La
meditación no es algo nuevo, llegaste al mundo con ella; lo nuevo es la mente,
la meditación es tu naturaleza, es tu mismo ser. ¿Cómo puede ser difícil? Lo
hacemos difícil al luchar contra aquello que pensamos que nos está impidiendo
ser libres o al buscar algo que presumimos nos va a dar libertad. Realmente se
la encuentra al relajarnos en eso que somos, viviendo la vida momento a
momento.
La
meditación es nada más que un artificio para que tomes conciencia de tu
verdadero ser, que no creaste, ni necesita que lo crees… el que ya eres. Naces
con él… ¡lo eres! Necesita que lo descubras.
No
hay que hacer nada; solamente sé un espectador, un observador mirando el
tráfico de la mente –pensamientos que pasan, deseos, recuerdos, sueños,
fantasías…–. Simplemente mantente distanciado, sereno, presenciando, observando,
viendo sin juicios, sin condenas, sin decir: “esto es bueno o esto es malo”.
Ése
es todo el secreto de la meditación, que te conviertas en el espectador. El
núcleo esencial, el espíritu de la meditación es aprender a presenciar. Presenciar
significa una observación desapegada, desprejuiciada.
Tu
ser íntimo no es otra cosa que el cielo interno. Las nubes van y vienen, los
planetas nacen y desaparecen, las estrellas surgen y mueren. Y el cielo interno
se mantiene igual, intocable, inmaculado, sin huellas. A ese cielo interno le
llamamos el espectador, y esa es toda la meta de la meditación.
Entra,
disfruta del cielo interno. Y recuerda: cualquier cosa que puedas ver,
cualquier cosa que surja, eso no eres. Puedes ver pensamientos y no eres los
pensamientos; puedes ver tus sentimientos y no eres tus sentimientos; puedes
ver tus sueños, tus deseos, tus recuerdos, tus imaginaciones, tus proyecciones…
y no eres nada de eso.
Sigue
eliminando todo lo que puedas ver; entonces, un día, surge un momento tremendo,
el momento más significativo de nuestras vidas, cuando ya no queda más nada por
eliminar. Todo lo que viste desapareció y solamente queda el que ve. Ese que ve
es el cielo claro. Saberlo es no tener miedo y estar lleno de amor. Saberlo es
ser Dios, es ser inmortal.
Meditación
es aventura, la aventura más grande que pueda emprender la mente humana.
Meditación es ser, simplemente, sin hacer nada –sin acción, sin pensamiento,
sin emoción–. Simplemente, eres, y es un deleite puro. ¿De dónde viene este
deleite cuando no estás haciendo nada? No viene de ninguna parte, o viene de
todas partes. Es sin causa, porque la existencia está hecha de una sustancia
llamada deleite. Cuando no estás haciendo nada en absoluto –corporalmente,
mentalmente, ni a ningún nivel, cuando para toda actividad y solamente eres–,
eso es meditación. No puedes hacerlo, no puedes practicarlo, solamente tienes
que entenderlo.
La
meditación va a ayudarte a desarrollar la propia facultad intuitiva. Va a ser
algo diferente para cada individuo. Cada uno es único, y buscar y explorar tu
unicidad es una gran emoción, una gran aventura.
Siempre
que puedas encontrar un tiempo para ser, simplemente, deja el hacer. Pensar
también es hacer, concentrarse también es hacer. Incluso si por un momento
dejas de hacer y solamente te quedas en tu centro, totalmente relajado, eso es
meditación. Una vez que te das cuenta de la forma en que tu ser puede quedarse
imperturbable, más adelante puedes empezar a hacer cosas, manteniéndote alerta
de que tu ser no se agite.
Meditación
significa conciencia, y cualquier cosa que hagas con conciencia es meditación.
No importa la acción sino la cualidad que traes a tu acción. Caminar, sentarte,
escuchar a los pájaros, el ruido interno de tu mente… pueden ser meditación si
permaneces alerta y vigilante.
Cualquiera
que sea el método, la meditación tiene unos ingredientes esenciales. El primer
punto es un estado relajado, no pelear con la mente, no concentrarse. Segundo,
observa lo que pase a tu alrededor, sin ninguna interferencia, silenciosamente.
Por último, ningún juicio, sin evaluación. Estando relajado, observando, sin
juicios, desciende sobre uno un gran silencio. Para todo tu movimiento
interior; eres, pero no está el sentimiento de “yo soy”. Solamente hay espacio
puro.
El
primer paso es ser muy consciente de tu cuerpo; después empieza a tomar
conciencia de tus pensamientos. Cuando tu mente y tu cuerpo están en paz, por
primera vez hay armonía, y esa armonía te ayuda inmensamente a trabajar en lo
siguiente, que es tomar conciencia de tus sentimientos, emociones y estado de
ánimo. Se necesita una conciencia un poco más intensa para poder reflejarlos.
Cuando estos tres aspectos son uno –funcionando juntos perfectamente, en
armonía, puedes sentir la música de los tres, se convierten en una orquesta–,
entonces se da el cuarto estado de conciencia, que nos hace iluminados. Uno se
hace consciente de su propia conciencia. El camino hacia el goce supremo, de
ser un buscador de la verdad, es la Conciencia.
Lo
más importante es que estés alerta, que no te olvides de mirar, que estés
observando, observando, y un tiempo después, el observador se hace más sólido,
estable, concreto y sin distracción, viene una transformación. Las cosas que
estabas observando desaparecen; por primera vez, el observador mismo llega a
ser el observado. Ya llegaste a casa.
La
meditación va a darte sensibilidad, una gran sensación de pertenecer al mundo.
Y esta sensibilidad va a crearte nuevas amistades: amistad con los árboles, con
los animales, con las montañas, con los ríos, con los océanos y con las
estrellas. La vida se enriquece a medida que crece el amor, a medida que crece
la amistad. Si meditas, tarde o temprano vas a encontrarte con el amor; vas a
empezar a sentir un amor tremendo que emana de ti, que jamás habías conocido,
una nueva cualidad de tu ser, una nueva puerta que se abre. Te conviertes en
una nueva llama, y ahora lo quieres compartir.
El
amor te hace meditativo si está en la dirección justa. La meditación te hace
amoroso si está en la dirección justa. Porque el amor va a surgir de la
meditación, es una cierta clase de amor totalmente diferente, cualitativamente
diferente.
De
repente te sientes feliz, sin motivo alguno. No hay una razón… simplemente es
así. Esta alegría es imposible perturbarla. Cuando encontraste una alegría
permanente, las circunstancias cambian, pero ella persiste. Entonces, de
verdad, te estás acercando al estado búdico.
El
observador y lo observado son solamente dos aspectos del testigo. Muchas
personas creen que el espectador es el observador. El observador no es el
espectador, sino solamente una parte de él. No puedes practicar ser el
espectador, si lo intentas, vas a ser solo el observador. ¿Qué hay que hacer?
Tienes que disolverte, fusionarte. Cuando surge el espectador, no hay nadie que
esté presenciando, y no hay nada que sea presenciado. Es un reflejar continuo,
un proceso dinámico de disolución y fusión. Es un compartir del Ser.
Osho –
Meditación. La primera y la última libertad
Hermoso tu blog! Coincidimos. . . Un abrazo desde Buenos Aires!
ResponderEliminarsimple....como la vida..maestro osho
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