Una época de
inquietud y rebeldía que abarca a todo el mundo ha comenzado para la humanidad.
Los principios seculares vacilan; las normas e ideas sobre las que estaba
asentado el orden social hasta ahora se transforman; casi por doquier, la
sociedad humana entra en una crisis violenta. Cada vez está más claro que la
humanidad ha perdido el conocimiento y el discernimiento del objetivo de la
vida.
Algunos confían
aún en un pretendido conocimiento, pero no quieren aceptar que este
conocimiento no es más que un eco atenuado de la sabiduría original. Otros no
alimentan más que en sí mismos más que protestas siempre renovadas. No hay
nadie que pueda hacerles comprender la razón por la que viven y el sentido de
la vida. Este saber parece haberse perdido. Nacen nuevas preocupaciones y
aumentan a causa de las certezas que desaparecen. Se suspira por tener una vida
apacible y armoniosa, sin angustias, sin violencia y sin corrupción. Se querría
saber por qué es así la vida y qué nos traerá en último término el futuro.
La vida nos parece
insegura e injusta. El hombre está en el mundo y no sabe por qué. Un intenso
deseo de vivir se expresa en él y, a su manera, él se esfuerza por responder a
este deseo. El hombre está situado por su nacimiento en un entorno determinado
que le acompañará y le mantendrá durante su juventud y le enseñará la lucha por
la vida. Es empujado hacia una compañera, hacia una profesión, hacia una
posición, hacia una carrera que pueda satisfacerle. Busca el aplomo y la
seguridad en sí mismo, a ser posible en un campo en el que se pueda afirmar y
donde sea respetado y admirado. Esta es la respuesta a su deseo de vida
desenfrenado. Las dificultades surgen, ya que los demás persiguen el mismo
objetivo y también quieren ser vistos y admirados. Entonces el hombre lucha,
lucha por conquistar el puesto que ansía. Así nace un combate vital incesante;
combate que a veces es oculto y extremadamente astuto; combate tal vez sin
tregua por alcanzar el objetivo tan ardientemente deseado. Empujado por su
pasión vital, solo se ve a sí mismo y a su objetivo.
Pero al encontrar
alternativamente éxitos y fracasos, comienza a sentir que este combate se hace
insoportable. La enfermedad y la vejez le persiguen y la muerte le parece el
resultado único e inevitable. Sin embargo, él querría vivir, vivir de una forma
mejor que los demás, hacer lo que desea, ser independiente. Aspira
ardientemente a la libertad. Pero, ¿qué es la
libertad? Ser libre, sí, pero ¿libre de qué? El descubre que la libertad tan
deseada no existe y por tanto no puede realizar lo que desea. Por razones
morales debe respetar a los demás y está limitado por las leyes. No obstante,
insiste sobre sus derechos. Pero ¿qué derechos? El tiempo pasa y, finalmente,
el hombre fatigado no aspira más que a la paz y al reposo.
Entonces, un deseo
diferente se manifiesta: la paz, el fin de esta febril actividad. El hombre
considera entonces que la vida es imperfecta, cruel, loca; él querría
mejorarla, perfeccionarla. Piensa que es realizable una vida armoniosa,
apacible, sin explotación, sin violencia ni angustia. Piensa que se debería
poder instaurar este nuevo orden de vida. ¿Sus nuevos sueños van a tomar forma
por fin? ¡No! Siempre experimenta que son ilusiones, utopías. La vida es
imperfecta y lo seguirá siendo; lo que se consigue se pierde, el bien se
convierte en mal, la alegría en sufrimiento, cualquer fuerza genera una fuerza
contraria y las dos se anulan mutuamente. El resultado es cero, siempre cero.
La vida se hace decepcionante. ¿Dónde se oculta el sentido de la vida? ¿Dónde
encontrar la respuesta final y exacta a este impulso vital doloroso? Un deseo
insaciable, una voluntad constante y una búsqueda incesante, ¿no revelan una
falta fundamental?, ¿no son el recuerdo inconsciente de un estado vital
perfecto existente en un tiempo remoto?
Así, el hombre
llega a comportarse de una forma curiosa y contradictoria. Reniega de la
inmortalidad y, sin embargo, se esfuerza por ignorar la muerte. Desea vivir y,
sin embargo, se tiene que esforzar desde el primer día por defenderse de esta
vida. Se engaña a sí mismo, considerando que su mundo es bello, ordenado y que
funciona maravillosamente, pero está obligado a aceptar cada día la
explotación, la violencia, las agresiones a su libertad, la guerra… Quiere
sacrificarse, amar a su prójimo; se lanza al trabajo por su familia, por los
demás, por una comunidad. Pero en el fondo y esencialmente no se ve más que a
sí mismo; no ve más que sus propios esfuerzos y su propia gloria. Puede que
toque la cima de la ciencia o de la cultura y, en consecuencia, se comporte
como un rey… pero no deja de ser un mendigo. No ha encontrado la única
respuesta a su deseo profundo e incesante pero, ¿quién sabrá convencerle de que
por el camino que ha escogido no hay más que decepción, negación, tensiones y
división en un mar de perpetuas contradicciones?
La respuesta, la
única respuesta justa, está en sí mismo. Todo su ser, todas sus codicias, sus
deseos orientados hacia el mundo exterior, el cual se ofrece para
satisfacerlos, han hecho que se haya perdido en su laberinto y que
constantemente tenga que volver a empezar. Pero, a pesar de todo, tiene una
semilla escondida en sí mismo, más pequeña que un grano de mostaza, la cual
podría crecer y traerle la respuesta a su angustia. Allí está, aún inexpresada,
la respuesta que libera, la respuesta que exige de él algo más y algo diferente
que su trabajo asiduo en la vida, más que un rechazo de su yo, más que la
adquisición de riquezas materiales y que la apreciación de los valores del
mundo. La respuesta exacta exige y requiere todo su ser.
Es necesario que
el ser egocéntrico se sacrifique, con el fin de que el hombre verdadero, el
hombre alma-espíritu, renazca tal como fue el origen de los tiempos en un mundo
perfecto. Una parte de la humanidad original, abusando de su libre albedrío, se
desprendió del orden cósmico y efectuó su misión de forma experimental,
buscando su propia gloria. El equilibrio se perturbó y se desarrolló
progresivamente una situación en la que el hombre original se encerró en el
aspecto material. Mientras que el espíritu es eterno e inmutable, la materia
está en constante transformación. En esta situación de separación, el aspecto
material intentó integrar al espíritu en sus cambios. Pero el espíritu se
mantuvo inmutable y estos procesos de transformación aberrantes implicaron, por
una reacción correctiva, una cristalización, y las fuerzas así desatadas
escaparon al control del hombre.
Como consecuencia
de la perturbación del equilibrio cósmico, el radio de actividad del hombre fue
limitado para proteger el universo. El Espíritu se retiró de él y su estado
divino se transformó en un estado semidivino. Después, por obstinación en esa
vía, la conciencia se retiró del alma y el hombre perdió su personalidad
celeste. Así apareció el mundo de la limitación y del tiempo, donde la
enfermedad y la muerte son evidentes y las oposiciones inevitables. El hombre
de hoy no es de ninguna manera el hombre original, sino una imitación, una
especie animal superior que, como resultado de un largo desarrollo, está dotado
de una conciencia biológica y de una razón.
No obstante, el
hombre no fue abandonado a su caída. Un inmenso plan de salvación se preparó;
en su camino, esta humanidad fue acompañada por toda clase de religiones que se
acoplaban al estado de desarrollo de las diferentes razas. Al mismo tiempo y
poco a poco, le fue revelada la existencia de una vida superior, de una vida
interiormente desatada de la materia. El hombre es doble, es de naturaleza
divina y por lo tanto inmortal, pero sin conexión con el espíritu Divino, ya
que éste se ha retirado a una pequeña chispa atómica, al átomo-chispa de
Espíritu. Los dos mundos que, por la chispa divina del corazón, se encuentran
en el hombre, están, desde el punto de vista del absoluto, en completa falta de
armonía. Por eso la vida que se desarrolla aquí es una constante repetición de
sufrimientos no comprendidos ni asimilados que deben conducir al hombre, con
ayuda del tiempo, a comprender el por qué del sufrimiento.
Es necesario que
la sed de vivir al servicio de la grandeza y de la conservación de la antigua
personalidad sea vencida y abandonada, de forma que el hombre-alma tome
nuevamente el lugar que le corresponde de verdad. Entonces se dirigirá hacia el
objetivo inevitable de la vida humana de esta naturaleza: la regeneración del
hombre divino original. Este camino de resurrección del hombre original no
puede ser alcanzado por simple curiosidad o a título experimental, sino
solamente por la presión de le experiencia, con un conocimiento claro de sí
mismo, libre de la influencia de tal o cual autoridad o ideología. La
trasfiguración, es decir, el abandono de la personalidad natural por una
personalidad consciente totalmente distinta, es destrucción y reconstrucción,
es la decadencia y la elevación hacia lo nuevo, es el sacrificio entero del
hombre-yo para el nacimiento del alma inmortal y el restablecimiento de la
personalidad celeste. De esta manera, el regreso al Reino Original, a la Tierra Divina , a Dios, se hará
un hecho.
El Camino RosaCruz - Escuela Internacional de la RosaCruz de Oro
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