miércoles, 23 de mayo de 2012

Séneca, el sabio de la Bética




“Nació en Córdoba, pocos años antes del comienzo de nuestra Era. Se educó en Roma manifestando desde joven aptitudes para la poesía y la elocuencia, así como para los estudios filosóficos y la investigación científica. En Séneca, el hombre se redime a sí mismo, y por medio de la razón. Hoy diríamos que el hombre no tiene redención, que su saber es inconsciente, y que su disfrute es hacerlo consciente, sabiendo de sí entre tanto, tanto como de lo humano en sí. Entre las reflexiones de Séneca y las nuestras, media la ciencia, superada luego por el psicoanálisis; la literatura y los siglos de avance respecto del deseo humano de Saberse a sí mismo. Hoy por hoy, si bien este saberse se procura paso hacia la conciencia, no es de ésta sino un iceberg surgido desde el fondo de lo inconsciente. Nos habla sobre las pasiones, lo que nosotros hoy llamaríamos el goce, la pasión humana que lo conduce a la muerte”.



Considero, pues, más feliz al hombre que no ha necesitado sostener ninguna lucha contra sí mismo; y creo más meritorio al que, luchando consigo mismo, ha logrado vencer sus malas inclinaciones, arrastrando su alma, más bien que conduciéndola al camino de la sabiduría. Pero que emocionen los pensamientos, no las frases; la elocuencia es un veneno cuando es ella y no la verdad lo que apasiona.

No tengas ninguna fe en las gentes cuando te digan que sus negocios los apartan de los estudios serios; se hacen los ocupados sin estarlos mucho; la dificultad para esos hombres está en ellos mismos.

Todo puede despreciarse; pero poseerlo todo es imposible. El camino más corto para ser rico es despreciar la riqueza.

Una vez en tu soledad haz de modo que la gente no hable de ti; por tu parte, habla contigo mismo. ¿Qué te dirás? Lo que los hombres dicen con mucho gusto los unos de los otros: ten mala opinión de ti, y así adquirirás la costumbre de oír la verdad y de decirla.

Por otra parte, bien sabes que no es forzoso conservar la vida, pues lo importante no es vivir mucho, sino bien vivir. Así es que el sabio vive lo que debe, no lo que puede. Examinará dónde, cómo, con quién, por qué debe vivir; lo que será su vida, no lo que pueda durar.

La mejor razón para no quejarse de la vida es que ella no retiene al que la quiera dejar. Las cosas humanas están muy bien dispuestas: nadie es desgraciado más que por su culpa. ¿Te place la vida? Vive. ¿No te place?, pues eres dueño de volver al lugar de donde has venido.

Si quieres no ser esclavo de tu cuerpo, figúrate que estás alojado en él momentáneamente como un transeúnte, y no pierdas de vista que vas a perder el alojamiento de instante a otro. Así te hará poca mella la necesidad de dejarlo. Pero, ¿cómo familiarizarse con la idea del propio fin cuando no tienen fin nuestros deseos?

Se necesita un alma grande para apreciar las grandes cosas, pues las almas vulgares les atribuyen sus propios yerros.

Yo no hago del sabio un hombre aparte, diferente de los otros; no lo considero libre de dolor, como una roca insensible. No pierdo de vista que está compuesto de dos sustancias; una irrazonable que siente las mordeduras, las quemaduras, el dolor; otra razonable que nada puede quebrantar en sus opiniones, apurar ni vencer. En esta última es en la que reside el soberano bien: tan incierta y vacilante como es el alma incompleta, es inmóvil y fija cuando se goza de ella en toda su plenitud.

Todo el que se abandona a los caprichos de la suerte, se prepara innumerables motivos de desasosiego; no hay más que un solo medio de llegar a la seguridad: despreciar las cosas externas y aparatosas, ateniéndose a lo honrado.

Quien tenga el propósito de ser feliz, no debe pensar más que en un solo bien: lo honesto.

¡Qué! ¿No sigues las huellas de los antiguos? Sí, pero con reservas, con la condición de poder añadir alguna cosa, cambiar algo y abandonar aquello que me parezca. Soy su discípulo, no su esclavo.

El cuerpo necesita mucho alimento, mucha bebida, mucho aceite; un cuidado, en fin, de todos los instantes. Pero la virtud se adquiere sin aparato y sin desembolso; todo lo necesario para ser un hombre de bien, lo posees. ¿Qué es lo que se necesita? Querer.

En efecto, el hombre debería portarse siempre como si hubiera testigos de lo que hace, pensar siempre como si alguien pudiese leer en el fondo de su pensamiento. Y a fe que puede hacerlo.

La ambición no tiene límites; lo mismo teme a los que están delante que a los que vienen detrás y es una doble envidia lo que la atormenta. ¡Qué desdicha la de ser envidiado, y qué miseria la de sentirse envidioso!

Nunca creas feliz a nadie que esté pendiente de la felicidad.

Cada día, cada hora, nos revela la nada que somos, y nos advierte con un nuevo argumento nuestra olvidada fragilidad: entonces nos obliga a meditar en lo eterno y a volver la mirada hacia la muerte.

Nuestro término está firme allí donde lo fijó el hado inexorable, pero ninguno de nosotros sabe a qué distancia se encuentra. Dispongamos, pues, de nuestro ánimo como si ya hubiésemos llegado a nuestro fin. No aplacemos nada: saldemos cada día nuestras cuentas con la vida. El mayor defecto de la vida está en que siempre es incompleta, porque siempre dejamos algo aplazado. A quien sabe dar cada día a su vida la última mano, no le falta tiempo.

Mientras ignores de qué has de huir, qué has de buscar, qué es necesario y qué está de sobra, qué es justo y qué injusto, lo que hagas no será viajar, sino andar errante.

Vivamos, pues, con todo el ánimo, y, puesto aparte lo que nos distrae, esforcémonos en una sola cosa: que no tengamos que comprender la rapidez del tiempo infatigable cuando ya nos haya abandonado. Que cada primer día agrade como si fuese el mejor y que se haga vuestro. Hay que tomar posesión de lo que se nos escapa.

Pero para que no me ocurra a mí mismo, mientras ando buscando otra cosa, convertirme en gramático o filólogo, te advierto que al oír o leer a un filósofo hay que tratar de encontrar la ciencia de la vida feliz, de modo que se capten no ya palabras arcaicas o retorcidas, y metáforas difíciles y figuras de dicción, sino preceptos provechosos y sentencias magnánimas y esforzadas que lleven a una pronta acción.

Nuestro rey es el ánimo, cuando está firme, todo lo demás es fiel a su deber, obediente, dócil. En cuanto aquel vacila un poco, todo se tambalea; y, si se entrega al placer, también sus actitudes y sus actos languidecen, y todo esfuerzo se hace flojo y pusilánime.

No hay vicio alguno para el que no haya alguna defensa; todos tienen un comienzo pudoroso y excusable, pero luego se expansionan mucho más: no conseguirás que cese, si le permites comenzar. Toda pasión es débil al principio; después se excita a sí misma y reúne fuerzas a medida que avanza, es más fácil cerrarle el paso que expulsarla.

¿Sabes por que no tenemos fuerza suficiente? Porque creemos que no la tenemos.

Nadie puede tener todo lo que quiere, pero puede no querer lo que no tiene, y usar alegremente lo que se le ofrece.



Lucio Anneo Séneca – Fragmentos de cartas a Lucilio




3 comentarios:

  1. Interesante e intensa la vida de este gran filósofo.
    Cuando te he leído he entrado en wikipedia para informarme más sobre él, puer sólo recordaba algo de lo que estudié de joven en filosofía.
    En esa época en Roma no se salvaba nadie, sobre todo si Nerón andaba por medio, que se cargaba a todos.
    Ya le costó morir a Séneca por más que lo intentó...
    Me cuesta entender cómo una persona tan inteligente terminara así su vida.
    Algunas frases de las que has puesto las conocía, pero no todas.
    Gracias por compartirlo Manu.
    Un abrazo

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    1. Gracias a ti, uxue, siempre es provechoso acercarnos a los grandes, algo nuevo se aprende. Su pensamiento sigue vigente, porque en eso no creo que evolucione el ser humano. también su carácter reaccionario, a pesar de provenir de familia noble y las presiones para agachar la cabeza, nunca lo hizo y prefirió el destierro, donde plasmó sus ideas. Otro librillo suyo para enmarcar es Sobre la Brevedad de la Vida.

      Saludos!

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  2. Muy interesante. Me encantaron los cuentos orientales. Sólo lo den Jesus se ve de manifiesto su amplia cultura en temas filosóficos y históricos, pero en cuestiones de la biblia, hay un.detalle. la biblia no pretende ser un documento histórico ni científico. Corroborar la exactitud o discordancia de tiempos, lugares o personas no demerita su propósito en la enseñanza de la Iglesia. Su fin es dejar el testimonio de Jesus, sus obras, y palabras en manos de los apóstoles y la Iglesia que el fundó y para su doctrina.
    La fe, a pesar de su definicion o significado semántico, tiene algo inexplicable que se entiende con la razón por los que la sienten pero al mismo tiempo, es la que nos lleva a ese misterio que se revela conforme se trabaja en ella. Es un proceso cambiante. Los eruditos que quieren tener explicaciones lógicas, respuestas razonables y definitivas para todo, no pueden comprender ni encontrar el misterio de Jesus, Dios y la fe, a la luz enceguecedora de su soberbia intelectual. Como dijo San Agustín: "¿Qué es, pues el tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo sé; si quiero explicarlo a quien me lo pide, no lo sé". Pero hay que poder decir "no-lo-se".
    Buen comienzo.

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