y sensible a todo.

La personalidad, el yo, es un impedimento para amar. El dejar que cada uno haga lo que quiera es amor. Solo en la libertad se ama. Cuando amas la vida, la realidad, con todas tus fuerzas, amas mucho más libremente a las personas. El amor y la felicidad están dentro de ti: eres tú mismo.


Nos aburrimos por la memoria, pues si olvidásemos por completo lo anterior todo nos parecería nuevo. Cuando desaparecen los recuerdos, los prejuicios y las visiones subjetivas, entonces ya surge el amor que fluye donde es. Tú no puedes tener el amor, es el amor el que te tiene a ti. La felicidad y el amor van juntos; la felicidad nunca harta cuando es de verdad felicidad. Y no harta porque existe donde no existe el yo. Solo si amas serás feliz, y solo amarás si eres feliz. Y amar es un estado que no elige a quien amar, sino que ama porque no puede hacer otra cosa, porque es amor. La felicidad es tu esencia, tu estado natural.


Anthony de Mello – Autoliberación Interior

lunes, 3 de febrero de 2014

Nuestro espíritu inmortal (H. Blavatsky)




En el mar sin orillas del espacio refulge el invisible y céntrico sol espiritual cuyo cuerpo es el universo en que infunde su alma y su espíritu. Todas las cosas están formadas según este ideal arquetipo. El cuerpo, el alma y el espíritu del invisible sol manifestado en el universo son las tres emanaciones, las tres vidas.
   El alma del Invisible es la primera luz, el infinito y eterno soplo que mueve el universo e infunde la vida inteligente en toda la creación. La segunda luz condensa la materia en formas que pueblan el círculo cósmico, ordena los innumerables mundos que flotan en el espacio etéreo en todas las formas e infunde vida no inteligente. La tercera luz produce el universo físico y según se aleja de la divina luz céntrica va palideciendo su brillo hasta convertirse en tinieblas y mal, es decir, en materia densa.

El espíritu y el alma son preeexistentes; pero el primero tiene eterna individualidad distinta, y la segunda preeexiste como partícula material de un todo inteligente. Ambas emanaron originariamente del eterno océano de Luz; pero hay un espíritu de fuego visible y otro invisible, que establecen la distinción entre el alma animal y el alma divina.
   El espíritu está en la cárcel del alma como una gota de agua presa en una cápsula de gelatina en el seno del Océano; mientras no se rompa la cápsula permanecerá aislada la gota, pero en cuanto la envoltura se quiebre, se confundirá la gota con la masa total de agua perdiendo su existencia individual. Lo mismo sucede con el espíritu. Mientras está encarcelado en el alma existe individualmente; pero si se desintegra la envoltura a consecuencia de las torturas de una conciencia marchita, de crímenes nefandos o enfermedades morales, el espíritu se restituye a su morada primera. La individualidad se separa.
   Al decir que la materia es coeterna con el espíritu, no nos referimos a la materia objetiva y tangible, sino a la sublimación de la materia cuyo grado máximo e insuperable de sutilidad es el espíritu puro.

Ciertamente que la materia es tan eterna e indestructible como el mismo espíritu, pero solamente en esencia, no en sus formas. El cuerpo carnal de un hombre groseramente materialista queda abandonado por el espíritu aún antes de la muerte física, y al sobrevenir ésta, el cuerpo astral moldea su plástica materia, con arreglo a las leyes físicas, en el molde que se ha ido elaborando poco a poco durante la vida terrena.
   La materia entraña en sí la maldición, puesto que está condenada a purificarse de sus groserías, impelida por el irresistible anhelo que hacia lo alto lleva a la chispa divina en ella subyacente. La purificación requiere dolor y esfuerzo.



El cuerpo astral que durante la vida física está envuelto por el físico, se convierte después de la muerte carnal en envoltura de otro cuerpo más etéreo, que empieza a desarrollarse en el momento de la muerte terrena, y culmina su desarrollo cuando a su vez muere y se desintegra el cuerpo astral. Este proceso se repite en cada nuevo tránsito de esfera, pero el espíritu inmortal es inmutable y jamás se altera “aunque se desmorone su tabernáculo”.
   Si después de la muerte del cuerpo persiste la vida, ha de  obedecer necesariamente esta vida a la ley de evolución, que desde la cúspide de la materia eleva al hombre a superior esfera de existencia.

Todo cuerpo astral es perecedero, pero mientras la entidad astral del hombre perverso se desintegra sin dejar rastro, la de los hombres, no precisamente santos, sino tan solo buenos, se renueva por asimilación en partículas más sutiles y no perece mientras en él arde la chispa divina.
   Después de la muerte sigue el espíritu residiendo en el cuerpo astral hasta que la desintegración le libre de él en una segunda muerte análoga a la del cuerpo físico.

Según la filosofía esotérica, la materia es la densificación concreta y objetiva del espíritu. En la eterna Causa primera laten desde un principio el espíritu y la materia. El concepto absoluto de la divinidad escapa a la razón humana; pero en cambio es asequible a la intuición como reminiscencia de una verdad incognoscible, aunque imperceptible por sensación física. La Causa primera, la Divinidad absoluta que, como tal, entrañaba potencialmente los principios masculino y femenino (activo y pasivo), se desdobla al emanar la primera idea y se manifiesta como energía creadora o impulsora de la materia. Desde el punto en que se desdobla y se manifiesta la Divinidad, hasta entonces neutra y absoluta, vibra la energía eléctrica instantáneamente difundida por los ámbitos del espacio sin límites.



   Es la intuición el espontáneo, súbito e infalible conocimiento resultante de la inteligencia omnisciente, y difiere, por lo tanto, de la finita razón cuyas tentativas y esfuerzos ensombrecen la naturaleza espiritual del hombre cuando no la acompaña aquella divina luz. La razón se arrastra; la intuición vuela; la razón es potencia en el hombre; la intuición es presciencia en la mujer.
   Esta inextinguible intuición de algo existente a la par dentro y fuera de nosotros, es de tal naturaleza que ni los razonamientos de la ciencia ni los dogmas de la religión pueden extirparla de la intimidad del hombre.
   La sincera fe del hombre en Dios y en la vida futura se apoya en la intuición manifestadora del Yo que noblemente desdeña las aparatosas ceremonias religiosas. Sin el sentido intuitivo fuera la vida una parodia y la humanidad una farándula.

Mientras el hombre dual, cuerpo y alma, observa la ley de continuidad espiritual y permanezca en ellos la chispa divina, por débilmente que resplandezca, estará el hombre en camino hacia la inmortalidad de la futura vida; pero si se apegan a la existencia puramente material y refractan el divino rayo desde los comienzos de su peregrinación y desoyen las inspiraciones de la avizora conciencia donde se enfoca la luz espiritual, no tendrán más remedio que someterse a las leyes de la materia.
   Un hombre puede haber alcanzado la inmortalidad y continuar siendo eternamente el mismo yo interno que era en la tierra; pero esto no supone que dicho hombre haya de conservar la personalidad que tuvo en la tierra, so pena de perder su individualidad. Por consiguiente, los cuerpos astral y físico del hombre pueden quedar absorbidos en sus respectivos receptáculos cósmicos de materia y cesar de ser residencia del ego, si este ego no merecía ascender más allá; pero el divino espíritu continuará siendo entidad inmutable, aunque las experiencias terrestres se desvanezcan por completo en el instante de separarse de su indigno vehículo.


  
Ni por humanas oraciones ni por sacrificio ajeno podemos salvarnos del aniquilamiento de nuestra individualidad, sino tan solo uniéndonos íntimamente durante la vida terrena con nuestro espíritu, o sea, con nuestro Dios.

  
Si el ego ignora durante la vida terrena la iluminación de su divino espíritu, del Dios interno, no sobrevivirá largo tiempo la entidad astral a la muerte del cuerpo físico. Cuando el hombre rechaza los rayos de la divina luz, queda en tinieblas y se apega a las cosas de la tierra.

H.P. Blavatsky – Isis sin Velo