miércoles, 29 de febrero de 2012

Esoterismo condensado (Lobsang Rampa)


 
Los tibetanos creemos que antes de la Caída del Hombre todos podían viajar astralmente, poseer clarividencia, facultad telepática y capacidad de levitación. Nuestra versión de esa caída es que el hombre abusó de los poderes ocultos y los empleó en beneficio propio en vez de aplicarlos al desarrollo de la humanidad. En los primeros días la humanidad se comunicaba por telepatía.

Hace muchísimos años, según nuestras leyendas, todos los hombres y mujeres podían usar el Tercer Ojo. En aquellos tiempos los dioses andaban por la tierra y se mezclaban con los hombres. La Humanidad tuvo visiones en que se veía sustituyendo a los dioses e intentando matarlos, pero el Hombre olvidaba que si él podía ver más allá de lo terrenal, los dioses tenían ese sentido mucho más desarrollado que él. Y los dioses, para castigar al Hombre, le cerraron el Tercer Ojo. Sin embargo, a través de los siglos, ha habido siempre unos pocos individuos dotados de esa clarividencia. Aquellos que la tienen de un modo natural e innato, pueden aumentar su poder mil veces mediante un tratamiento adecuado, como había sucedido conmigo.

Sobre todo practicaba el poder del Tercer Ojo con los enfermos, tanto los del cuerpo como los del alma. Una tarde me dijo el lama: «Tendremos que enseñarte también a cerrar el Tercer Ojo cuando quieras, pues se te hará insoportable estar contemplando a todas horas las debilidades humanas. Pero por ahora, para ejercitarte, has de tenerlo abierto todo el tiempo como los ojos de tu cara.»

El Abad me mandó llamar un día y me dijo: “Hijo mío, disfrutas ya de ese poder que le está negado a la mayoría. Usalo siempre para el bien y nunca con una finalidad egoísta. Cuando viajes por otros países encontrarás a mucha gente que querrá hacerte actuar como un mago de feria. Te dirán:
“Adivina esto, prueba lo otro.” Pero yo te digo, hijo mío, que nunca has de caer en la tentación de lucir tu habilidad ante ellos. Ese talento se te ha dado para ayudar a los demás, no para enriquecerte. Todo aquello que veas por tu clarividencia..., ¡y verás muchas cosas!..., no lo reveles si ha de dañar a otros y perjudicar su camino en esta vida. Por que el hombre, hijo mío, ha de elegir su propia senda y le digas lo que le digas la seguirá. Debes ayudarlo en la enfermedad y el sufrimiento, pero nunca le revelarás lo que pueda alterar su elección de camino.»

Nosotros, los tibetanos, hemos llegado hace mucho tiempo a la conclusión de que el dinamismo de la vida comercial no deja tiempo para las cosas de la mente. Nuestro mundo físico se ha movido siempre con toda calma para que nuestros conocimientos esotéricos pudieran desarrollarse hasta el máximo grado. Durante miles de años dominamos la clarividencia, la telepatía y otras ramas de la metapsíquica. Lo primero que el maestro espiritual exige de su discípulo en el Tíbet es que su moralidad permita confiarle tales poderes. De ello se deduce que si el maestro ha de estar seguro de la integridad del discípulo, nunca se podrá abusar de los poderes metafísicos, puesto que solamente los aprenderán las personas dignas de ello. Y no se olvide que estos poderes no son, en modo alguno, cosa de magia, sino el resultado de usar ciertas leyes naturales.

El hombre es un espíritu, una criatura de otro mundo, y cuando pueda librarse de los vínculos de la carne, vagará por el mundo en forma de espíritu y prestará grandes servicios con el pensamiento. En el Tíbet sabemos muy bien que los pensamientos son ondas de energía. La materia no es más que energía condensada. Y el pensamiento, si se le dirige acertadamente y se le condensa en parte, puede conseguir que un objeto se mueva. Otra manera de controlar el pensamiento es mediante la telepatía, con la cual se logra que una persona situada a distancia realice determinada acción. Bastaría un poco de entrenamiento y una total falta de escepticismo, para que esto pudiera realizarse...

Durante muchos siglos, los pueblos de Oriente han conocido las varias fuerzas y leyes ocultas y han sabido que todas ellas se basan en la utilización de energías naturales. En vez de prescindir de estas fuerzas bajo el pretexto de que no pueden ser pesadas ni probadas con reacciones químicas, los hombres de ciencia orientales han procurado siempre dominar esas leyes de la Naturaleza. Por ejemplo, no nos interesa la mecánica de la clarividencia, sino los resultados de esta facultad. Hay gente que pone en duda que se pueda ser clarividente; son como los que han nacido ciegos y opinan que es imposible ver porque ellos no lo han experimentado, porque ellos no pueden comprender cómo es posible ver un objeto que se encuentra a cierta distancia si no hay un contacto inmediato entre ese objeto y los ojos.

La gente tiene auras, perfiles de color que rodean al cuerpo, y ateniéndose a la intensidad de estos colores, quienes dominan ese arte pueden deducir la salud, integridad, y estado general de evolución de esa persona. Este aura es la radiación de la fuerza vital interna, el ego o alma. En torno a la cabeza hay un halo o nimbo que también forma parte de esa fuerza. Con la muerte, la luz se apaga porque el yo abandona al cuerpo y emprende su viaje a la etapa siguiente de la existencia. Se convierte en un fantasma. Al principio se desorienta y vaga por los espacios astrales sin saber adónde dirigirse, seguramente por el deslumbramiento que le produce su brusca separación del cuerpo. Es muy posible que al principio no tenga conciencia de lo que le sucede. Por eso los lamas asisten a los moribundos para informarles de las etapas que han de recorrer. Si se descuida esta información, el espíritu puede sentirse arrastrado de nuevo hacia la Tierra por los deseos de la carne. Los sacerdotes tienen el deber de romper esos vínculos. Con bastante frecuencia atendíamos a un servicio religioso especial: la Orientación de los Espíritus.

En el Tíbet no hemos creído ni por un momento que el Hombre sea la forma más elevada y más noble de evolución. Creemos que por ahí, en otros mundos, se pueden hallar formas de vida mucho más perfeccionadas, gente incapaz de lanzar bombas atómicas. Yo he visto, en nuestro país, descripciones de extraños artefactos que vuelan por los cielos. Les llamamos los “Carros de los Dioses”. El lama Mingyar Dondup me contó que un grupo de lamas había establecido comunicaciones telepáticas con esos «dioses» y éstos les dijeron que estaban contemplando la Tierra de un modo semejante a como los humanos contemplamos los peligrosos animales salvajes en un parque zoológico.



Se ha escrito mucho sobre la levitación. Se puede lograr, y yo lo he visto muchas veces. Desde luego, se necesita una gran práctica. Pero no tiene objeto perder tiempo en esto cuando existe un medio mucho más seguro y fácil de elevarse sobre la tierra. Me refiero al viaje astral. La mayoría de los lamas lo dominan y cualquier persona que posea la paciencia necesaria podrá disfrutar de las ventajas de este arte tan útil y agradable… se trata de un procedimiento que podemos controlar a voluntad. Hacemos que el yo abandone el cuerpo físico, aunque siga unido a él por el Cordón de Plata. Podemos viajar por donde queramos con la mayor velocidad concebible. La mayoría de nosotros posee la habilidad de realizar esos viajes, pero muchos, después de haberse lanzado, han sentido un gran choque psíquico por falta de entrenamiento. De todos modos, la sensación es mucho peor cuando se regresa después de un viaje. El ser astral está flotando a enorme altura sobre el cuerpo como un globo al extremo de una cuerda. Algo, quizá un ruido externo, hace que el astral se reintegre al cuerpo con excesiva rapidez. Entonces, el cuerpo despierta repentinamente y tenemos la horrible sensación de estar cayendo por un precipicio y de habernos detenido en el mismo momento en que íbamos a estrellarnos.

Durante las horas en que estamos despiertos, nuestro Yo se encuentra preso en el cuerpo físico y se necesita un cierto entrenamiento para separarlos.
Cuando dormimos, sólo reposa el cuerpo físico. Mientras, el espíritu se libera de toda traba y suele marcharse al reino de los espíritus lo mismo que un niño regresa a su hogar cuando terminan las clases. Probablemente todos han tenido la sensación de dormirse y luego, sin razón aparente, despertarse violentamente, como por una fuerte sacudida. Esto se debe a una exteriorización del yo excesivamente rápida, una separación demasiado brusca de los cuerpos fisico y astral. Esta violenta contracción del Cordón de Plata hace que el cuerpo astral vuelva, como si tirase de él un elástico demasiado distendido, a introducirse de nuevo en su vestidura física. Mientras el Cordón de Plata permanezca intacto, el ego podrá vagar libremente durante el sueño y en el caso de los que se han entrenado especialmente, lo hará de un modo consciente. En el mundo espiritual no existe el tiempo — es un concepto puramente físico— y por eso hay ensueños larguísimos y muy complicados que ocurren en una fracción de segundo. Cuando la mente física los recibe va «racionalizándolos» para adaptarlos a la visión del mundo que tiene el ser humano.

El cuerpo permanece con vida mientras ese Cordón de Plata no se rompa. Con la muerte, al nacer el espíritu a una nueva vida, se rompe el Cordón, como se parte el cordón umbilical para separarnos de nuestra madre. Para un bebé, el nacimiento significa la muerte de la vida que llevó en el cuerpo de su madre. Para el espíritu, la muerte significa un nuevo nacimiento a un mundo espiritual más libre,… no existe la muerte. Como uno se quita la ropa al terminar la jornada, lo mismo se quita el alma del cuerpo cuando éste se duerme. Así como se desecha un traje cuando se ha gastado, también se desecha el alma al cuerpo cuando está excesivamente usado o se ha roto. Morir no es más que el acto de nacer en otro plano de la existencia. El Hombre, o el espíritu del Hombre, es eterno. El cuerpo es sólo la vestidura temporal que cubre el espíritu y es elegido según la tarea que corresponda a cada persona en la tierra. La apariencia externa carece por completo de importancia.

Lo que importa es el alma. Un gran profeta puede presentarse disfrazado de pobre, mientras uno que ha pecado en una vida anterior puede presentarse en su nueva encarnación como un potentado para ver si comete los mismos pecados sin tener la eximente de la pobreza.
La Rueda de la Vida es la expresión que aplicamos al acto de nacer, de vivir en este mundo, morir, volver al estado de espíritu puro y luego nacer de nuevo en diferentes circunstancias y condiciones. Un hombre puede haber sufrido mucho en una vida sin que esto signifique necesariamente que fuese malo en una vida anterior; puede muy bien habérsele colocado en esa situación para que aprenda con mayor rapidez ciertas cosas.

Lobsang Rampa : El Tercer Ojo


2 comentarios:

  1. Tengo la sensación de que el hombre sólo hace negocios. Esto es, posiblemente se hallan logrado muchas cosas con el 3° ojo, pero lo pragmático, lo común, la cotidianidad, el apuro... ha llevado a que esas características, esos poderes o probabilidades hayan quedado de lado.
    Hace unos días, justamente, estaba sentado en el parque pensando un argumento para escribir un cuento y se me ocurrió mirar a la gente que me rodeaba e imaginarme cómo las vería con un 6° sentido, no importa cuál, uno diferente al que poseemos. Entonces me imaginé un mundo diferente, muy diferente. Me dije, éste es el argumento, contar una historia desde una 6° perspectiva, pero no es fácil, mi querido amigo, no es nada fácil.
    en fin, si hay algo que nos va a salvar, eso será la espiritualidad, no tengo dudas.
    Un gran abrazo.
    HD

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    1. Es uno de los aspectos a destacar, el nivel espiritual de la raza está en razón inversa con su progreso material y tecnológico. Esta acaparación y dominio de lo material no nos deja oír el eco de la parte espiritual que nos anima, que nos pide desarrollarse durante la vida.
      Parece claro que la continuidad del poder materialista (por no decir capitalista, imperialista, mercantilista...)no augura un futuro de esplendor. Si no tendemos a una evolución espiritual global se hará crítico el dicho de !sálvese quién pueda!

      Un abrazo, Manuel

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