Perder es dejar algo “que
era” para entrar en otro lugar donde hay otra cosa “que es”. Y este cambio
conlleva una adaptación a lo nuevo. Este proceso se conoce como de “elaboración
del duelo". Cuando creemos y confiamos en que se puede seguir adelante, nuestras
posibilidades de avanzar se multiplican.
Perdemos no solo a través
de la muerte sino también cambiando, siguiendo adelante. Nuestras pérdidas
incluyen también las renuncias conscientes e inconscientes de nuestros sueños
románticos, la cancelación de nuestras esperanzas irrealizables, nuestras
ilusiones de libertad, de poder y de seguridad, así como la pérdida de nuestra
juventud, aquella irreverente individualidad que se creía para siempre ajena a
las arrugas, invulnerable e inmortal.
Estas pérdidas forman
parte de nuestra vida, son constantes universales e insoslayables. Y son
pérdidas necesarias porque crecemos a través de ellas. De hecho, somos quienes
somos gracias a todo lo perdido y a cómo nos hemos conducido frente a esas
pérdidas. Este camino, el de las lágrimas, señala que debemos renunciar a lo
que ya no está, y que eso es madurar… solo a través de las pérdidas nos
convertimos en seres humanos plenamente desarrollados. La elaboración del duelo
es un trabajo. El trabajo de aceptar la nueva realidad. La elaboración de un
duelo es aprender a soltar lo anterior. Si me quedo centrado en las cosas que
tengo porque no me animo a vivir lo que sigue, si voy a aferrarme a todo lo
anterior, entonces no podré conocer, ni disfrutar, ni vivir lo que sigue.
¿Hace falta sufrir para
poder crecer? La herramienta para no sufrir no debería ser el no compromiso,
sino el desapego. Cuanto mayor sea el apego que siento a lo que estoy dejando
atrás mayor será el daño que se produzca a la hora de la separación, a la hora
de la pérdida. Cuanto más amo más tiendo a apegarme. Si uno no ama no sufre,
porque el que ama se arriesga a sufrir. Pero este compromiso es la única manera
de vivir plenamente.
En la medida en que yo
aprenda a soltar, más fácil va a ser que el crecimiento se produzca; cuanto más
haya crecido menor será el desgarro ante lo perdido; cuanto menos me desgarre
por aquello que se fue, mejor voy a poder recorrer el camino que sigue.
Madurando seguramente descubra que por propia decisión dejo algo dolorosamente
para dar lugar a lo nuevo que deseo. Hay que vaciarse para poder llenarse.
Vivir vale la pena. Esta
pena es la que de alguna manera abre la puerta de una nueva dimensión, es el
dolor inevitable para conseguir una sola cosa imprescindible: mi propio
crecimiento. Nadie crece desde otro lugar que no sea haber pasado por un dolor
asociado a una frustración, a una pérdida. Nadie crece sin tener conciencia de
algo que ya no es.
Madurar siempre implica
dejar atrás algo perdido, aunque sea un espacio imaginario, y elaborar un duelo
es abandonar uno de esos espacios anteriores que siempre nos suena más seguro,
más protegido, más previsible. Dejarlo para ir a lo diferente. Pasar de lo
conocido a lo desconocido. Esto irremediablemente nos obliga a crecer. Que yo
sepa que pueda soportar los duelos, y sepa que puedo salirme si lo decido, me
permite quedarme haciendo lo que hago, si esa es mi decisión. La vivencia
normal de una pérdida tiene que ver justamente con animarse a vivir los duelos,
con permitirse padecer el dolor como parte del camino. El dolor y no el
sufrimiento, porque sufrir es más bien resignarse a quedarse amorosamente
apegado a la pena.
Quiero poder abrir la mano
y soltar lo que hoy ya no está, lo que hoy ya no sirve, lo que hoy no es para
mí, lo que hoy no me pertenece. Cada día que empieza es en realidad la historia
de la pérdida de mi día anterior, porque no soy el que era ayer. Haber dejado
de ser aquel que era es causa y efecto de ser este que soy. Y este que soy es
aquel más éste, hay una ganancia en el camino.
Todos los que atraviesan
un cambio importante están obligados, a pesar de sus turbulentas emociones, a
adaptarse en varios niveles, reorganizando los sistemas de comunicación con el
mundo, ajustando las reglas al funcionamiento del sistema y redistribuyendo los
roles que antes estaban asignados de una manera ahora impracticable, como
condición para entrar en algún momento a la nueva realidad.
El único camino para
terminar con las lágrimas es a través de ellas.
Nadie puede recorrer el
camino por uno mismo.
Es la idea de que el dolor
de la pérdida es insoportable, lo que hace pesado el recorrido.
Los duelos efectivos
difícilmente se recorren en soledad.
El paso por el camino nos
dejará más resueltos, maduros y crecidos, más allá de lo difícil que nos haya
resultado el recorrido. La manifestación de la elaboración es la
resignificación de lo perdido o la transformación del dolor en fecundidad.
El final del camino de las
lágrimas es éste:
Miramos hacia atrás y nos
damos cuenta de las dificultades soportadas hasta aquí.
Miramos hacia delante y
sabemos que estamos en mejores condiciones de enfrentarnos con el más
importante de los caminos, el que conduce a la felicidad, el camino del
propósito.
Jorge Bucay – El Camino de las Lágrimas
Hermoso
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