miércoles, 30 de julio de 2014

Del Jesús histórico al Cristo de la fe: un entramado teológico (Gonzalo Puente)

 


El Evangelio del autor de Marcos es un género literario de carácter histórico-teológico que pretende relatar como auténticos los hechos y las doctrinas de un personaje que se postula como histórico e históricamente cognoscible, Jesús de Nazaret. No se propone simplemente dar a conocer, sino solo dar a conocer ciertas cosas de cierta manera, administrando para este fin un acervo testimonial en estado todavía fluido formativo, pero que ya se altera deliberadamente en virtud de un trabajo de selección, adición, interpolación y redacción orientado en función de una interpretación teológica del ministerio y del magisterio del protagonista principal de esa historia.

Es lo que se denomina un escrito de tesis, en el que la preocupación básica del redactor consiste en servir del modo más eficaz al modelo histórico-teológico que su fe y la de su iglesia le imponen. Se trata de enseñar o inculcar una tesis teológica que se profesa como verdad revelada y nos ofrece, inconscientemente y a la vez, un doble y contrapuesto kerygma (anuncio, proclamación): la proclamación mesiánico-escatológica (fin de los tiempos) del propio Jesús en cuanto heraldo de la inminencia del Reino de Dios, y la proclamación por la ekklesia del Cristo celeste según la interpretación soteriológica (de salvación) del mesías como mediador humillado y expiatorio.

El arduo y al mismo tiempo ingenuo juego de los dos discursos kerigmáticos del autor de Marcos, evidencia el salto teológico del relato, desde el Jesús de la historia al Cristo de la fe. El deseo de apuntalar históricamente el nuevo mensaje soteriológico obliga a Marcos a usar masivamente –aunque lo haga de modo fragmentario, intermitente y frecuentemente elusivo– la tradición oral más antigua, aún subsistente, sobre las palabras, las actitudes y los actos del mismo Nazareno. De este material, se infiere que Jesús fue un mesianista que asumió rasgos esenciales de la tradición popular davídica, de la escatología profética y de la propaganda apocalíptica, fundiéndolos en un mensaje mesiánico que anuncia la inminencia del juicio y la instauración del Reino de Dios sobre una tierra transformada por una especie de palingenesia. Una predicación en la cual lo religioso y lo político se presentan como indisociables, y que pone todo el énfasis en un arrepentimiento inaplazable, en una íntima reconversión espiritual como requisito para acceder al reino mesiánico, que vendría con la intervención sobrenatural de Dios.



¿Profeta, intermediario, Mesías? El concepto de mesianidad que probablemente gravitaba en la conciencia del Nazareno, correspondía al tradicional de su pueblo, pese al deliberado propósito de los sinópticos (Marcos, Mateo y Lucas) de evitar declaraciones explícitas identificándose con el Mesías de carácter davídico. Aunque el martirio inesperado de Jesús, que concluye en su crucifixión, debería haber descalificado su probable pretensión de mesianidad, emergió pronto la creencia en su resurrección, que requirió un lento proceso de elaboración dogmática insólita, dirigida a legitimar el fracaso mesiánico y transformarlo en insospechado cumplimiento del plan providencial de Yahvé en su fidelidad a las promesas de hegemonía y liberación de su pueblo fiel.

Este verdadero esfuerzo exegético (interpretativo) solo fue viable mediante una fe ciega, mediante una interpretación tipológica y alegórica exuberante y reiterativa. El primer acto del drama mesiánico se había realizado ya conforme a las escrituras. Su consumación final tendría lugar en la inminente parusía (segunda venida) de Cristo en poder y gloria. En el relato de Marcos, los restos de la tradición oral están dramáticamente mediatizados y ahormados por su intención dogmática. Cabe hablar de una hazaña redaccional de Marcos, pese a sus torpezas, a sus inconsecuencias, a su candidez inadvertida. Marcos no habla de la proclama de Jesús, sino de la proclama de la Iglesia respecto de Jesús; es decir, no reconstruye el ministerio y el magisterio del Nazareno en su verdadera naturaleza histórica, sino en el contexto de un modelo teológico preconcebido y diferente, elaborado a partir de la fe pospascual de la Iglesia.

En esta proclamación gravitan dos factores de orden teológico: el manifiesto propósito de probar que Jesús previó y anunció a sus discípulos su martirio como función expiatoria, constituyendo este rasgo de originalidad de su insólita conciencia mesiánica, y el deliberado deseo de sobrenaturalizar la personalidad del Nazareno iniciando, aún tímidamente, el proceso de su paulatina deificación posterior. Esta resolución de carácter dogmático es la matriz de las contradicciones e incongruencias de los evangelios sinópticos. Cada uno diseña su propio camino para consolidar este modelo apologético (defensor de la fe), espigando en las tradiciones orales, enmendándolas, amplificándolas o recortándolas, según las necesidades de sus parámetros teológicos.

El Evangelio de Marcos no solo no se trata de un relato autobiográfico, pero ni siquiera de una narración de la historia de un personaje. Todo se construye kerigmáticamente desde la fe en la Resurrección. Es decir, ni siquiera a partir de un hecho relevante, sino desde la fe en un supuesto hecho en rigor inverificable aún dentro de la tradición tal como llegó a nosotros. La clave de los dogmas cristianos consiste en afirmar algo y, a la vez, su contrario. Esta ambigüedad los ha dotado de una capacidad incomparable para adaptarse a todas las coyunturas históricas y explotarlas en beneficio de su dominación en toda la medida de lo posible. Todo el lenguaje en parábolas corresponde al abstruso misterio de una mesianidad expiatoria y frustrada en apariencia. Con todas las probables vacilaciones de un drama psicológico íntimo, el Nazareno se movió en torno a las representaciones mentales de un Mesías religioso-político tradicional.



La cosmovisión de Marcos está indudablemente influida por la tradición profética y apocalíptica, pero en particular por la angeología y demonología del judaísmo tardío, con sus corrientes orientalizantes y el sincretismo helenístico. En el relato, Jesús se pasa la vida profetizando. Cuando acierta, siempre lo hace ex–eventu (pasión muerte, exaltación). Cuando no sucede así, sus declaraciones resultan abiertamente fallidas (juicio final, instauración inminente del Reino, aplastamiento de los enemigos de Dios). Estas tajantes promesas se mantienen aún en Mateo y Lucas, cuando su incumplimiento era patente por razones cronológicas. ¡Lo que significa la inercia de la fe heredada!

Aunque los sinópticos se propusieron reducir las relaciones de Jesús con el Bautista al episodio del bautismo, la historia debió ser otra. (Si al principio) no se registra sino confluencia y coincidencia en la actividad heráldica de ambos, y hay probablemente solapamiento y mezcla entre algunos de sus seguidores, (posteriormente) ponen en relación el inicio del ministerio del Nazareno con la prisión de Juan. Pese a que el contenido del mensaje de Jesús repetía el kerigma del Bautista, surge un momento en el que ambos se separan. El hecho de que éste último haya continuado su prédica, y generando un movimiento mesiánico que le sobrevivió, prueba que hubo un abierto rechazo de la medianidad de Jesús y la de su Iglesia. Por ello, debemos admitir el hecho de que la tradición cristiana fue la primera que transformó a Juan, el profeta del juez que viene para juzgar al mundo, en el testigo de Jesús como Mesías. Alquimia teológica.

(...una vez ejecutado Juan y refiriéndose a Jesús) Se dice en Mc 6, 14: “Ése es Juan el Bautista, que ha resucitado de entre los muertos, y por esto obra en él el poder de hacer milagros”. (Flavio Josefo en sus Antigüedades Judías observa que) “El Bautista, excitaba a los judíos a practicar la virtud, a ser justos unos con otros, y a ser piadosos con Dios; los invitaba a unirse en el Bautismo y suscitaba la congregación de los gentiles, que se exaltaban mucho al oírle hablar”. El Bautista difundía más que unas reglas de conducta moral: postulaba un movimiento de signo mesiánico que apuntaba a la instauración de un Reino de Dios que impondría la justicia en el sentido de la tradición profética, es decir, la liberación de los oprimidos (características todas ellas y otras que no se citan con las que revistieron posteriormente a Jesús).




La explicación dogmática de un Jesús que decide de antemano morir en cumplimiento de las Escrituras para expiar mediante su sangre derramada los pecados de la humanidad, y redimirla, es una construcción incoherente e inverosímil. En este itinerario, la nueva religión pasó desde la idea de un hombre mortal, que se creyó Mesías, a la de un ser divino que fue enviado como Mesías en forma humana para rescatar a la humanidad de una culpa hereditaria por la “ofensa” hecha a Dios por la primera pareja en el paraíso.


Gonzalo Puente Ojea – El Evangelio de Marcos. Forma y Función. El verdadero mensaje de Jesús



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