lunes, 19 de mayo de 2014

La Espiritualidad (Francisco López-Seivane)



El mundo del espíritu es insensible, intangible e inmaterial. Está más allá de lo que pueden percibir los sentidos y de lo que es objetivable. Con esta premisa ¿a quién puede extrañar que se hayan apoderado de él clérigos, parapsicólogos, esotéricos de toda calaña, espiritistas, predicadores baratos, curanderos de opereta, embaucadores y charlatanes de toda laya?
   La espiritualidad no tiene nada que ver con la fe ni con la esperanza. Sí tiene que ver con la pesquisa y el conocimiento de los referentes últimos, de las causas ocultas de las cosas, de los misterios que velan la realidad. Es espiritual quien inda en la hondura, sabedor de que el mundo material solo es una apariencia.

El mundo del espíritu no es el mundo de los espíritus. La peor manera de asomarse a las insondables tinieblas del más allá es fantasear en el más acá y superponer la realidad inventada sobre la incógnita viva. Los ignorantes que se conforman con la miríada de hipótesis pueriles que pueblan el firmamento de lo ignoto jamás poseerán el conocimiento. Allá ellos, pero no debemos permitir que detenten el monopolio de la espiritualidad, del mismo modo que las distintas religiones se han autoadjudicado el monopolio de Dios.
Para muchos, lo espiritual se resume en el desprecio de lo material, en confiar que Dios los salve al término de una vida sin méritos y sin esfuerzo, en refugiarse histéricamente en los paraísos de su fantasía. Sepan quienes así piensan que el conocimiento no se inventa, no se teoriza, no se compone de hipótesis, sino que se desvela con cada experiencia, con cada desengaño, con cada reflexión cabal. Es un largo camino que se adentra en los territorios gaseosos, transparentes, vacíos, donde habita el espíritu. Lo verdaderamente espiritual es el tránsito por esas veredas.



En este camino no hay atajos voluntaristas, solo sudor y lágrimas, fracasos, errores, caídas, desengaños y frustraciones que pavimentan el crecimiento humano. Quien cree poseer una verdad, se estanca. Quien opta por aceptar doctrinas, renuncia al desafío cotidiano de lo nuevo, al avance, a la sabiduría, a la evolución. En cambio, el buscador siempre encontrará una verdad mejor que la anterior.

Hay que admitir la habilidad de las religiones para hacerse con el patrimonio de lo espiritual, pero una religión no es más que un conjunto de creencias, ceremonias, rituales y ministros que tratan de administrar el miedo de otros. Aunque toda religión tiene sus fundamentos en seres y lugares invisibles, en promesas y acontecimientos por venir, sus principios no pueden considerarse verdaderamente espirituales, porque no persiguen el conocimiento, sino la creencia, y no procuran la libertad, sino el sometimiento.

¿Acaso no es espiritual quien se sumerge en el silencio de la meditación, sin apriorismos, sin falsos esquemas, con el corazón limpio, a la búsqueda de la experiencia mística, de la inmersión en el ser? La vida espiritual requiere grandes dosis de valor para adentrarse en las regiones inexploradas del alma, a la búsqueda de la experiencia trascendente y reveladora. Mientras el hombre no acepte la responsabilidad de la búsqueda personal, mientras necesite la tutela de una institución, mientras se halle dispuesto a aceptar lo que no sabe, no puede hablarse de un hombre espiritual, sino de un feligrés, un seguidor, una persona gregaria refugiada en la confortable seguridad de la masa, fortalecida por la compañía de muchos, limitada a aceptar lo que le digan y a conformar su conducta según le impongan.



Espiritual, en cambio, es quien bucea en las profundidades, quien vive en las esencias, quien tiene hambre de conocimiento, quien se complace en desterrar falsa creencias porque eso le acerca a la verdad. Hay que desprenderse de muchas etiquetas y desaprender un buen número de apriorismos atávicos antes de estar en condiciones de iniciar el gran viaje hacia el Espíritu.

   De poco sirven en él esas alforjas cargadas de suficiencia, vanidad, presunción y autoalabanza que algunos exhiben ostentosamente sobre sus lomos de jumento.


La existencia es un enigma que todas las religiones y filosofías tratan de explicar de diferentes modos. De poco le sirve al hombre adscribirse a cualquiera de ellas si no busca una respuesta personal. Meditar cada día es dedicar un tiempo y un esfuerzo a la más trascendental de las funciones humanas: descubrir la naturaleza de la existencia.


Francisco López-Seivane – Cosas que aprendí de Oriente

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