Rey de Castilla y León (Burgos, 1334 - Montiel, 1369), llamado por unos el Justiciero y por otros el Cruel, era hijo de Alfonso XI, a quien sucedió en 1350. Según el cronista Pedro López de Ayala, Pedro I era blanco, de buen rostro autorizado con cierta majestad, los cabellos rubios, el cuerpo descollado y ceceaba un poco a la manera andaluza. Se veían en él muestras de osadía y consejo. Su cuerpo no se rendía con el trabajo, ni el espíritu con ninguna dificultad. Gustaba principalmente de la cetrería, era muy frugal en el comer y beber, dormía poco, fue muy trabajador en la guerra y amó a muchas mujeres. De este rey era conocido que tenía un defecto, y es que le sonaban las rodillas al andar, se decía que le crujían como si fuesen nueces. Se piensa que debido a una parálisis que tuvo de pequeño.
El comienzo de su reinado con solo quince años estuvo marcado por la debilidad del poder real frente a las facciones que se disputaban el poder: los diversos hijos bastardos que había tenido Alfonso XI con Leonor de Guzmán, los infantes aragoneses primos del rey y la reina madre -María de Portugal-. A pesar de ello dio rápidamente muestras de tener un talento político superior y unos ideales muy avanzados para su época, como querer unificar el territotio peninsular y someter bajo la autoridad real a los nobles y prelados. Se propuso centralizar el poder bajo leyes, hacienda y ejército únicos; esto lógicamente iba en contra de los intereses de sus oponentes, incluida su propia madre, que no vaciló en formar parte de banderías y alianzas contra su propio hijo. No obstante, la primera medida fue intentar la concordia entre la familia legítima y la bastarda, llamando a su lado a los hijos que su padre había tenido con Dª Leonor de Guzmán y a ella misma. Eran éstos Enrique de Trastamara, el maestre de Santiago Don Fadrique y otros seis hermanos, que en principio aceptaron la generosidad del rey y se vinieron a Sevilla a vivir en el Alcázar. No lo interpretó así Dª Leonor, que urdió una intriga arrebatando para su hijo Enrique a Juana de Villena, destinada al rey. No actuó contra esa ofensa el rey, sino que fue su madre, celosa de la amante de su marido, quien mandó darle muerte. Esto enojó enormemente a Don Pedro, que la apartó de donde pudiera ejercer cualquier autoridad. Desde ese momento formó causa común con los enemigos de su hijo.
Inicialmente controló el poder la facción de la reina madre y del favorito Juan Alfonso de Alburquerque, que reorientó la política exterior hacia la alianza con Francia; para cimentarla, se concertó el matrimonio del rey con Blanca de Borbón, sobrina del rey de Francia. El rey mandó embajadores para traerla a Castilla, entre ellos su hermanastro Don Fadrique. Parece cosa cierta que en el camino se enamoraron y unieron. Lo supo Don Pedro, que por la grave afrenta mandó matar a Don Fadrique, aunque demoró por el momento la sentencia. Pero por entonces el rey era ya amante de María de Padilla, con la que llevó a cabo matrimonio canónico nunca discutido por la Iglesia, y por la que abandonó a su esposa tres días después de la boda, haciéndola encerrar en el Alcázar de Toledo, como castigo a su infidelidad. Fue María de Padilla mujer pequeña de cuerpo pero grande en hermosura, dotada de grandes cualidades y de genio agradable y compasivo, aunque tuvo la mala fortuna de ver morir a su único hijo varón y posible heredero prematuramente. Todo ello provocó la ruptura con Francia, la caída de Alburquerque y el estallido de una rebelión en Toledo, que pronto se extendió a otras ciudades del reino.
No vamos a detenernos aquí en el desarrollo de la contienda, que fue desigual y tormentosa, repleta de alianzas y conspiraciones, sino en algunos episodios. Uno de ellos nos emplaza hacia 1368, cuando varias ciudades del norte estaban cercadas por los rebeldes, entre ellas Logroño. No siendo posible enviarles socorro desde Sevilla, el jefe del ejército real sugirió a don Pedro entregar dichas plazas al rey de Navarra, para que no cayeran en manos de los rebeldes. Mostró su desacuerdo don Pedro contestando” Que nunca se separen de la corona de Castilla, y que antes, se de al Conde de Trastamara”.
Para terminar de una vez con el peligro del incipiente poder de Castilla, llegaron abundantes tropas entranjeras, de Francia y Aragón principalmente, auspiciadas por la corte pontificia, hasta quedar sin salida las tropas reales en el Castillo de Montiel. Sus aliados, el Príncipe de Gales y después los moros granadinos le abandonaron, por lo que Don Pedro tuvo que pactar un armisticio con el jefe de las tropas francesas, Duguesclin. Éste faltó a su palabra, avisando del encuentro a Enrique de Trastamara, el cual, en una encerrona, dio muerte al rey.
Es importante recordar que su fama de cruel es consecuencia de cuanto expresa Pedro López de Ayala en su Crónica de los reyes de Castilla, escrita durante el reinado de su enemigo y sucesor, Enrique II, a cuyo servicio trabajaba este canciller. Se le atribuyen todo tipo de crímenes y atrocidades. Opino que los vencedores tuvieron que justificar por todos los medios posibles su magnicidio, incluso con romances, y el hecho grave de usurpar la corona una rama bastarda. La opinión actual, generalizada entre los historiadores, es que Pedro I de Castilla no fue más ni menos cruel que sus coetáneos, en una época sumida en la barbarie en que cada uno se tomaba la justicia por su propia mano.
La tradición popular ha visto en este monarca un rey justiciero, enemigo de los grandes y defensor de los pequeños; era un rey amado por el pueblo, incluso después de su muerte. El pueblo recelaba de la nobleza, por lo que las venganzas del monarca, que recaían por lo general en aquella clase, a menudo fueron percibidas como legítimos actos de justicia. La poesía, alimentada de las tradiciones populares, representó mayoritariamente al monarca con el carácter de justiciero.
Cumplió su sentencia Don Pedro respecto a Don Fadrique. Se cuenta que éste pudiera haberse arrenpetido de su acción y buscara acercamiento al rey, por lo que no temió cuando fue llamado a su presencia. Existe la leyenda de que en el pavimento del alcázar quedó indeleble sobre un mármol de rojizas vetas la sangre de Fadrique, asaeteado en su trayecto por el ballestero real.
Una historia cierta que afirma su talante justiciero y no cruel, es la de un clérigo de la catedral que cometió cierta violencia contra un zapatero. El tribunal eclesiástico sólo le condenó con la prohibición de acudir al coro durante un año. Exaltado el zapatero por la injusticia infligió por su propia mano la misma violencia al clérigo que éste había cometido con él. Enterado Don Pedro y asumiendo dar sentencia al asunto, dictaminó que si el clérigo no tuvo mayor más castigo que un año sin oficio, en el caso del zapatero el castigo debía ser el mismo, por lo que condenó al zapatero a que en un año no hiciera zapatos.
Puso cerco Don Pedro a Dª Mª Coronel, viuda de don Juan de la Cerda, mujer bellísima, que para zafarse del acoso insistente del rey en sus pretensiones se desfiguró el rostro echándose aceite hirviendo en la cara. Libre ya de la persecución amorosa, Dª María se retiró y fundó el monasterio de Santa Inés, donde aún se expone su cuerpo incorrupto. Don Pedro, desolado al conocer su abnegada y virtuosa acción protegió con sus fondos al monasterio.
Otros hechos que tienen visos de certeza son la muerte del Rey Bermejo, Abu Said ajusticiado por supuesta traición –o por intereses políticos- por propia mano del rey en los campos de Tablada, y la muerte de doña Urraca Osorio, mujer de don Álvaro de Guzmán que había intervenido activamente en la rebelión contra el rey, acciones execrables hoy día, pero habituales en la época.
Una leyenda popular cuenta que una noche se produjo una trifulca en una de las calles de Sevilla, dos hombres entraron en armas resultando muerto uno de ellos; uno de estos hombres era Don Pedro. Unos dicen que esta noche salió por líos de faldas, otros cuentan que por desafiar al entonces alcalde de la ciudad Domingo Cerón, quien afirmaba que en la ciudad no se cometía ningún delito que quedase sin castigo y que el monarca lo quiso comprobar. Lo cierto es que el rey iba de noche envuelto en su capa cuando se encontró con un enemigo suyo, hijo del Conde de Niebla, persona muy influyente en Sevilla de la familia de los Guzmanes, el cual apoyaba a su hermano Enrique en la pretensión de quitarle el trono.
El ruido que hacía la lucha en el silencio de la noche, despertó a una anciana, la cual quiso asomarse a la ventana y alumbrando con su candil pretendía ver lo que sucedía. Quiso el destino que fuese testigo de como uno de los dos hombres en ese momento mataba a su oponente. Al fijarse en el individuo que mató al otro, la anciana reconoció al mismísimo rey, era de tez blanca, rubio y le sonaban las rodillas de una forma muy exagerada al andar, como nueces cascándose. La anciana ante el descubrimiento le entró el pánico e hizo que se le cayera el candil, justo al lado del muerto.
Al encontrar el candil y hacer las oportunas averiguaciones de a quien pertenecía éste, la anciana fue llevada a presencia del rey por los alguaciles. El rey prometió hacer todo lo posible por encontrar al culpable y concluyó: "Cuando se halle al culpable, haré poner su cabeza en el lugar de la muerte".
Por mucho que los alguaciles y el mismísimo alcalde Cerón interrogaron a la anciana no consiguieron sacar prenda de ésta. Admitió haber visto lo sucedido pero se negó rotundamente a contarlo. En un momento, el rey llamó a la anciana a su presencia y le dijo al oído "Di a quien vistes y no te ocurrirá nada, te doy mi palabra". La anciana ante la promesa del rey se tranquilizó y pidió a este que le trajesen un espejo. Se situó justo delante del rey con el espejo frente a éste y le dijo: "Aquí tenéis a vuestro asesino".
El rey digamos que cumplió a su manera la promesa de cortar la cabeza del asesino. Mandó colocar una caja de madera en la cual se guardaba la cabeza del asesino y ordenó que esta no se abriese hasta el día de su muerte. Al morir Pedro I se abrió la caja y cual fue la sorpresa de todos al encontrar en ella un busto del monarca realizado en barro, reconociendo así Don Pedro el crimen cometido.
La cabeza desde entonces permanece en una hornacina, en la calle Cabeza del Rey Don Pedro de Sevilla, a la cual le pusieron dicho nombre en honor a esta historia. Hoy en día se puede contemplar el busto del escultor Marcos Cabrera, que realizó a finales del siglo XVI y que la sustituyó.
Como quiera que a veces el destino es caprichoso y parece dar a cada uno lo suyo, hay que fijarse en el curioso final que le esperaba a Pedro I. Le cortaron la cabeza y la colgaron en la almena del castillo, como si el destino le hubiera obligado al final a cumplir su palabra. Por fin la cabeza del justiciero fue cortada y expuesta públicamente.
Fuentes principales:
José María de Mena – Historia de Sevilla
Julio Domínguez Arjona – La Sevilla que no vemos
Varios reportajes en la red.
Hola:
ResponderEliminarEs la primera vez que vengo, me tomé mi tiempo para leer con atención tu entrada y realmente lo valió, pues me voy de aquí con algo nuevo.
Si me permites, me quedo como seguidor.
Un cariño desde Buenos Aires.
HD
Bienvenido Humberto! Ya había leído algunos comentarios tuyos en el blog "Lo que me interesa", es como si te conociera, jaja. Me alegro de tenerte aquí, ya ves que seguidores no me sobran y una opinión más, aunque fuera crítica, es siempre deseada. Alguna vez entré en tu blog, y hace un momento también, veo que está repleto de pinceladas interesantes, con una óptica peculiar de enfocar los temas. Si encuentro algo que comentar y que pueda aportar, allí me verás.
EliminarSaludos, desde Sevilla... !chao!
Evidentemente tu escrito tiene un valor que yo no trato de minimizar,pero con todo respeto te recomiendo que, cuando quieras escribir algo sobre historia busques otras fuentes además de las dos que citas, respetables como todo en la vida, pero manifiestamente mejorables. Lo que cuentas sobre don Pedro está todavia más deformado de lo que realmente hicieron muchos historiadores tirando adegüello a este hombre que fue el más traicionado de la Historia de España. Pero eso se mejora leyendo y si luego te gusta lo leído escríbelo, yo también lo hago, pero procuro leer además de a Mena a otros. Al señor Arjona lo dejo que se entretenga con su página.
ResponderEliminarGracias por el comentario. Este es un blog personal en el que trato y reproduzco, a veces de pasada y sin un estudio pormenorizado, de entre aquellos libros y temas que ocupan mi lectura o fueron de mi interés en el pasado, en los que encuentro mayor afinidad con mis pensamientos y vivencias.
EliminarRecuerdo que para este tema de Don Pedro dediqué muchas horas leyendo además varios trabajos más o menos eruditos, visiones generales o lances específicos del personaje. Pero el tema es amplísimo y la pretensión de este blog es dar una pincelada que resulte amena y con la máxima brevedad posible. No es un blog de investigación académica y a veces las reflexiones son intuitivas. En este caso he oído y vivido desde pequeño las leyendas que circulan, y ello me puede llevar a tomar partido por una interpretación en particular.
Me encanta la historia, pero estoy en pañales por lo que agradezco todo lo que me entero. El problema es mis dudas sobre la veracidad de los hechos ya que cuando estuve en la milicia se decía " de lo que oigas no hagas caso a nada y de lo que veas solo la mitad". Claro que también deduzco que aunque este novelada la historia tiene forzosamente que reflejar una realidad. Muchas gracias de nuevo, Un saludo
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